Christian Jacq: “El gran riesgo hoy es la americanización de las sociedades multiculturales; la belleza es la diversidad”

Christian Jacq: “El gran riesgo hoy es la americanización de las sociedades multiculturales; la belleza es la diversidad”

Por Jacinto Antón
“Busco a Jacq.” No me resisto a pronunciar la frase ante el conserje, que pone cara de perplejidad. “Perdone, Christian Jacq, el famoso escritor de Egipto.” Ahora sí, su rostro se ilumina. “Christian Jacq, bien sûr, por supuesto.” El célebre autor no ha llegado aún, así que le espero en el bar del hotel, que se abre a una terraza con una maravillosa vista sobre el lago Leman. El Trois Couronnes de Vevey no es el Winter Palace de Luxor, pero comparten cierta atmósfera de vetusta y romántica grandeza. No sería raro encontrarse aquí sentado a Howard Carter [el egiptólogo inglés que en 1922 descubrió la tumba de Tutankamón] fumando una shisha.
La deslumbrante luminosidad de este día radiante aumenta la sensación de estar junto al Nilo y permite confundir la blancura de los cisnes en la distancia, junto a la orilla del lago, con la de los sagrados ibis. Estoy absorto en el paisaje cuando aparece Jacq. El escritor, autor de 150 libros, en su mayoría sobre Egipto (aunque también novelas policíacas), de los que se han vendido 35 millones de ejemplares en más de 30 países, se muestra cordial, jovial y de excelente humor.
Ahora es noticia la aparición en España de su novela La tumba maldita (Planeta), un thriller faraónico que mezcla intriga y magia y que protagoniza un hijo de Ramsés II. Al novelista, con un buen número de best sellers, no le importa que algunos le descalifiquen por su escritura sencilla y por poner invención en sus novelas; cosas como a Ramsés II domando un elefante o departiendo con Moisés, Homero y Helena de Troya.
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“Escribo novelas, soy un contador de historias, pero sé muy bien de qué hablo.” Jacq pide una cerveza, lo que me sorprende porque es sabido que es un gran amante y connoisseur de los mejores vinos. Un rasgo que le une a los antiguos egipcios, que apreciaban mucho los buenos caldos. Hablaremos de ello.
Durante la conversación, ríe a mandíbula batiente en varias ocasiones, con carcajadas estentóreas, lo que permite observar que el esmalte de sus dientes está algo gastado, como el de las momias. Tiene la gentileza de asentir vivamente al preguntársele si se acuerda de que nos conocimos en Luxor, hace quince años, cuando presentó allí Nefer, el silencioso, la primera novela de su tetralogía La piedra de luz, sobre los obreros del Valle de los Reyes. Las autoridades egipcias le trataron como a un jefe de Estado y hasta se le organizó una cena de homenaje ¡dentro del templo de Luxor!
-¿Qué hacemos aquí y no en Egipto?
-Vivo en Suiza desde hace 20 años, es un país que amo. Su sistema político me recuerda el del Antiguo Egipto, un Estado federal; creo en él. Hay un poder central y cada cantón dispone de una grandísima autonomía. El faraón en Egipto no era el tirano que se nos muestra a menudo en las películas. La diversidad de las provincias era tenida muy en cuenta. El gran riesgo hoy es que todo se uniformice: lo que yo llamo la americanización de las sociedades multiculturales. La belleza es la diversidad.
-¿Sigue viajando a Egipto?
-Las cosas están complicadas. Viajo muy frecuentemente. Estuve hace poco. Fui a Asuán, y al norte, fuera de las rutas turísticas. Los amigos de allí me recomiendan que no vaya. Siento inquietud por Egipto y por lo que los fanáticos puedan hacerle. ¿Ha visto lo de Palmira? He llorado al saber que la están destruyendo. Es nuestra propia memoria, como las pirámides, los templos y las tumbas de Egipto. No debemos dejar que los egipcios se aíslen por el extremismo.
-¿Por las novedades de Tutankamón?
-Ah, Tutankamón. Desde luego. Estoy siguiendo apasionadamente el tema de la posibilidad de que haya cámaras sin descubrir en su tumba, como ha propuesto Nicholas Reeves. La cuestión es que Akenatón y Nefertiti no están enterrados en su capital de Amarna, la tumba que se hicieron allí está vacía. Así que, ¿dónde están? Probablemente tenemos a Akenatón: hay muchas posibilidades de que fuera el ocupante del sarcófago real hallado en la tumba KV55 y que ahora se exhibe en el Museo de El Cairo. A Nefertiti, en cambio, no la tenemos, se la ha buscado mucho, hay muchas hipótesis. Ahora ha salido esa teoría de que la tumba de Tutankamón es un escondite, y que la reina estaría ahí, tras un muro disimulado. No es ninguna idiotez. El Valle de los Reyes no está para nada agotado, queda mucho por descubrir, los egipcios realizaban un trabajo de enmascaramiento de algunas tumbas extraordinario. Tengo una pequeña esperanza de que demos con Nefertiti.
-A propósito de Tutankamón, usted es un gran admirador de Howard Carter, el descubridor de su tumba. Y no era precisamente un egiptólogo de carrera. Llegó a Egipto de jovencito como dibujante.
-Uno de mis libros favoritos de Carter es la novela Tutankamón, el thriller en el que se buscan unos supuestos papiros esotéricos ocultos en la tumba. Me encanta que el protagonista sea un hijo secreto de Carter. Me halaga. Ese libro también me gusta mucho.
-Siempre ha parecido raro que no hubiera papiros en la tumba de Tutankamón. Quizá sí los hay escondidos en los faldellines de las dos famosas estatuas de madera de los guardianes de la tumba.
-El propio Reeves sugirió eso hace años. Parece que hay un espacio hueco. Yo he pedido que se escaneen. Es más fácil que buscar las cámaras secretas. En todo caso, que no hubiera papiros no quiere decir que no hubiera textos, los había en muchos objetos. En las capillas doradas en torno al sarcófago y en el propio sarcófago se inscribieron numerosas fórmulas de los libros sagrados. En la segunda capilla hay un precioso texto funerario criptográfico que tiene como tema el triunfo de la luz, es un texto de una calidad alquímica. Sobre la transformación del cuerpo en luz.
-¿No es raro que Carter y su equipo no descubrieran las salas de las que se habla ahora?
-Piense que durante bastante tiempo, al entrar en conflicto con los egipcios, a Carter se le prohibió entrar en la tumba. Y él buscaba a Tutankamón, no a Nefertiti.
-Usted está ahora más bien en otro asunto.
-Acabo de publicar J’ai construit la Grande Pyramide. No es que me haya vuelto loco. Es una novela protagonizada por un personaje nacido hace 5000 años que empieza a trabajar de jovencito en la pirámide de Keops. El objetivo es explicar cómo se construyó esa maravilla. Hace medio siglo que confecciono un dossier sobre la pirámide. Me faltaban algunos detalles técnicos, pero en los últimos tiempos se han descubierto evidencias muy claras: la clave es la rampa interior, tan indispensable como la exterior para izar las enormes piedras. Una cosa muy bonita del libro,, creo, es que mientras el chico construye la pirámide ésta lo construye a él como ser humano. Lo que tú haces, te hace a ti.
-Napoleón estuvo dentro y le impresionó mucho. Le transmitió la idea de eternidad.
-A mí siempre me ha producido mucha claustrofobia. Mucha gente es incapaz de ascender hasta la cámara del rey. En un día con muchas aglomeraciones, con el calor, la angustia, te puedes desmayar. Hay otro miedo que es cuando te haces consciente del impresionante poder emocional de la pirámide, cuando lo percibes. Los egipcios la construyeron pensando que se podía vencer a la muerte; la Gran Pirámide es una encarnación de esa idea. Dentro te puedes sentir aplastado, agobiado, reducido a la insignificancia, y al mismo tiempo, elevado. Hay algo allí dentro que te inspira, que te hace subir. Como bien sabes, hay tres cámaras. ¿Has estado en la de abajo del todo? Ahí percibes el peso de la pirámide encima. En la Gran Galería, sin embargo, subiendo hacia la cámara del rey, te sientes como un pájaro. Cuanto más subes, más te recuperas. Y en la cámara del rey la sensación es de profunda paz.
-¿Hay espacios desconocidos aún dentro de la Gran Pirámide?
-Es la gran cuestión. Hay toda una escuela de piramidólogos, que no son egiptólogos, persuadidos de que la verdadera cámara del faraón Keops está aún por encontrar, con todo su mobiliario funerario. Yo no lo creo. Se halló una cámara con arena, pero era una cámara de amortiguación; posiblemente habrá otras. Pero, ¿cámara ceremonial oculta? En una estructura tan perfecta como la pirámide, no me lo parece. Aunque, ojo, hay que ser muy cauto, en Egipto puede pasar de todo.
-Dice usted que las pirámides no son tumbas.
-En realidad sí lo son, aunque no exactamente en el sentido que le damos nosotros. Son el horno del alquimista, por decirlo así, un lugar donde la muerte se transformaba en vida. Los Textos de las Pirámides, aunque no los hay en las de Guiza, nos permiten acercarnos a esos conceptos. Los de la pirámide de Unas, en Saqqara, son mi biblia, un libro de piedra. La pirámide es Osiris, una plasmación del cuerpo de Osiris. No es una tumba, es lo contrario. Si comprendes eso, lo comprendes todo.
-En sus libros sobre Egipto aparece recurrentemente la importancia sagrada de la luz.
-La luz es algo fundamental en la civilización egipcia. El origen de todo es la luz. Lo que explica la preeminencia de Ra, símbolo de la luz solar, dios demiurgo, dador de la vida. La luz es la materia primera del universo. El número de textos sagrados que hablan de la luz es enorme. De hecho, lo que nosotros llamamos Libro de los Muertos, ellos lo denominaban Libro de la Salida al Día o Libro de la Emergencia de la Luz. La Biblia ha recogido eso en las palabras de Yahvé en el Génesis: “Hágase la luz”. Las propias pirámides, que estaban recubiertas de blanca piedra calcárea, eran un flas luminoso que inundaba la tierra.
-Toda esa intensidad con la que vive usted el Antiguo Egipto, ¿acaso cree que no está muerto?
-Para mí, no. Históricamente sí, claro, está muerto. Como está muerto su concepto de monarquía enterrado con la revolución. La institución faraónica nunca fue abolida oficialmente en Egipto, ¿sabe?, al menos de manera formal. En fin, es obvio que hoy no hay faraones, pero el Egipto Antiguo, su esencia, no ha muerto por dos razones: porque el arte no muere jamás y sigue hablando a todo el mundo, y persisten unos valores que nos podrían ser hoy muy útiles.
-¿No está idealizando a los antiguos egipcios?
-No. Hubo muchos problemas entonces: hambre, grandes crisis, guerras, gobernantes criminales. Pero en cierta manera, en sus épocas de esplendor, en la era de las pirámides o el Imperio Nuevo, la espiritualidad, el arte y la economía se juntaron para producir altas realizaciones humanas. Me emociona su fundamental concepto de Maat, la justicia, el equilibrio, la armonía. Lograr la Maat, restaurarla, era un empeño cotidiano, una aspiración diaria. En Egipto, el mal jamás podía justificarse. La justicia era un valor absoluto y fundamental. Por eso Egipto no ha muerto. Y ahí tiene el papel de la mujer, asombroso por su igualitarismo. La mujer podía ser jefe de Estado, ¡faraón!, primer ministro, sacerdotisa. Tenía la decisión de su matrimonio, divorcio, contraconcepción. No le hablo de asuntos esotéricos, sino eminentemente prácticos.
-No hemos hablado de sexo. Había una gran libertad en Egipto.
-¿Conoce el papiro erótico de Turín? Entonces ya sabrá que no hay nada nuevo bajo el sol. Para ellos la desnudez no era ningún problema. Y no tenían ningún tabú, a excepción de la infidelidad, eso tan de moda hoy. Como no estaba bien vista la mentira.
-¡Me olvidaba de preguntarle por las momias!
-Nuestra atracción por ellas se debe a nuestro interés por la muerte. No son cuerpos normales, sino el cuerpo osiriaco, al que se le ha extraído todo lo que se va a pudrir. La momia es lo contrario a la muerte: huele bien, es un dispositivo para un viaje a la eternidad.
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