Woody Allen, entre la comedia y el drama

Woody Allen, entre la comedia y el drama

Por Héctor Guyot
Escribo sobre Woody Allen sin tener una posición tomada, apenas desde la admiración y la pena, y quizá con el objeto de bajar al papel mis impresiones para aclararme a mí mismo algo que me perturba y para enfrentar una cuestión pendiente cuya resolución, debo admitir, posiblemente he buscado evitar.
Hablar hoy sobre Allen es hablar, tal como lo puso este diario, de la tragedia y la comedia. O, mejor, del cielo y el infierno. Como se sabe, esta semana, mientras era celebrado en Cannes por el estreno de Café Society, su última película, el cineasta fue acusado en público de un delito aberrante. Ronan Farrow, hijo de Allen y de Mia Farrow, volvió a culpar a su padre de abuso sexual contra su hermana mayor, Dylan. Los hechos, presuntamente ocurridos en 1991, fueron denunciados hace dos años por la propia Dylan. Entonces, ella quiso contar su historia a muchos diarios importantes, pero ninguno quiso hablar con ella, se queja ahora Ronan. “Woody Allen sigue en libertad y dirigiendo películas gracias a una cultura de la impunidad y el silencio”, escribió en The Hollywood Reporter, una publicación de salida diaria en Cannes que le arruinó el estreno a su padre. Ante la prensa, el creador de Match Point se mostró, a los 80 años, tan chistoso e inteligente como siempre. Pero en las fotos se lo vio con una expresión que trasuntaba cualquier cosa menos alegría.
Sin condena judicial, aplica al caso la presunción de inocencia. Sin embargo, la historia no parece resuelta y vuelve a plantear el viejo dilema entre vida y arte, o entre la posibilidad o no de separar al artista de su obra.
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Para empezar por el arte, declaro que siempre disfruté mucho del cine de Woody Allen en todas sus vertientes. Empecé por la humorística, cuando mis padres, de chico, me llevaron al cine a ver La última noche de Boris Grushenko, que está en la línea de otras como Bananas y Zelig. También me gusta ese puñado de películas, en general desestimadas por la crítica, en las que Allen liberó su debilidad por Ingmar Bergman, como Interiores o Septiembre. Pero mis preferidas, sin ánimo de ser original, son aquellas en las que el artista aparece en pleno dominio de su estilo y oscila entre la comedia y el drama ligero, como Annie Hall, Manhattan o Hannah y sus hermanas, para mí la mejor de todas, donde la influencia bergmaniana pasa por el tamiz de una mirada enteramente propia.
Del arte paso a la vida, y aquí debo confesar que desde siempre me identifiqué con aquellos artistas en los que había una línea de continuidad entre su vida y su obra, en el sentido de que la obra era de algún modo una proyección no sólo de su experiencia emocional, sino también de su conexión moral con el mundo. Pienso por ejemplo en escritores como Kerouac, Chejov, Carver, Alice Munro, Goytisolo o Haroldo Conti. Tiendo a ver la obra como una extensión del artista, y quizá por eso, por lo que me ha dado su cine, me incliné sin advertirlo, acaso para preservarlo, a no considerar la posibilidad de que las acusaciones contra Woody Allen fueran efectivamente ciertas. Como dice Ronan, elegí “invisibilizar” a su hermana Dylan cuando ella hizo su denuncia.
Por las dudas, aclaro que estoy lejos de creer en santos. La obra emana del artista, que proyecta en ella no lo que vivió, sino lo que es, y aquí aparece un problema, porque también creo que cada persona es, al mismo tiempo, muchas. Si se dan las circunstancias y se baja la guardia, nadie está exento de cometer un crimen o, incluso, un acto aberrante. El propio Allen lo mostró en una de sus películas, Crímenes y pecados, en la que aborda el tema de la culpa a través de la historia de un honorable médico que ordena el asesinato de su amante. Todos tenemos un doblez. Todos, si lo buscamos, o si nos descuidamos, podemos caer en el abismo.
“Lo que nosotros vemos en la pantalla como divertido, la infidelidad, el engaño, la traición, es triste en la vida real. El cine te da una perspectiva cómica de situaciones muy duras y crueles”, dijo el creador de Medianoche en París el día del estreno de su película número 47. “Casi todo lo que hace gracia termina siendo trágico.”
La vida es comedia y drama. Todo al mismo tiempo, como lo reflejan muchas películas de Woody Allen. Y el hombre, también al mismo tiempo, es luz y sombra.
Disculpen. Los he traído hasta aquí y no puedo ofrecerles una respuesta. Mucho menos, una certeza contundente. Apenas estoy seguro de dos cosas. La primera es que la magia de Hannah y sus hermanas o La rosa púrpura del Cairo no garantizan, como me gustaría, la inocencia de Woody Allen. Y la segunda, que si alguna vez se probara que no es inocente, esas películas perderían, para mí, una parte esencial de esa magia.
LA NACION