04 Jun Vargas Llosa: “El escándalo y la publicidad me han salido al encuentro”
Por Ezequiel Martínez
Tiene setenta y nueve años. Ahí estaba, resistiendo la avalancha del tiempo. Miserable, tal vez, pero sano, sin más achaques que los connaturales a sus años –algo de sordera, mala vista, sexo muerto, caminar lento e inseguro, algún catarro o gripe en los inviernos–, nada de cuidado desde el punto de vista físico.
Esta fulminante descripción no coincide en absoluto con la del hombre de 79 años que ahora tengo enfrente y que el próximo 28 de marzo alcanzará las ocho décadas. Acaba de estrenar libro y pareja; ningún achaque, nada muerto. Sin embargo, así imaginó Mario Vargas Llosa a uno de los personajes de Cinco esquinas, su nueva novela. En estos días se están distribuyendo 200 mil ejemplares en todas las librerías de habla hispana y se dice que su autor habría cobrado un anticipo faraónico. Le sobrará para cubrir los gastos de su mudanza a esta residencia de Puerta de Hierro, en la periferia del centro de Madrid, donde recibe a Clarín y hoy convive con Isabel Preysler, la mujer de la que se ha enamorado luego de bajarle la persiana a un matrimonio de medio siglo y tres hijos con Patricia Llosa, su prima de naricita respingada, como el escritor la describió emocionado en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 2010.
Cinco esquinas es, también, el nombre de un barrio de Lima que conoció épocas de opulencia y terminó a pura decadencia durante el gobierno de Alberto Fujimori, contra quien Vargas Llosa perdió las elecciones presidenciales del Perú en 1990, en lo que fue su única y efímera incursión en la política profesional. Alrededor de ese eje geográfico el escritor dibuja esta novela que encierra los temas que lo obsesionan: Perú, la corrupción, la hipocresía, el erotismo, el periodismo sensacionalista… ese mismo que lo puso en la portada de la revista Hola en su edición especial del Día de San Valentín. Junto a su enamorada, claro.
En el comienzo de Cinco esquinas también hay una relación que alborota a los lectores. Dos amigas de toda la vida, Marisa y Chabela, suman a su vida acomodada, a sus esposos guapos y adinerados, a sus residencias doradas y a su existencia rubia y de ojos claros, el descubrimiento del cuerpo de la otra. Ese éxtasis erótico, que va en aumento con el correr de las páginas, ocurre justo en el momento en que el esposo de una de ellas es chantajeado por un periodista que hizo del amarillismo la piedra filosofal de su éxito. Por razones que no viene al caso adelantar acá, el extorsionado millonario es defendido por su abogado y mejor amigo, que es justamente el esposo de la otra. Ese revoltijo es aderezado con un asesinato e historias que atraviesan todos los niveles sociales, en el contexto del Perú de los años 90, alterado por el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción y los toques de queda en el ocaso del fujimorismo. Vargas Llosa en estado puro. Más cerca del que ha pisado las laudatorias alfombras rojas de la Academia Sueca que del que ahora gasta suelas en alfombras rojas de farándula, como hace un mes en los premios Goya.
–En “Los nuestros”, el libro que publicó en 1966 con los perfiles de quienes protagonizarían el boom de la literatura latinoamericana, el ensayista Luis Harss le dedica a usted este párrafo: “El escándalo y la publicidad son lo último que a uno se le ocurriría asociar con Vargas Llosa”. Y hoy (por ayer) un diario español titula la crónica de la presentación de su novela así: “Vargas Llosa alardeó de sexo ante las íntimas de Isabel”.
–Pues así es la vida: el escándalo y la publicidad me han salido al encuentro, no lo he buscado yo. Desgraciadamente es un fenómeno de nuestro tiempo, ya no existe lo privado, todo es pasto de la chismografía que se ha colado hasta en los medios más serios. Yo tuve que protestarle a The New York Times, que entró en esta chismografía estúpida con una calumnia donde informaba de un Twitter que no tengo ni nunca tendré donde yo hacía publicidad de mi vida privada, que además dijo que había vendido a la revista Hola toda mi chismografía sentimental y que había cobrado 180 mil dólares, ¡una cosa verdaderamente infame! ¡El New York Times, que se supone que es un periódico serio, de repente me baña de invenciones!
–Uno de los ejes de la novela es, precisamente, una crítica a la prensa sensacionalista. Usted terminó de revisar el manuscrito en el medio…
–…de este desbarajuste, sí. Pero todo lo que tiene que ver con estos pasquines lo había escrito antes, siempre fue uno de los temas centrales de la historia. No tiene sentido asociar la novela con mi vida sentimental. Pero justo me vi envuelto en toda esta publicidad al mismo tiempo que se publicaba la novela y eso ha creado una imagen muy inexacta de lo que es Cinco esquinas. Es una crítica muy radical de lo que son las dictaduras y de cómo se valen de los medios de prensa para callar las críticas y para impedir que se ejerza la oposición en condiciones más o menos de equidad, de normalidad.
–Usted comentó que el disparador del libro fue la imagen de dos mujeres juntas, que es la escena con que arranca la novela. ¿Cómo derivó eso en una historia sobre la corrupción y el terror al final del gobierno de Fujimori?
–En realidad la novela surge antes de esa escena entre estas amigas, pero me parece que redondea muy bien el clima que se vivía en los finales de la dictadura de Fujimori. El terrorismo, el toque de queda, la incertidumbre y el miedo a caer víctima de estos grupos que infundían terror. Ese clima, entre otras cosas, exacerbaba mucho también la vida sexual. El sexo llegó a convertirse para mucha gente en una tabla de salvación, era lo que te permitía olvidar toda la inseguridad y el caos en que se vivía. Entonces la imagen de estas dos señoras que jamás habían tenido ningún tipo de vocación homosexual, que de pronto por el toque de queda tienen que pasar una noche juntas y viven una experiencia insólita en sus vidas, me pareció que creaba el clima adecuado para contar la historia.
–¿Y lo de la prensa sensacionalista?
–Quería contar algo relacionado con lo que fue la utilización del periodismo amarillo por la dictadura de Fujimori. Cómo utilizó el periodismo de escándalo para intimidar a los críticos, para hundir en la mugre a sus adversarios, lo que fue una política sistemática que llevó a cabo su jefe de Inteligencia, Vladimir Montesinos, que financiaba estos pasquines y se jactaba de ponerles los titulares a estos periodiquitos que se colgaban en los quioscos, en las calles, con los que le interesaba llegar al gran público. Y la verdad es que lo consiguió, porque bañaron de mugre a todo el que se atrevía a criticar al régimen.
–Alguien podría pensar que todavía quiere tomar revancha porque le ganó las elecciones presidenciales. No pierde oportunidad de criticar a Fujimori.
–Es que no me voy a cansar de criticar al que fue uno de los gobiernos más catastróficos y más corruptos en la historia del Perú. Desgraciadamente, la hija está en punta en las encuestas para las próximas elecciones.
–¿Y qué explicación le da a ese fenómeno?
–En primer lugar, la enorme cantidad de dinero que robaron les permite hacer una gigantesca campaña electoral, con una infraestructura publicitaria que no puede organizar ningún otro candidato. Entonces el Perú entero está empapelado con carteles de Keiko Fujimori, hasta en sitios donde no llegan los demás. Tampoco nos engañemos, las dictaduras no siempre son impopulares, desgraciadamente.
Vargas Llosa aprovecha la pausa que genera la llegada del mayordomo que le trae un vaso de agua (rigurosa chaqueta verde con botones dorados, guantes blancos que sostienen una bandeja de plata), para preguntar por la Argentina. “¿Cómo andan las cosas por allá con el nuevo gobierno? Yo estoy esperanzado con que ahora todo allí mejore”. Confirma que va a asistir a la próxima Feria del Libro de Buenos Aires (aunque no confirma si solo o acompañado) y acota: “Espero que esta vez no haya escritores que firmen un manifiesto para que no me dejen hablar. ¡La última vez lo firmó hasta el director de la nueva Biblioteca Nacional!”, recuerda, en referencia a la Feria de 2011, cuando un grupo de intelectuales K resistieron su presencia por sus críticas al gobierno.
El amplio salón de la residencia donde recibió a Clarín está tapizado de bibliotecas y coronado con un gran retrato de Isabel Preysler sobre la chimenea. El lugar es acogedor y la luz cálida del atardecer de Madrid se cuela entre la espesura de los cortinados. Para llegar hasta ese living hubo que atravesar un portón automático vigilado por cámaras de seguridad, recorrer un zigzagueante camino de guijarros y descubrir el frente de una mansión generosa, abrazada por ramas ahora secas pero que en el verano deben teñir todo de verde. Ahora acá es invierno y el autor de Conversación en la Catedral parece cansado pero feliz. No sólo por su nueva relación, como se ha visto forzado a admitir, sino porque en abril la prestigiosa colección de La Pléyade va a publicar en dos tomos ocho de sus novelas. “La Pléyade siempre fue para mí la idea del canon, de todo lo que es importante en literatura. Saber que me iban a publicar allí ha sido la satisfacción más grande que me ha dado mi vocación; ni el Nobel me produjo una emoción tan grande”, reconoce. Tampoco baja la guardia. Es como un mosquetero. Me lo dice cuando le recuerdo otra vez el libro de Luis Harss.
–¿Se da cuenta de que luego de la muerte de Cortázar, Fuentes y García Márquez, es el único de los cuatro pilares del boom latinoamericano que queda vivo?
–Los tres mosqueteros que éramos cuatro. Es una constatación un poco melancólica saber que han partido todos, pero también hay que decir que todos ellos eran mayores que yo. Cortázar tenía 22 años más que yo. ¡Pero no tengo ninguna prisa en reunírmeles, voy a procurar quedarme aquí todo lo que pueda!
CLARIN