04 Jun “La jugada maestra”: Jaque mate a la Guerra Fría
Por Hernán Firpo
En 1972, la Guerra Fría, y su paz perturbadora, tuvo uno de los momentos geopolíticos más extraordinarios con una partida de ajedrez que mantuvo al mundo (bipolar) en un estado de beligerancia simbólica. De alguna manera, Boris Spassky y Bobby Fischer elevaron la apuesta de misiles y ultimatums, convirtiéndose en dos intérpretes que sublimaron la condición del enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Desde principios de julio hasta fines de agosto de 1972, el ruso y el yanqui chocaron a la sombra del intelecto. Se decía que Fischer, por entonces de 29 años, era un arribista temperamental de estilo agresivo, frontal y dueño de una inteligencia por encima de la media.
En cambio, Spassky, oriundo de Leningrado (30/1/1937), era un erudito dogmático representante de una tradición que, a esa altura de los setenta, llevaba 24 títulos ininterrumpidos desde 1948. O sea, el momento cumbre de la Guerra Fría, y del ajedrez, quizá se haya visto reflejado en una oración de supremacía intelectual.
El 10 de marzo se estrenó La jugada maestra (Pawn Sacrifice), película que pone el zoom en lo que se conoció como el Match del Siglo. El filme recorre, de manera más indirecta, un segmento crucial en la historia del ajedrez: Robert James Fischer, más conocido como Bobby, el joven que había nacido en Chicago y que a los 12 años ya asombraba por sus aptitudes para el juego.
La chance mundialista ocurriría en la impensada Reikiavik, Islandia. Otro planeta.
La jugada maestra
Tobey Maguire. El actor de “El Hombre Araña” interpreta a Bobby Fischer.
¿Puede que un partido de ajedrez haya intercambiado la “frialdad” de la guerra por una actitud, digamos, cool? ¿Puede que jugando se solucione cualquier tipo de problema? Al fin y al cabo, Spassky y Fischer encarnaron el respeto entre dos superpotencias que se saludaban. De un lado, el reinado soviético con Spassky extendiendo la racha luego de su triunfo contra Petrosian (también soviético). Del otro, la posibilidad de que los Estados Unidos tuvieran su primer campeón mundial de la disciplina. Una sola vez en la historia se mantuvo en vilo al mundo con un tablero lleno de cuadraditos. Es más, ¿cuándo se supo algo de ajedrez luego de los Spassky, los Fischer, los Karpov y los Kasparov? 1972: todavía no había noticias del término globalización, pero en este diario del confín se siguió la partida paso a paso: “Fischer, El Insólito, no se presentó “, se publicaba en referencia a que Spassky se había adjudicado el segundo match porque Fischer no se había presentado a jugar en el plazo de una hora concedido por el reglamento.
El diario La Opinión del 19 de julio de ese año le dedicó una página a conjeturar que Fischer era “el más serio peligro” que afrontaba el “predominio soviético”. La semblanza pintaba a Spassky como un deportista de “enorme empeño”. Pero de Fischer destacaba “el estilo desafiante”, aunque describía su talón de Aquiles: “Un carácter sensible lo afecta psicológicamente en algunos momentos de la lucha”.
Un año antes, en 1971, Fischer había disputado la final de match de Candidatos al título del mundo, torneo que tuvo lugar en nuestro Teatro General San Martín. Un redactor de la revista Siete días logró hablar con Fischer. ¿Cuándo tuvo conciencia de que usted era el ganador del match?, quiso saber. “Nunca antes de que Petrosian abandonara la novena partida”, soltó Fischer. ¿Considera que (Tigrán) Petrosian -ex campeón mundial- estuvo ajedrecísticamente a la altura de sus méritos? “Hizo todo lo que pudo”. Finalmente le preguntó dónde disputaría el título de campeón mundial contra Spassky y Bobby se mostró indiferente: “En cualquier parte”.
Nadie spoilea la película si se dice que Fischer obtuvo el título de campeón del mundo y que llegó al match luego de que la federación a cargo modificara las reglas y se armara una eliminatoria de partidos rápidos, coincidentes con el estilo incisivo del norteamericano. El loco lindo, extravagante, polémico en sus declaraciones y sus modos. “El insólito”, de acuerdo con la prensa argentina, era un típico geniecillo: intolerante, solitario, obsesivo. A Spassky -seguramente construido por el mismo guionista de Fischer- se lo narraba como una máquina seria, abstemia y académica. Dijo Fischer previo al match: “Una revista rusa me trató de caprichoso, engreído y paranoico. Que carecía de principios y que no era lo suficiente como ser humano. Me enferma esa hipocresía”. La URSS apuntalaba la práctica del ajedrez dando subsidios y becas o financiando a los principales proyectos del sistema. Fischer no. El era un jugador heterodoxo que había llegado al tablero de casualidad y se pulía en trances de autodidacta con revistas especializadas.
Lo cierto es que para el Match del Siglo, Fischer abusó de las ideas fundamentales de libertad que predicaba su país y apareció por Islandia unos cuantos días más tarde de lo previsto, demora que motivó que Henry Kissinger, por entonces secretario de Defensa de los Estados Unidos, gestionara los correspondientes pedidos de disculpas. Cada uno llegó a la partida del siglo comportándose como las machiettas de lo que representaban sus propios imperios. Años después se sabría que mientras Spassky peleaba por convencer al Comité Deportivo de la URSS, explicando “que una persona no era propiedad del Estado”, Fischer negociaba condiciones con la Fox y tenía más exigencias que Mick Jagger y Madonna juntos: 1) Las cámaras debían estar lejos y no se debía escuchar el mínimo ruidito. 2) Fischer pretendía cobrar bastante más dinero del convenido. 3) Que la luz sobre el tablero esté así o asá, según su antojo. Por sus famosas y cambiantes exigencias, en más de una oportunidad lo amenazaron con la descalificación. Aunque obviamente no lo escribió pensando en él, Gombrowicz lo hubiera resumido en una sólida línea: “Cuanto más inteligente se es, más estúpido”.
CLARIN