03 Jul Megaciudades: para 2050, tres cuartas partes de la población mundial será urbana
Por David Pilling
El carácter de las ciudades -y sus primas más grandes, las megaciudades- está cambiando con rapidez. Ya no se puede mirar a las urbes a través de cristales europeos o norteamericanos. El gran experimento en urbanización que se desarrolló en las economías avanzadas durante el siglo XIX y XX se ha trasladado al mundo en desarrollo, y especialmente a Asia.
Las ciudades más grandes de Asia, desde Beijing hasta Jakarta y desde Mumbai hasta Manila, tienen un entorno totalmente diferente al de Tokio. La mayoría son más pobres y sucias y carecen del estupendo transporte público que ofrece la capital japonesa. Pero, sin embargo, comparten con ésta, y con algunas de las grandes urbes de otros continentes, como Lagos o San Pablo, un rol importante en nuevo el significado que está tomando el concepto de ciudad.
Las ciudades simplemente ya no son reconocibles, comentó David d’Heilly, que está escribiendo un libro sobre Tokio como megaciudad. Solían ser zonas pobladas en torno a instituciones religiosas o bancas de poder político. Actualmente, son lo que pueda aguantar la infraestructura.
Muchos de los asiáticos que abandonan la vida rural -son unas 45 millones de personas por año- lo hacen para mudarse a una megaciudad, definida como aquella que alberga más de 10 millones individuos. Edward Glaeser, profesor de economía de Harvard, las llama ciudades en esteroides.
La idea de la megaciudad deriva de la “megalópolis”, un término peyorativo acuñado en 1918 por Oswald Spengler, el historiador alemán. Describía a las ciudades que habían crecido demasiado y avanzaban gradualmente hacia su propia caída. Jean Gottmann, experto en geografía, empleó la palabra más positivamente en los años cincuenta para referirse al corredor metropolitano a lo largo de la costa este de Estados Unidos. Ahora, el concepto cambió nuevamente y hace referencia a las masivas aglomeraciones, mayormente en el mundo en desarrollo.
En verdad, la población del mundo se está mudando más a ciudades de segundo nivel que a megaciudades. Pero las enormes urbes tienen un potencial simbólico. Para algunos, representan un valiente mundo nuevo en el que los chinos, indios, brasileños y otros residentes del mundo en desarrollo están saliendo de la pobreza. Para otros, la megaciudad no es nada menos que una pesadilla.
El giro urbano de la población, cuyo número total superó los 7.000 millones en octubre, es inexorable. En 2008, por primera vez en la historia de la humanidad, más gente estaba viviendo en ciudades que en el campo. En Asia sólo el 40% de sus habitantes es urbana, por lo que tiene por delante gran parte de la construcción de ciudades.
En 1975, según National Geographic, había sólo tres megaciudades. Una era Nueva York, la capital comercial de la mayor potencia económica mundial. Otra era Ciudad de México, sinónimo de degradación del mundo en desarrollo, donde la gente estaba apiñada en mugrientos barrios de emergencia afectados por la contaminación, la violencia y las enfermedades. La tercera era Tokio, una ciudad que había sido una de las más grandes del mundo, con una población de un millón a fines del siglo XVIII. La población de Tokio explotó después de la guerra cuando Japón comenzó a tener estándares de vida occidentales. Se convirtió en un nueva clase de ciudad, ni occidental ni pobre, y pasó a ser la Nueva York de Asia.
Treinta y cinco años después, aquellas tres ciudades fueron igualadas por quizás 20 nuevas megaciudades. Las definiciones son confusas y polémicas. Los 23 distritos que componen a Tokio albergan a 12 millones de personas. Pero la conglomeración del Gran Tokio, que llegan a Kawasaki y Yokohama, comprende cerca de 356 millones de almas. Los tamaños de las poblaciones no deberían tomarse demasiado literalmente. Chongqing en el oeste de China oficialmente tiene 30 millones de habitantes en parte debido a que los productores agrícolas de áreas de los alrededores están incluidos en el cálculo.
McKinsey cuenta una megaciudad en Europa (Londres), tres en África (Kinshasa, Lagos y el Cairo), y cinco en América (San Pablo, Ciudad de México, Nueva York, Los Ángeles y Buenos Aires). Eso deja 11 en Asia, siete de las cuales (Tokio, Mumbai, Shanghai, Beijing, Delhi, Kolkata y Dhaka) ocupan los siete primeros lugares del ránking mundial.
Las megaciudades no son fáciles de contar. Y son aún más complicadas de clasificar. Tomemos Shanghai y Mumbai, las capitales comerciales de China y la India respectivamente. Si uno se olvida de la contaminación y no se aleja demasiado de las calles principales, Shanghai podría asemejarse a Nueva York. En realidad, en algunos aspectos supera a la gran ciudad norteamericana. En 1980, Shanghai tenía sólo 121 edificios de más de 8 pisos, según D’Heilly. En 2005, la cifra superaba los 10.000. Shanghai cuenta con 91 rascacielos con altura mayor a 200 metros; Nueva York, 82. Desde 1995, construyó la red de subtes más larga del mundo, y planea duplicarla en 2020.
Comparemos Shanghai -con planificación, vertical y (a veces) reluciente- con Mumbai -sin planificación, de poca altura y mayormente mugrienta. Sin embargo, la ciudad india de alguna manera se las arregla para retener su glamur. Para millones de indios, ofrece la esperanza de una mejor vida lejos del penoso trabajo en el campo. Debido a las regulaciones edilicias vigentes, Mumbai tiene pocos rascacielos. En vez de vivir en torres de muchos pisos, los habitantes de esta ciudad se apiñan en diminutos espacios dentro de barrios pobres como Dharavi.
Mumbai no tiene red de subtes, aunque están construyendo una. Su ferrocarril, que diariamente transporta el equivalente a la población de Israel, es tan peligroso que provoca la muerte de cientos de pasajeros por año. Sin embargo, la ciudad de alguna manera funciona. Para mencionar solo un ejemplo, sus dabbawalas entregan millones de almuerzos para musulmanes, hindúes, vegetarianos y toda persona que coma al mediodía en lo que es considerado una hazaña en gestión de cadenas de abastecimiento.
Gil-Hong Kim, experto en infraestructura del Banco de Desarrollo Asiático, señala que, para funcionar bien, las ciudades necesitan líderes capaces de implementar una visión. En 1970, casi una tercera parte de los residentes de Seúl vivía ilegalmente en asentamientos usurpados. Gracias a la cuidadoso planificación del uso de tierras -complementada con el brutal uso de la excavadora-, la ciudad sufrió una transformación. Ahora con una población de 24,5 millones, es una ciudad mayormente agradable y próspera con la tercera red de subtes más grande del mundo, en términos de cantidad de pasajeros transportados.
Esa es la excepción. La manera de administrar aplicada a la mayoría de las ciudades no condice con la realidad. Según McKinsey, más de una quinta parte de la población mundial vive en sólo 600 ciudades, que juntas generan la mitad de la producción mundial. Sin embargo, muchas de ellas ejercen poco dominio sobre sus propios presupuestos, planificación o políticas. Fauzi Bowo, gobernador de Jakarta, se quejó en una conferencia en Singapur que había tenido que rogar a su gobierno nacional para que le giraran fondos. Para 2025, el 60% de los indonesios vivirán en ciudades, pero ¿cómo podemos enfrentar esa realidad si no nos delegan la adecuada autoridad ni nos ceden los recursos de financiación?
Nos guste o no, ya no es posible mantener en las granjas a la mayor parte de la humanidad. En 2050, tres cuartas partes de la población del mundo será urbana. Eso significa más ciudades y más megaciudades. Esas megaciudades forman una gran parte del futuro de la humanidad y eso debería ser emocionante y aterrador a la vez, comentó Glaeser. Los ejemplos de Tokio, Seúl y Shanghai demuestran que las megaciudades no tienen que ser monstruosidades. Para muchos de nosotros, la megaciudad es nuestro destino. El objetivo de la humanidad debería ser manejar ese destino, no sucumbir ante él.
EL CRONISTA