De Cartagena a Aruba, un crucero por el Caribe

De Cartagena a Aruba, un crucero por el Caribe

Por Grisel Issac
Casi casi podríamos decir que son dos viajes en uno. Estamos a punto de embarcar en un crucero de modo que, por un lado, tenemos en el horizonte de los próximos días un recorrido con un puerto de partida y llegada –a la bellísima Cartagena de Indias, Colombia– y varias escalas teñidas de Caribe: Curaçao, Bonaire, Aruba y, en Panamá, la ciudad de Colón. Tentador. Por otro lado, tenemos la estadía a bordo que ofrece, durante los días y/o noches de navegación, un mundo aparte con un ritmo acorde a lo que cada uno quiera hacer.
El momento de embarque en el buque Monarch, de la empresa española Pullmantur, está cargado de entusiasmo. Ya es de noche en el puerto de Cartagena y el perfil iluminado del barco se impone en la zona portuaria. Trámites migratorios, entrega de valijas, equipaje de mano por los rayos X y, de repente, casi sin darse cuenta, uno está a bordo, con un trago en la mano. Definitivamente, ¡comienzan las vacaciones!

Primeros pasos
Aun antes de entrar en el camarote –toca en el nivel 6, con ventana exterior– Jaime ya saluda con una sonrisa. El está a cargo del aseo de parte de las cabinas (sinónimo de camarotes o habitaciones; aprenderemos varias palabras de la jerga náutica en estos días). Alguien se encargó de dejar la valija junto a la puerta. La inspección del cuarto tendrá que esperar porque empieza a sonar la sirena: el simulacro de evacuación es obligatorio para todos los pasajeros que ingresan en un crucero. Entonces, hay que tomar el chaleco salvavidas y, básicamente, seguir las instrucciones del personal. Ir a cubierta, formarse en filas, esperar un ratito… Todo dura unos 15 minutos y es parte de la vida en crucero. Cuando el capitán da la orden, todos vuelven a disfrutar del barco.
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La sensación es que las vacaciones comienzan a fluir inmediatamente. ¿Tiene hambre y aún no llegó su turno de la cena? Puede buscar una porción de pizza en el nivel 11, que funciona de 12 a 19.30. O un snack en el Buffet Panorama. ¿Los chicos quieren ir a la pileta? Póngales la malla y suba. Hay toallas limpias, bar para pedir bebidas y reposeras para desparramarse. ¿Justo juega la Selección? No se preocupe, en el Sports Bar de la cubierta 5, junto al Casino, hay pantalla gigante y sillones donde se puede ver el partido y comentarlo con otros fans. ¿Perdió los anteojos de sol o se olvidó el protector solar? En las tiendas del barco puede comprar lo que necesite y, de paso, aprovechar la liquidación de carteras. Todo a bordo está pensado para facilitarle la vida y hacer que su estadía sea lo más divertida posible.
Construido en 1991 en Francia, el Monarch tiene 12 cubiertas y capacidad para 2.766 pasajeros; una eslora de 268,33 metros y una manga de 32,20 metros. Pero hay algo que no figura en los folletos ni en las estadísticas y que los números difícilmente transmitan. El gran valor agregado de este buque es la gente, las 800 personas de más de 30 nacionalidades que trabajan día y noche para que el viaje sea inolvidable. Desde el capitán Arkadiusz Branka hasta el chef ejecutivo Michel Siebold; desde el director de hotel Miodrag Cakarevic y el director de crucero Fran hasta el maitre Carlos Cabrita; desde Rama, Carina y Oscar, quienes nos atienden cada noche en el restaurante Boreas, hasta Jazmín, Andrés, Tomás y Lita –conversadores natos– que ofrecen los mejores tragos en la zona The Waves Yatch Club del barco, un espacio exclusivo con acceso para huéspedes de determinadas cabinas. De la flota de Pullmantur, sólo el Monarch cuenta con este servicio.

1. Cartagena, Colombia / Empieza la aventura
De día o de noche, las calles empedradas de Cartagena son una perdición. Porque dan ganas de ir y volver, avanzar y doblar y, como por arte de magia, volver a dar con la Torre del Reloj, punto de encuentro infalible. Los vendedores ambulantes ofrecen sombreros, los carruajes tirados por caballos hacen chasquear las herraduras en los adoquines, los recuerdos de los personajes y las historias de Gabriel García Márquez aparecen a la vuelta de cada esquina.
En los últimos años, los cruceros inyectaron un movimiento fenomenal a esta ciudad. En 2006 hubo 42.024 pasajeros de cruceros, mientras que en 2014 fueron 310.957. En otras palabras, un montón de gente caminando, paseando, comprando por la ciudad.
A orillas del mar Caribe, Cartagena fue fundada en 1533 por Pedro de Heredia. Considerada uno de los puertos más importantes de América y eje de los ataques de piratas, nos legó una de las ciudades amuralladas más reforzadas y fascinantes del continente. Primera urbe colombiana en declararse independiente de España, los cartageneros la llaman Ciudad Heroica.
Dentro de las murallas, todo amerita una foto. Las flores de colores que cuelgan de los balcones de las casas coloniales, las plazoletas con su halo romanticón, las bóvedas devenidas en negocios que venden artesanías, una tienda que se llama “La Bodeguita del Medio” (¿en Cuba? no, en Cartagena) y otro bar que ofrece “cervezas más frías que el corazón de tu ex”. Se destacan las cúpulas renacentistas, los techos de tejas de barro, las paredes gruesas. Uno puede empezar por el Teatro Heredia y caminar por la Calle de Don Sancho. Al fondo, ya se ve la Catedral de Santa Catalina de Alejandría. En el camino, vamos cruzando portones de madera, bellos llamadores o aldabas e historias de brujas.
La temperatura promedio parece agradable: unos 28°C, pero el sol se siente. Imprescindible llevar gorro, protector solar y agua para guarecerse del sol y el calor. O se le puede comprar un lindo sombrero a algún vendedor callejero. Le ofrecerán de diversos estilos y materiales, pero hay uno que es típico de la región, el vueltiao (porque se lo enrolla y dobla para achicarlo). Se elabora con las hojas de la caña flecha y es Símbolo Cultural de la Nación.
Hablando de murallas y ataques piratas –hay que destacar que la torre original de la Catedral fue tumbada por Drake, el pirata; lo que vemos es una reconstrucción–, el castillo San Felipe de Barajas es otro hito en Cartagena. Sepa que los vendedores ambulantes se le acercarán con ansiedad e insistencia. También hay mujeres vestidas con ropas típicas que ofrecen productos regionales: si les toma una foto, deberá pagarles.
Apartado para enamorados: en el barrio El Cabrero, está la Casa de Rafael Núñez, cuatro veces presidente y poeta de Colombia. Frente a la casa hay una plaza y una capilla, donde está su tumba y la de su esposa, Doña Soledad Román de Núñez. Dicen que es uno de los mejores lugares para declararle amor a una novia y quienes lo hacen, arman un gran corazón de pétalos de rosa en el piso, frente a la capilla (muy solicitada para casamientos íntimos).
Mientras ponemos cara de “¡Ay, qué amor!” y suspiramos pensando en cuándo alguien nos armará un corazón de pétalos de rosas como el que fotografiamos ahora, Arnulfo Barrios se detiene con su carrito y nos invita a probar un raspado , una especie de helado marca registrada de Colombia. Se trata de raspar el hielo, agregar sabor –maracuyá, por ejemplo–, leche condensada y saborear. Cuesta 2.000 pesos colombianos (US$ 0,65).

2. Día de navegación / Exploramos el barco
Este primer día de navegación es el momento para conocer el barco. Tenemos 466 millas náuticas desde Cartagena hasta Curaçao. Es tiempo de recorrer las cubiertas, conocer gente, disfrutar de las actividades, pensar qué haremos en las próximas escalas y definir el que será (uno o varios) nuestro rincón favorito del barco: una reposera junto a la piscina para seguir de cerca los movimientos que indican los animadores a la hora de bailar o, por el contrario, una más alejada del bullicio; el gimnasio para correr siempre de cara al mar; el teatro que cada noche ofrece un espectáculo distinto; el club de niños o el de adolescentes; el Bar 360° con vistas espectaculares del barco avanzando por el mar; el Casino, la biblioteca o los más relajados espacios de la popa, con un permanente seguimiento de la estela que va dejando el Monarch.
El Diario de a Bordo, que cada noche dejan en la cabina, ofrece un panorama de las actividades programadas para el día siguiente. Por ejemplo, para los madrugadores, a las 8.30 (de la mañana, claro) hay una clase de estiramiento, y para curiosos, un tour por el barco. A las 10.15, una charla sobre cómo perder hasta 20 cm en 50 minutos, en el Spa del Mar, y a las 10.30 un taller de manualidades: hoy, broches de fieltro; en otro momento será armado de atrapasueños.
Las tardes en la piscina siempre tienen mucho movimiento para los que quieren divertirse, escuchar música potente y animarse al baile-gym. Mientras tanto, en el Gruppy Club, para chicos de 3 a 11 años, hoy es el Día de la Magia. También esta es la noche en que toca empilcharse para el Cóctel de Gala y Presentación de Oficiales: los huéspedes podrán conocer y fotografiarse con el capitán. ¡Tranquilo! ¿No le interesa andar engalanado? No es obligatorio, pero ¡a la mayoría le encanta! Vida a bordo.

3. Curaçao / La vida color pastel

Fachadas color pastel y arquitectura colonial holandesa. Es la postal clásica de Willemstad, capital de Curaçao, adonde llegaron los españoles hace varios cientos de años y se fueron porque no encontraron nada que valiera la pena. En 1634 desembarcaron los holandeses y se quedaron. Sal, fosfato (importante en el siglo XIX) y refinería de petróleo (se inició en 1916, con Shell) fueron actividades económicas fuertes a las que actualmente se suma el turismo.
Hoy esta isla es territorio autónomo del Reino de los Países Bajos. Tiene un gobernador local, pero la máxima autoridad es el rey Guillermo Alejandro, esposo de Máxima. Cuando los visitan, los reyes de Holanda suelen hospedarse en el Ávila Hotel y/o en el Santa Bárbara Beach & Golf Resort.
La capital está dividida por la bahía Santa Ana en dos sectores. Nos toca desembarcar en Otrobanda. Enfrente, en Punda, quedan las casas de colores. Para los cruceristas, aquí las opciones son hacer una visita cultural e histórica o relajarse en una playa hasta la hora de volver a embarcar (un taxi a la playa Mambo demora 15 minutos y cuesta US$ 20). O un poquito de cada cosa.
Si se decide por la primera opción, sepa que cualquier curazoleño habla inglés, español, holandés y papiamento. Del lado de Otrobanda, el museo Kurá Hulanda (Klipstraat 9) expone en varias salas la historia y la crudeza del tráfico de esclavos. Es impresionante. Bajo la guía de Yflen Florentina todo se torna más interesante aún.
El puente flotante reina Ema está en un importante proceso de mantenimiento, así que para cruzar a Punda hay que hacerlo en ferry (el puente se abre para dar paso a las embarcaciones y luego vuelve a cerrarse para permitir el paso entre Otrabanda y Punda, fue inaugurado en 1888 y renovado en 1939). Acá los puentes son una experiencia. También es llamativo el Puente de la Reina Juliana, de cuatro carriles. El original se derrumbó en 1967 y el que uno cruza actualmente es de 1974. Las vistas que se obtienen son impresionantes.
Las fachadas coloridas que tanto identifican a Curaçao –aquí dicen que luego otras islas de la región copiaron la idea– tienen su por qué. Cuentan que a principios del siglo XIX, las casas eran color blanco. El gobernador de turno, Albert Kikkert, se quejaba porque, decía, el fuerte resplandor le provocaba dolor de cabeza. En 1817 promulgó una ley para pintar las fachadas de colores. El detalle pintoresco: cuando murió, dos años después, descubrieron que tenía acciones en la única pinturería de la isla.
Lo cierto es que la costumbre de tener los frentes pintados perdura. Ahora la norma es renovar la pintura cada seis meses para que se vean siempre impecables. Seguramente, chequean que ningún funcionario sea dueño de una pinturería.
Dos cositas más antes de volver al barco: darse una vuelta por el mercado flotante de frutas y verduras (desde hace más de 100 años está en manos de los venezolanos) y probar el plato local: sopa de iguana.

4. Bonaire / Mundo snorkel
Playa y snorkel. Snorkel y playa. La mirada clavada en el agua porque hay tanto para ver en este mar transparente que no se podrá deshacer fácilmente el hechizo. Esta pequeña isla del Caribe –unos 10.000 a 15.000 habitantes–, nuestra segunda escala tras partir de Cartagena, es EL lugar para acercarse al mundo submarino. Basta con calzarse las antiparras, meter la cabeza bajo el agua… ni siquiera hay que nadar demasiado. Los peces de colores se pasean por todos lados, a simple vista.
Para hoy, la alternativa es ir con un velero, hacer snorkel y, luego, desembarcar en el Spice Beach Club: un club de playa donde por US$ 5 se puede alquilar una reposera y disfrutar del entorno agradable. Se puede comer algo en el Beach Club o en el restaurante y escuchar buena música. E insisto con el tema: desde el pequeño muelle de este lugar, aún sin poner un pie en el agua, es posible ver la más fascinante variedad de peces. Pasar el día aquí es una opción altamente recomendable. Está a 3 km de Kralendijk –la capital–, la comida es rica (la especialidad es el sándwich caribeño de pollo, US$ 12,50) y, esencial para los que pasan el día, el baño se ve impecable.

5. Aruba / Palabra mayor en turismo

Siguiente parada. Navegamos por la noche 72 millas náuticas y llegamos a Aruba. Más playa para los que quieren chapotear en el mar. Reconocido destino del Caribe, con una sólida industria hotelera y varias playas reconocidas internacionalmente, en Aruba hay mucho para hacer. La opción “me tiro en la playa” siempre está: Eagle Beach es la mejor –una encuesta reciente del USA Today, periódico de Estados Unidos, la ubicó en el primer lugar– y está conectada con otra playa linda, Druif Beach (taxi, unos US$ 18). En Eagle Beach, por ejemplo, está The Pelican Nest Bar & Seafood Grill. Por US$ 5 se puede pasar el día en una reposera.
Pero también vale la pena conocer Baby Beach, en el sur de la isla, con aguas poco profundas y muy tranquilas. ¿La contra? La inquietante postal de una refinería de petróleo de fondo. Palm Beach está escoltada por varios hoteles con atardeceres espectaculares y muchos deportes acuáticos. Algo más lejos, en el norte, Arashi se destaca por su agua azul y cristalina, sombrillas de paja bien mantenidas y un mar tranquilo… aunque cuando sopla el viento se torna ideal para surfistas.
Los que no quieren tanta playa pueden hacer una visita al Natural Bridge (en realidad el que quedó es el más pequeño, ya que el famoso puente natural se quebró hace unos años). También hay restos de minas de oro del 1400 o 1500, en la costa norte. O viajar en submarino. El Atlantis VI se sumerge hasta 50 metros, cruza peces y corales en su camino y hasta un par de barcos hundidos, como el Estrella de la Mañana y Mi dushi. No, no son barcos antiguos de siglos pasados, sino que los hundieron recientemente para favorecer la formación de corales y atraer fauna marina. Vale la pena.

6. Día de navegación / Descanso y ¿bodas?
Después de tres días de escalas, créame que uno desea este día de navegación para descansar y disfrutar del barco. Volvemos a explorar las cubiertas, retornamos a nuestros rincones predilectos. Comemos algo. Tomamos un trago. Nos sacamos selfies.
Para el brasileño William Vita, Host Grand Class –no sé cómo se puede traducir este puesto, pero digamos que se encarga de que uno sea feliz a bordo– no es un día más. Hoy tiene a cargo dos bodas y una renovación de votos sorpresa, que ha venido preparando hace rato. William recuerda cuando empezaron pidiéndole ayuda para una “declaración de amor” y luego tuvo que resolver en el mismo viaje, una boda porque la pareja no quería perder un minuto en casarse.
La renovación de votos de hoy desata ternura. Jaime quiere sorprender a Lilia: ella piensa que debe engalanarse porque el capitán los espera para tomarse unas fotos. Pero cuando entra en la discoteca, acondicionada para la ocasión, se encuentra con su marido parado –nervioso, sonriente, con un ramo de flores y muuuuuuuy enamorado– frente al atril. El capitán está, ya que oficia la ceremonia. Hacia el final de la tarde, mientras DJ Junior pasa música en la piscina y algunos toman la clase de spinning en el gimnasio, mientras en el teatro hay un concurso de chistes y el salón Rendez-Vouz vibra con el Karaoke, tres parejas han dicho “¡Sí, quiero!”. Un final feliz con fotos, brindis, torta y sonrisas.

7. Colón, Panamá / La magia del canal

Gran momento para conocer esta espectacular obra de ingeniería centenaria. A tener en cuenta: sólo vale la pena conocer las esclusas del Canal de Panamá, como la de Miraflores, temprano, antes de las 11 de la mañana, para poder ver en vivo el funcionamiento. Si va más tarde, los barcos habrán pasado y sólo verá las compuertas vacías.
El paso del Pacífico al Caribe –recorrido de 80 km que cada año utilizan 14.000 barcos– es lento. Un barco tarda entre 8 y 10 horas en pasar, aunque puede permanecer más tiempo en el Canal.
En Miraflores se ve claramente el paso de las embarcaciones, cómo las encierran entre compuertas, “suben” gracias a los millones de litros de agua que se agrega y van pasando. También hay un museo con la historia del canal y la evolución del comercio. Habrá que ver qué pasa cuando se inaugure el canal de Nicaragua cuya construcción se inició a fines de diciembre de 2014. Tendrá 278 km de largo.
La visita al canal se puede complementar con una vueltita por algún centro comercial –como el Metromall– con precios bastante convenientes para ropa y electrónicos.
El Diario de a Bordo señala que a las 15.30 hay que estar de vuelta en el barco porque media hora más tarde el Monarch zarpará rumbo a Cartagena. Recorrerá 265 millas náuticas. Y volveremos una mañana a esta mágica ciudad con la mirada teñida de mar.

MINIGUIA
Cómo llegar. La aerolínea LAN vuela desde Buenos Aires hasta Cartagena de Indias, Colombia, con escalas en Lima y Bogotá. El pasaje cuesta desde $ 8.800 por persona (informes y reservas: 0810-9999-526; www.lan.com).
Dónde alojarse. Si arriba a Cartagena uno o varios días antes del crucero o se queda luego del desembarco, el hotel InterContinental Cartagena de Indias, ubicado sobre Bocagrande Carrera 1, frente al mar, ofrece una habitación doble con vista al mar por US$ 180 (más 16% de impuestos), con desayuno (www.intercontinental.com).
Cuánto cuesta. El itinerario “Antillas y Caribe Sur” de Pullmantur a bordo del Monarch (Cartagena, Curaçao, Bonaire, Aruba y Colón) cuesta desde US$ 639 por persona en cabina interna, incluyendo tasas portuarias y paquete de bebidas Plus. Si se quiere “mejorar” el paquete de bebidas (un tema de marcas, básicamente), hay que pagar US$ 35 o US$ 40, según se contrate antes o una vez a bordo. Por otro lado, también es importante tener en cuenta las propinas, de US$ 90. Vale aclarar que en la mayor parte de los cruceros las propinas son obligatorias y se pagan al finalizar el itinerario (www.pullmantur.travel).
Según la salida elegida, los niños de 2 a 16 años que comparten camarote con dos adultos, viajan gratis. Esto significa que sólo abonan las tasas y los cargos por administración y servicios.
Es importante tener en cuenta que a partir de diciembre, la escala de Bonaire se reemplaza por La Guaira, en Venezuela.
Excursiones del Monarch: el viajero puede moverse por su cuenta o contratar las excursiones a bordo. En el primer caso, lo más importante es tener clara la hora límite para embarcar… y volver antes de que el barco leve anclas y deje el puerto. Los que optan por acercarse a la oficina de excursiones del barco, tendrán muchas opciones en cada puerto. Algunos precios orientativos: en Curaçao, “La mejor playa+snorkel”, US$ 48 por persona; “Panorámica de Curaçao”, US$ 29. En Bonaire, “Playa snorkel y velero Samur”, US$ 61; “Kayak transparente y snorkeling”, US$ 55; “Aventura en bici en laguna Goto”, US$ 69. En Aruba, “Escapada a la playa”, US$ 34; “Submarino Atlantis”, US$ 87. En Colón (Panamá), “Ciudad de Panamá y compras en el shopping Metromall”, US$ 55; “Esclusas de Gatún”, US$ 53.
Además del Monarch, a partir del 5 de diciembre, Pullmantur suma otro barco: el Horizon ofrecerá el recorrido Caribe Tropical, de 8 días y 7 noches. Los embarques se realizan en Santo Domingo, República Dominicana y las escalas son Philipsburg (St. Maarten), Pointe a Pitre (Guadalupe), Fort de France (Martinica) e Isla Margarita (Venezuela). Cuesta US$ 679 por persona con tasas, propinas y bebidas.
Atención. Documentos. Para embarcar en el crucero se requiere contar con pasaporte válido. Al hacer el check in, le colocarán una pulsera y le entregarán la tarjeta que sirve para abrir la cabina, hacer gastos a bordo y, esencial, para embarcar y desembarcar. En las escalas no necesita mostrar su pasaporte. Equipaje. Al llegar al puerto, personal de la compañía recibirá su equipaje y se ocupará de su traslado hasta su camarote, donde lo encontrará, por lo general, dos horas después del embarque. Es muy importante identificar las valijas y transportar personalmente objetos de valor y medicamentos que pueda necesitar. Compras. Como suele suceder en muchos de estos destinos que viven de la industria del turismo y, especialmente, de los cruceristas, en todas las escalas se aceptan dólares como moneda de pago tanto en bares como en comercios, aunque cada país tenga su propia moneda. Si tiene pensado comprar en las ferias artesanales lleve efectivo. A bordo del crucero, los pagos suelen hacerse con la tarjeta del camarote (y los gastos se saldan al final del viaje). Gastronomía. Los cruceros ofrecen opciones de menú para vegetarianos, diabéticos, celíacos o kosher, entre otras opciones. Hay que solicitar el menú especial al hacer la reserva. Necesidades especiales. Hay camarotes adaptados, mesas reservadas con ubicación especial y ascensores que facilitan el movimiento de personas con dificultades motoras. Idioma. Parte del éxito de la empresa Pullmantur en el mercado latinoamericano es que la tripulación habla español y otros idiomas como portugués o inglés.

Dónde informarse
Cruceros Pullmantur: www.pullmantur.travel o consulte a su agente de viajes.

Cartagena: www.cartagenadeindias.travel, www.colombia.travel

Curaçao: www.curacao.com/es

Bonaire: www.tourismbonaire.com

Panamá: www.visitpanama.com, www.micanaldepanama.com, visitcanaldepanama.com

Autoridad de Turismo de Aruba en Argentina: 5353-0003, argentina@aruba.com; es.aruba.com