26 Jul La tropa twittera del Presidente
Por Ernesto Tenembaum
A mediados de abril, el Gobierno nacional consiguió lo que tal vez fuera el triunfo político más significativo desde el 10 de diciembre. Por amplia mayoría, la Cámara de Diputados derogó las leyes que impedían un acuerdo con los acreedores que demandaban a la Argentina. Ese día, Hermenegildo Sábat publicó en Clarín una de las caricaturas más hirientes que haya recibido Mauricio Macri. El presidente aparecía con una espantosa nariz de buitre y era manejado a cuerda. O sea: Macri era un presidente buitre. El dibujo no tuvo mayor trascendencia, por una sencilla razón: no hubo respuesta de la Casa Rosada. Al contrario, ese dibujo habría tenido relevancia histórica si Macri hubiera reaccionado como Cristina, cuando denunció a Sábat como cuasigolpista ante la Plaza de Mayo repleta. El silencio, la tolerancia de Macri ante esas burlas fue una de las virtudes de su primer semestre. Lamentablemente, en los últimos días empezaron a producirse algunas señales de que esto, tal vez, no sea eterno.
El episodio que expresa esto último se desencadenó por la desopilante sátira del Presidente que Marcelo Tinelli puso al aire en Show Match. Allí, se lo ve al Presidente en calzoncillos, zoquetes y camiseta haciendo malabares para explicar el aumento de tarifas que pretendió imponerle a la sociedad, sin atender a diferentes situaciones sociales y geográficas, y sin convocar previamente a audiencias públicas. Al minuto de terminar ese programa, estalló en las redes una campaña masiva con el hashtag #TinellimercenarioK. En los días siguientes, la campaña empezaba a la misma hora, minutos antes del inicio del show, con variantes distintas de los mismos epítetos. Si alguien no los leyó, para entender esto, sería bueno que buscara en twiter los comentarios adheridos a ese hashtag o a #chauMarceK. Son muy elocuentes: hay insultos, amenazas de muerte, convocatorias al boicot, ¡por una sátira!. El animador se molestó. Difundió una lista de cuentas de twitter que repetían los mismos mensajes agraviantes, a partir de los cuales se impulsaba la reacción general. “Cuando las noticias lastiman, el humor sana. Tienen que cambiar las noticias, no el humor”, argumentó, con atinada sensatez.
En un principio, la reacción del Gobierno fue impecable. Marcos Peña lo llamó a Tinelli para explicarle que la Casa Rosada no tenía nada que ver con la campaña en su contra en las redes. Pablo Avelutto dijo que se divertía con la sátira. Hernán Lombardi sostuvo que para el humor no debe haber límites. El propio Presidente fue respetuoso, cuando le preguntaron sobre la sátira: “Lo tomó bien, yo ya me acostumbré, si no te acostumbrás la pasás mal. Igual siempre he tenido sentido del humor, me parece que cuando uno hace una imitación tiene que buscar una ridiculización sino no es graciosa”, dijo. Sin embargo, en una entrevista con Joaquín Morales Solá, de La Nación, cambió su punto de vista. “Él decidió satirizarme y recibió 150.000 tuits de crítica. Investigamos el tema. No hubo trolls ni el Gobierno tuvo nada que ver. Sí hubo 30.000 tuiteros que lo criticaron. ¿Cómo no va a haber 30.000 tuiteros que simpatizan con el Gobierno si este gobierno es producto en gran medida de las redes sociales? Es increíble que se ofenda. Tinelli me satiriza de mala manera ante tres millones de personas en televisión y se ofende porque lo critican 30.000 tuiteros”.
La respuesta presidencial tiene cierto deja vu. Toda figura pública, en los últimos años, debe lidiar con reacciones destempladas de las redes sociales. Algunas son espontáneas, otras son coordinadas, y, en general, tienen una relevancia muy relativa, que depende mucho de la reacción del afectado: la crítica, el humor, los insultos en las redes son como los monstruos de la infancia, que se agrandan cuando uno les teme, o cree demasiado en su existencia. Sin embargo, en esas reacciones se expresan valores.
Durante los largos años kirchneristas, la reacción clásica ante una crítica consistía en calificar a su emisor como un mercenario. A diferencia de lo que ocurre ahora que el mercenario es k por entonces era de Clarín. Y cuando alguien criticaba este tipo de agresiones, la respuesta era muy similar a la que Macri da ahora: “¿Y qué?¿Mi gente no puede defenderse?”. No solo eso: si alguien advertía sobre la reacción en masa impulsada y justificada por el Gobierno, pasaba a ser objeto de burla: “¿No ves que podés opinar? ¿Cómo vas a decir que hay problemas de libertad de prensa si podés opinar? Te escandalizás como una tía con ruleros”. Aunque ambos grupos se detestan los twiteros K y M los mecanismos son parecidos. No discuten ideas. Insultan en masa. Piden la exclusión del que piensa distinto. Y utilizan como argumento alguna conducta del pasado del pecador: fulano dice eso porque fue cómplice de la dictadura, o porque tiene un primo que es amigo de alguien que un día opinó algo incorrecto, o porque fue kirchnerista, o porque suponemos que fue kirchnerista. Se apela al argumento ad hominem y a la teoría conspirativa hasta el hartazgo: Clarín criticaba porque quería manejar el Gobierno, Tinelli porque quiere la AFA.
Un país con libertad de expresión debe tener lugar para todo eso: para la talentosa sátira contra el Presidente y para los insultos contra quienes critican a un Presidente.
Así es la libertad.
Pero, ¿qué opina un presidente cuando su tropa de treinta mil twiteros insulta a coro a alguien? ¿Los estimula o los aplaca? Esa intervención de Macri cambia un poco las cosas. ¿Está bien? ¿El otro se la tiene que bancar? ¿O un líder debe tratar de serenar, no estimular el bullying en las redes? Y no es un problema para Tinelli, que tiene espaldas para aguantar y, en todo caso, para negociar oportunamente, como lo ha hecho tantas veces. El problema es para otros. ¿Cual es el clima que crea un presidente cuando alguien lo critica? ¿Justifica que lo crucifiquen o minimiza el hecho, juega con él, entiende que el humor es parte de la vida y que, cuanto más poderoso y trascendente es el personaje, más humoradas va a recibir en contra? Por un momento, pareció que para Macri es lógico que 30 mil de sus simpatizantes puteen a quien lo satiriza, que el otro se la tiene que bancar. Es lo mismo que argumentaba Cristina.
En medio de este debate, hizo su aparición Fernando de la Rúa, quien sostiene hasta hoy que su caída no se debió a la pésima política económica, a su cobardía por no devaluar a tiempo, a la ruptura del Gobierno por culpa de las coimas en el Senado, a su exasperante indecisión, sino a sus traspiés televisivos en showmatch. La caída de De la Rua en el 2001 abonó durante mucho tiempo los dislates kirchneristas: como Cristina no quería ser De la Rua insultaba a medio mundo y estimulaba las peores reacciones. Ese fantasma no se alejó del todo.
Las reacciones del kirchnerismo se daban en un clima donde escupían a figuras públicas y escrachaban a periodistas en marchas (entre ellos, vale recordarlo en este contexto, al que suscribe) y estaba al aire un programa fascista. Eso no ocurre ahora. La reacción del Presidente es un hecho aislado en un clima de mayor tolerancia, al menos por ahora.
Pero en el mismo reportaje de Morales Solá, se produjo un hecho más delicado. Macri sostuvo que los jueces que no le obedecen es porque pertenecen a Justicia Legítima. Morales Solá aclaró que se refería a la Cámara Federalde La Plata, que es la que anuló los aumentos de tarifas. ¿No hay allí otra similitud con el clásico recurso cristinista de adjudicar a los fallos una causalidad conspirativa? ¿Ahora resulta que la Justicia no es corporativa sino kirchnerista? En este caso, además, hay una injusticia. Entre los miembros de la Cámara, que firmaron el fallo, figura Leopoldo Schiffrin, uno de los pocos juristas que se atrevió a sostener que la denuncia de Nisman debía ser reabierta luego del rechazo a todo vapor de Daniel Rafecas y sus superiores. La trayectoria de Schiffrin es tan impecable como la de Carlos Fayt: personas de las que quedan pocas, no solo en el Poder Judicial sino también en el Ejecutivo. De los tres miembros de la Cámara solo uno pertenece a Justicia Legítima. Pero, además, ese dato no quiere decir que sus fallos sean incorrectos. ¿O hay algún lugar del ordenamiento jurídico donde se sostenga que tal o cual ideología invalida a alguien para ser juez?
Cuando aparece un presidente enojado frente a las críticas, avalando el insulto masivo a una persona en las redes, etiquetando al boleo a jueces díscolos, con mala información, parece que no cambiamos.
Una vez más, para ser precisos: tal vez sea un hecho aislado en un clima de mayor tolerancia.
Existe en el Gobierno una evidente discusión respecto de todos estos temas. Esos matices se expresan en las distintas declaraciones del propio Macri, que por momentos acepta las reglas de la libertad y por momentos siente que debe reaccionar ante intentos de degradar su autoridad y, en otros, simplemente, se ofusca, se enoja, se irrita, se fastidia.
Es humano. Es lógico. A nadie le gusta que lo burlen. Pero va en combo con la curiosa ambición de ser Presidente. Así son las cosas. Es bueno que un presidente pueda ser burlado y que nadie se escandalice por eso. Además, esas pavadas distraen de temas realmente importante. Bien lo dice Macri cuando se pone racional: “Si no te acostumbrás, la pasás mal”.
EL CRONISTA