La desaparición del gaucho rastreador

La desaparición del gaucho rastreador

Por Matteo Goretti
El avance del alambrado, la expansión de la agricultura y la paulatina reducción de las grandes propiedades llevaron a que los gauchos abandonaran su estilo de vida y tuvieran que buscar un trabajo estable y a las órdenes de un patrón. De este modo, desapareció el gaucho rastreador, mientras que el gaucho baquiano y el gaucho cantor -en franco retroceso- tuvieron que adaptarse al nuevo contexto.
Tito Saubidet, en su Vocabulario y refranero criollo, define al rastreador como un “gaucho que sabe seguir la huella o rastrillada de personas, animales o cosas, así como descubrir indicaciones útiles relativas al caso (?) En épocas pasadas la justicia los ocupaba para sus servicios, pues eran un precioso aliado”.
Calíbar es el más recordado de los gauchos rastreadores; puntano, nació a comienzos del siglo XIX. Domingo F. Sarmiento lo conoció y lo retrató en su Facundo de este modo:
“En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o vacío. El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa. (?). Un robo se ha ejecutado durante la noche; no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama enseguida al rastreador que ve el rastro y lo sigue sin mirar, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra es una casa y, señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: ¡Éste es!. El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es la evidencia misma; negarla sería ridículo, absurdo.”
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En La Pampa, costumbres argentinas (1889), Alfredo Ebelot recuerda: “Sabíamos a qué hora habían entrado y conocíamos su dirección (…). Faltaba un solo detalle para organizar la persecución: cuántos eran. El rastreador miró largo tiempo, callado, las intricadas pisadas . (?) Han pasado seis caballos montados, quince sueltos, y una yegua madrina con un potrillo de seis a ocho meses.” Los ladrones fueron tomados al día siguiente.
Rufino Natel, puntano, nacido a fines del siglo XVIII, es recordado como uno de los mejores rastreadores. Fue propietario de pulpería y jefe de posta en San Luis. Se definía como “rastreador-detective gaucho”. Lo menciona Eduardo Gutiérrez (1851-1889) en su libro El rastreador (1884):
“Al poco tiempo de marcha, Natel se detuvo y ensen?o? al oficial un sitio en el cordo?n de la vereda: alli? los yuyos que se cri?an entre los ladrillos y piedras estaban aplastados, indicando que un gran peso habi?a reposado alli?. Aqui? mi hombre se ha sentado -dijo Natel-; pero esto importa muy poco: lo que es necesario saber es por que? se ha sentado. Natel camino? solo ma?s de 20 varas y regreso? enseguida donde habi?an quedado los compan?eros, a quienes dijo: Mi hombre no tiene un pelo de zonzo; ha estado aqui? sentado pensando la manera de despistarme hasta que cree haberla hallado, y la ha puesto en pra?ctica enseguida.
“Sentado aqui?, se ha sacado la bota del pie derecho, porque aqui? hay un rastro tan liviano y poco marcado que no puede ser sino causado por la presio?n de una bota vaci?a. (?) se ha sentado alzando las piernas en el aire y se ha puesto las botas, sin tomar otra precaucio?n, lo que prueba que crei?a haber borrado todo rastro anterior.”
LA NACION