Un cuento chino

Un cuento chino

Por Ezequiel Fernández Moores
posible imaginarlo en el Siglo III antes de Cristo, cuando ya hay chinos que juegan pateando una pelota. En el norte del país, el objetivo es impedir que el rival capture el balón. Es un juego de posesión, a lo Barcelona. El elitista cuju, tal su nombre original, ya es fútbol el 1° de octubre de 1949, cuando Mao Zedong proclama la República Popular en la Plaza de Tiananmen e invita a Pekín al Shengyan Football Club para que juegue un partido ante las autoridades del Partido Comunista. Tampoco podíamos imaginarlo en “El incidente del 19 de mayo”, del más cercano 1984, cuando las reformas de Deng Xiaoping impulsan el fútbol profesional. Hong Kong, todavía bajo bandera británica, gana 2-1 ante más de 60.000 espectadores que abarrotan el Estadio de los Trabajadores. Furiosos por la derrota, miles de fanáticos queman autobuses y rompen locales y autos en las calles de Pekín. Nadie podía imaginar entonces que, algún día, el fútbol chino gastaría más dinero en fichajes que la millonaria Premier League inglesa. O que las Ligas de España, Italia, Alemania y Francia juntas. Y que el inicio de su nuevo campeonato, como sucedió el fin de semana pasado, opacaría el comienzo de la temporada del soccer, la Liga MLS de modelo “socialista” de Estados Unidos.
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A los 26 años, Alex Teixeira jamás jugó partidos oficiales para la selección mayor de Brasil, pero el Jiangsu Suning chino lo compró por 50 millones de euros. Debutó el último domingo en la Super Liga con dos goles. Su pase costó ocho veces más de lo que pagó hace un año Los Angeles Galaxy por el mexicano Giovanni dos Santos, último fichaje top de la MLS. El pentacampeón Guangzhou Evergrande pagó 42 millones por el atacante colombiano de 29 años Jackson Martínez, pese a que viene de un gran fiasco en el Atlético Madrid. La Super Liga china gastó un total de 334 millones de euros, contra 253 millones de la Premier League. Cerca de diez veces más de lo que gastó la MLS. El mejor salario de la MLS es Kaká, con 7,1 millones de dólares. Ezequiel Lavezzi ganará el doble con el Hebei China Fortune. El Pocho cobrará casi cinco veces más de lo que recibe Andrea Pirlo en el New York City. La MLS, entre decenas de regulaciones que buscan equilibrar la competencia, impone topes salariales. La media salarial anual es de unos 175.000 dólares, excepto los tres jugadores franquicia autorizados a cada club, como los casos de Kaká, Pirlo y otros. La TV estatal china pagará 250 millones por año, casi cuatro veces más que la TV de Estados Unidos. La locura millonaria del fútbol chino es casi una orden del presidente Xi Jinping, que ahora sueña con albergar un Mundial. Estados Unidos ya perdió la Copa 2022 a manos de Qatar. Ambiciona la sede de 2026. FBI mediante, Estados Unidos instaló bufete y consultoría en la nueva FIFA. Pero el último gran patrocinador, el fabricante de autos Alibaba, es chino. También pasó a ser de capitales chinos Infront, la agencia del sobrino de Joseph Blatter que comercializa derechos de la FIFA. Las dos superpotencias están jugando su propio partido.
Capitales chinos compraron acciones de clubes como Atlético Madrid y Manchester City, pero Estados Unidos lleva aquí la delantera. Sus magnates son dueños, entre otros, de Manchester United, Arsenal y Liverpool. Son tres de los cinco clubes ingleses que se reunieron la semana pasada en Londres con Charlie Stillitano, director de Relevant Sports, organizadora de la Internacional Champions Cup (ICC), torneos de pretemporada que paga Stephen Ross, el millonario patrón de los Miami Dolphins de la NFL del football americano. “¿Quién creó el fútbol?”, provocó Stillitano la semana pasada. “¿Manchester United o Leicester?”. Aprovechando la debilidad de FIFA, UEFA y Conmebol tras los escándalos de corrupción, la ICC, dicen en Inglaterra, planea una Champions paralela, con más dinero para los clubes más poderosos, que llegarían por “invitación” directa, sin necesidad de clasificación. Stillitano, un Gordon Gekko del fútbol, quiere evitar sorpresas al estilo Leicester, el club de presupuesto menor que parece cada vez más cerca de conquistar la Premier League y de ganar un lugar en la próxima Liga de Campeones. Leicester no figura en los rankings de Forbes. Lo suyo es mérito deportivo. Fútbol.
“China -dijo Blatter en 2014, siempre feliz cuando hiere sentimientos ingleses- es la cuna de las primeras formas de juego del fútbol”. Si fue realmente cuna y si tiene más habitantes que nadie, ¿por qué, como se preguntó una vez Bora Milutinovic cuando dirigía a la selección, China no ha logrado jamás reunir once jugadores que formen un equipo decente? ¿Por qué si el fútbol fue siempre el deporte más popular del país? El emperador Wu, séptimo de la dinastía Han, que gobernó entre el 141 y 87 a. C., era “entusiasta y experto” del antiguo cuju. En 1982, miles de chinos invadieron las calles celebrando un triunfo ante Kuwait que dio esperanzas de clasificación al Mundial de España. Otros miles, fue dicho, rompieron autos y locales, frustrados tras una derrota de 1984 ante Hong Kong. Peor aún fue la furia tras la caída 3-1 en Pekín, en la final de la Copa Asiática 2004 ante Japón, viejo invasor. Se quemaron banderas japonesas, se destrozaron autobuses fletados por la Embajada japonesa y se rompieron lunetas del coche oficial de un ministro japonés. Los hinchas japoneses permanecieron refugiados horas dentro del estadio. Un año antes, el triunfo ante Omán que valió la clasificación al Mundial 2002 fue visto por 250 millones de chinos. Inglaterra sabe de qué se trata. Manchester United tiene cien millones de hinchas en China. En 1998, jugaron Everton (con el defensor Li Tei y Kejian de patrocinador) vs. Crystal Palace (alistó a Sun Ji Hai). Ciento cincuenta millones de chinos vieron el duelo por TV.
¿Qué falló entonces? Que Asia, dicen especialistas, es continente de campesinos y el fútbol es juego de ciudad. Que las distancias y las guerras más intensas y duraderas dificultaron la competencia continental. Que el colonialismo europeo fue diferente en África porque Asia, con ejércitos más poderosos, resistió al sometimiento. Que Estados Unidos llevó su béisbol. Que Mao, arquero en su escuela de Hunan, prohibió el fútbol de 1967 al ’71, en tiempos de Revolución Cultural. Y que la corrupción (arreglo de partidos en combinación con apostadores o a cambio de favores políticos) arruinó todo. En 2001, al día siguiente del histórico triunfo ante Omán, estalló el escándalo de arreglos en segunda división. Una goleada 11-1 y otra 6-0, con los cuatro goles que se precisaban para ascender en los cinco minutos de un descuento eterno. Estallaron más escándalos de 2007 a 2010. Un dirigente del Qingdao Hailifeng confesó su furia contra un jugador que, con el arco que le dejó libre su propio arquero, falló por malo un gol en contra que él necesitaba para su apuesta ilegal. Árbitros llorando ante la TV. Castigos para todos, incluidos jugadores y clubes, entre ellos el Evergrande hoy pentacampeón chino y bicampeón asiático, y que derrotó al mexicano América en el último Mundial de Clubes. Los escándalos ahuyentaron. Por eso, la nueva norma del gobierno que obliga a jugar fútbol en las escuelas. Además, están los acuerdos con clubes poderosos de Europa y con Jorge Mendes, el todopoderoso agente de Cristiano Ronaldo, para que, a cambio de patrocinio, jueguen juveniles chinos en la segunda división de Portugal.
China impulsó deportes individuales para sumar medallas olímpicas. Repetir hasta mecanizar movimientos fue siempre más difícil en deportes colectivos. Más aún en el fútbol, donde el engaño permanente desafía a crear más que a obedecer. Como sea, el presidente Xi Jinping incluyó en 2015 al fútbol en su plan de cincuenta puntos para una nueva China. Años antes había contado que tenía tres deseos: clasificar a otro Mundial, organizar un Mundial y ganar un Mundial. Lo recordó años atrás un informe de The Economist, que decía que el fútbol es en China “una dolorosa broma nacional” y recordaba un chiste popular en Pekín: Buda le dice a la gente que puede cumplirle un deseo y alguien pide si puede bajar los precios de las propiedades en China. Como Buda no responde, la persona le pide entonces si puede ayudar a la selección china a clasificarse a un Mundial. “Mejor -responde Buda- hablemos de los precios de las propiedades”.
LA NACION
ILUSTRACION: DOMENECHS