El castillo de la mente

El castillo de la mente

Por Nora Bär
Tengo que escribir este texto. El café con leche se enfría. Ocho grados es la temperatura en Buenos Aires, dice la radio. Ahora, la luz del amanecer se concentra en un punto que enceguece.
Un momento. ¿Qué es esa voz que me habla?¿De dónde salen estas imágenes fugaces? ¿Qué o quién es este “yo”? ¿Dónde estaba anoche mientras dormía?
La ciencia explica muchos de los misterios que nos rodean. Sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol y que la gravedad deforma el espacio-tiempo, elaboramos un mapa de cómo evoluciona la vida en el planeta, entendemos los mecanismos de muchas enfermedades y hacemos pronósticos del tiempo. Pero la respuesta a estas preguntas y varias otras por el estilo se presentan como un desafío monumental, tal vez el mayor que tenemos por delante.
Como escribieron Agustín Ibañez y Adolfo García en ¿Qué son las neurociencias? (Paidós, 2015), “para ser francos, nadie sabe cuál es la magia por la que los iones, las proteínas, los neurotransmisores y las señales eléctricas que corretean por el cerebro producen imágenes, melodías, emociones, cálculos y lenguaje. (…) cierre los ojos y deje que en su cabeza suene el Himno Nacional Argentino. No lo cante en voz alta; sólo escúchelo internamente. Las neurociencias pueden decirle que en ese proceso intervinieron de modo crucial las regiones perisilvianas izquierdas, que hubo contribución de áreas homólogas del hemisferio derecho, que intervinieron tales y cuales neurotransmisores, y demás. Lo que no sabemos es cómo o por qué ese hecho neurobiológico evoca la canción, ni mucho menos qué aspectos de ese enjambre neuronal nos hacen vivenciarla de modo único y privilegiado.”
De hecho, entender qué es la conciencia era considerado, hasta no hace tanto, un problema inabordable. Hubo quienes consideraron que pretender desentrañar este nudo gordiano, que la mente explique la mente, era como querer saltar tirándose de los cordones de los zapatos. Pero eso está empezando a cambiar.
Desde el martes y hasta hoy, Buenos Aires recibe a varios de los más brillantes investigadores que se internan por este territorio sin cartografiar. En el Centro Cultural de la Ciencia, de Palermo, la crème de la crème de esta disciplina (que incluye a nombres ya legendarios, como Stanislas Dehaene y Daniel Dennett) discute los últimos hallazgos y plantea nuevos interrogantes en las sesiones de alto voltaje de la 20» Reunión Anual de la Asociación para el Estudio Científico de la Conciencia, organizada por los argentinos Tristán Bekinschtein, Agustín Ibañez, Facundo Manes y Mariano Sigman.
En la sesión inaugural, el investigador belga Steven Laureys, especializado en neurología de la conciencia, hizo una reflexión minuciosa sobre lo que hoy se sabe para orientar el diagnóstico clínico en casos de vida vegetativa o de mínima conciencia, qué ocurre en el cerebro cuando un paciente está en coma o bajo los efectos de la ketamina. Sus trabajos muestran que detectar “islotes” de conciencia a partir de señales cerebrales no sólo es una curiosidad científica, sino que permite predecir más o menos bien si una persona se recuperará en el corto plazo. También planteó cuestiones espinosas: “Nadie sabe hoy cómo es vivir mínimamente consciente. ¿Vale la pena?”.
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En la antigüedad se creyó que la mente consciente era un ente inmaterial que escapaba a las leyes de la física. Pero en estos días, como escribe Dehaene en el maravilloso La conciencia en el cerebro (Siglo XXI, 2015), “el misterio filosófico se convirtió en un fenómeno de laboratorio”, “un campo fascinante”, que “está a la vanguardia de la investigación neurocientífica”.
El resultado de los esfuerzos de tantos cerebros fulgurantes tal vez decepcione. Como me advirtió anteayer durante una entrevista el filósofo Daniel Dennett, “para muchos, la conciencia es una suerte de magia. Bueno, es como la magia del escenario y puede ocurrir que los desilusionemos de la misma forma en que ocurre cuando nos damos cuenta de cómo un mago hace sus trucos. Sin embargo, así como en la definición de la vida no hay ningún remedio mágico, más que proteínas, moléculas de ADN y elementos de todos los días, lo mismo pasará con la conciencia”.
Aunque, pensándolo bien, eso es tal vez más fantástico: que el castillo de la mente surja de una azarosa, espectacular combinación de elementos de algún modo “banales”.
Nada más y nada menos.
LA NACIÓN