La grieta más triste: Maradona se abrazó a Pelé para apuñalarlo a Messi

La grieta más triste: Maradona se abrazó a Pelé para apuñalarlo a Messi

Por Fernando González
Hace muchos años que Diego Armando Maradona, el Diez, el Diego de la gente, el de la mano de Dios, se dedica metódicamente a desmoronar el mito deportivo más grande que jamás tuvo la Argentina. Es un fenómeno de autodestrucción imperdonable. En cada ocasión nos pone un poco más tristes. Y eso que los amantes del fútbol acudimos al auxilio de la memoria para cauterizar el enojo con todas aquellas imágenes que nos hicieron felices. El debut ante Hungría a los 16 años. El gol a la Unión Soviética (ese ícono retro) para ganar el Mundial Juvenil en Japón y avisarle al planeta que ya estaba listo para las hazañas globales. El golazo a los ingleses en el cielo de México 1986. Y el espíritu guerrero de Italia 1990, con llanto incluído e insultos a los italianos que silbaban el himno argentino.
El problema con Maradona es todo lo que vino después. La decadencia como una catarata, las peleas minúsculas y las obsecuencias innecesarias con Carlos Menem, Con Cristina, con Chávez, que sólo fueron transformando su imágen de bronce en la de un fantasma chamuscado. Hace unos días dijo que “le daba vergûenza ser argentino” por algún gesto de la política exterior de Mauricio Macri. Y ayer superó la barrera inferior de sus descensos. Maltrató a Lionel Messi mientras se abrazaba con Pelé. “Es buena persona”, le dijo, sabiendo que hoy los micrófonos de última generación lo escuchan todo. “Pero no tiene personalidad para ser líder…”. El brasileño lo miraba a Diego y casi no lo podía creer. Justo darle esa ventaja al enemigo perfecto. Al adversario que representaba todo lo contrario del argentino rebelde. El amigo genuflexo de los gerentes de la FIFA. El que jamás criticaba a nadie. El que lo ignoraba estratégicamente y al que nuestro crack le había dedicado una metáfora incomprobable sobre su debut sexual. Una maniobra genial para ganarle al menos la batalla dialéctica al hombre que tenía tres copas mundiales en su historia.
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Es cierto que Maradona, rey del universo ególatra del fútbol, siempre había visto con resquemor el surgimiento de Messi como ídolo competidor en la épica del fanatismo argentino. El chico que se había ido de Rosario a los 12 años ganaba torneo tras torneo en el poderoso Barcelona e iba por el cetro del viejo astro. Y estuvo muy cerca de arrebatárselo porque si Lionel se hubiera consagrado campeón mundial en Brasil la polémica hubiera quedado saldada. Pero no. La Selección de Messi tropezó a las puertas de la gloria y las hazañas de Diego volvieron a quedar demasiado lejos. Tal vez si se gana esta Copa Centenario en los Estados Unidos. Tal vez si se consigue el milagro del Mundial de Rusia en el todavía lejano 2018. Pero esos sueños hoy parecen imposibles. Y Messi ya no será ese chico de velocidad y técnica asombrosas sino un jugador con demasiados golpes y con 31 años llenos de interrogantes.
Por eso duele la puñalada de Diego a Lionel. Por innecesaria. Y encima con Pelé como compinche. Como si los dos veteranos hubieran pactado la foto para dejar en claro que ese altar era sólo para ellos. Y sobre todo nos lastima a los que jamás vimos a Messi como un competidor de Maradona sino como el heredero soñado. El que iba a prolongar los logros y el que iba a volver a levantar la Copa Mundial que tanto conmueve al país necesitado del placebo de la ficción. El mundo se ríe de nosotros en estas horas y las redes sociales celebran el último capítulo de la grieta argentina. Que va camino al Bicentenario y que ya vaticinaba Hernández con aquello de que si los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Pero el Martín Fierro casi no tiene lugar en los ebooks y llora en la soledad de las bibliotecas. Mientras tanto, Messi tendrá que volver a vestir la camiseta celeste y blanca esta noche en Chicago para ver si la tragedia criolla le brinda otra oportunidad de volver a competir con los dioses.
EL CRONISTA