07 Jul San Martín: el prócer más valorado, con grieta o sin grieta
Por MARÍA SÁENZ QUESADA
Una vez más una encuesta popular coloca a San Martín en el primer lugar del panteón de los grandes argentinos. Me cupo la responsabilidad de defender la prioridad de Belgrano en un concurso similar, en este caso por TV, que don Manuel y yo perdimos por un discreto margen. Los dos son en mi opinión los próceres fundadores de la nacionalidad argentina. Por otra parte, entre ellos no hubo rivalidades ni suspicacias. Ambos se valoraron mutuamente y sintieron la satisfacción de trabajar juntos en favor del incipiente estado rioplatense.
Sin duda que hay razones valederas para que en un siglo en que todo se pone en duda, hasta las nociones primarias de patriotismo, el Libertador que cruzó los Andes en una campaña por la libertad, conserve su sitio de preferencia en el imaginario de sus compatriotas.
Hace un siglo, la valorización del Libertador era la misma. Así lo ratifica un inteligente observador de la realidad argentina, el geógrafo francés Pierre Denis. Dice: “Tal vez no exista ningún país donde la prensa, la universidad, la escuela, trabajen tan de acuerdo para preservar el recuerdo de las glorias nacionales. Esta propaganda ha dado sus frutos. No se encontrará un muchacho o una niña que no recuerde el nombre de San Martín”. Y a continuación sostiene que el orgullo nacional coexiste muy bien con la indiferencia por las instituciones políticas: “En algunos la fe nacional es tan profunda que están persuadidos de que el país es tan rico que puede permitirse el lujo de soportar malos gobiernos” ( P. Denis. La valorización del país.1920).
El comentario de Denis, pone en evidencia la impronta de la “educación patriótica”, que enfatizó el culto de los héroes, implementada por el Consejo Nacional de Educación en la época del Primer Centenario. Al mismo tiempo, señala el escaso interés de la ciudadanía por seguir el ejemplo del Libertador. Porque San Martín fue mucho más que un jefe militar exitoso, su objetivo apuntaba a fundar una nación con instituciones firmes, en las que pudieran conjugarse las libertades y derechos cívicos proclamados por la Revolución Francesa, con el orden y la autoridad necesarias en un sistema estable de gobierno. No obstante, sabía que la tarea era ímproba y que no podría alcanzarse en una sola generación.
Su intervención resultó decisiva en la Declaración de la Independencia, cuyo Bicentenario recordamos en estos días. San Martín tenía claro que para llevar adelante la empresa libertadora en Chile y Perú, debía presentarse en nombre de una nación independiente. De ahí que mientras ejercía el gobierno de Cuyo, y adiestraba a su ejército, insistía en cartas a los diputados de Mendoza, y en particular a al joven Tomás Godoy Cruz, sobre la urgencia de declararnos libres, ratificar nuestra identidad en el concierto de las naciones y explicar al mundo las razones que justificaban la separación de España. De no ser así, si se continuaba la guerra en carácter de vasallos rebeldes, su fuerza militar recibiría el trato de insurgentes sin derechos.
San Martín, consciente de la precariedad que afectó a los sucesivos gobiernos de las Provincias Unidas, confió en las ventajas de actuar en forma de logia secreta sobre el poder central, para unificar los objetivos y acelerar su cumplimiento:
“Amigo mío – le escribe a Tomás Guido cuando el Congreso ya estaba reunido- en tiempo de Revolución no hay más medio para continuarla que el que manda diga hágase, y que esto se ejecute tuerto o derecho; lo general de los hombres tienen una tendencia a cansarse de lo que han emprendido
Un susto me da cada vez que veo estas teorías de libertad, seguridad individual, ídem de propiedad, libertad de imprenta, etc. ¿Qué seguridad puede haber cuando me falta dinero para mantener mis atenciones y hombres para hacer soldados? ¿Cree usted que las respetan?
Estas bellezas solo están reservadas para los pueblos que tienen cimientos sólidos y no para los que ni aún saben leer ni escribir, ni gozar de la tranquilidad que dan la observancia de las leyes”. Por motivos similares, rechazaba la idea de Federación: “Si con todas las provincias y sus recursos somos débiles, ¿qué nos sucederá aisladas cada una de ellas? Agrego a usted la rivalidad de vecindad y los intereses encontrados de todas ellas y concluirá usted que todo se volverá una leonera cuyo tercero en discordia será el enemigo” (cit. por Patria Pasquali. San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria,1999).
Pesimista al comprobar que la pasión del mando y la cuestión de la soberanía habían desatado la anarquía en el extenso y poco poblado territorio del antiguo Virreinato, San Martín respaldó el gobierno centralista del director Juan Martín de Pueyrredon, electo por el Congreso, que le proporcionó los recursos necesarios para la expedición libertadora. Y en la disyuntiva entre sistema monárquico o republicano que atraviesa los debates del Congreso, aceptó la primera opción, aunque sus principios fueran republicanos. Entendía que en el mundo de la Restauración de los soberanos legítimos, luego de la derrota del emperador Bonaparte, la monarquía era la fórmula más adecuada para asegurar la gobernabilidad.
La construcción de una nueva legalidad llevó décadas. Tras sucesivos pactos interprovinciales y batallas ganadas o perdidas, se aprobó una constitución republicana y federal, que reconocía los derechos civiles y una presidencia fuerte, sobre el modelo chileno (que San Martín había admirado en sus últimos años), Más tarde hubo educación pública, conscripción obligatoria, voto universal
Cada tanto, fatigados quizás del esfuerzo, los argentinos se aplicarían a destruir los logros alcanzados mediante el recurso al gobernante providencial o a la dictadura a secas. No obstante, todavía hoy, 200 años después, la mayoría de nosotros, con grieta o sin ella, rescatamos y valoramos al Libertador. Está bien que así sea.
EL CRONISTA