La clase media cambia de hábitos para llegar a fin de mes

La clase media cambia de hábitos para llegar a fin de mes

Por Gabriela Ensinck
Los sábados a la tarde, José Luis (46, arquitecto), incorporó una nueva rutina a su fin de semana: ir de compras al Mercado Central con su familia. “Se consiguen buenos precios en productos frescos, y a veces traemos ropa “, dice este padre de cuatro hijas que vive en un barrio cerrado del Gran Buenos Aires. Graciela (37) y un grupo de amigas del gimnasio hacen carpooling para ir al hiper mayorista a hacer la compra mensual. “Es una salida y, además, se puede pagar en cuotas con la tarjeta”, dice.
Andrea (29) se confiesa fanática de las compras online, ya que “hay descuentos según el día, horario y forma de pago”, y gracias a plataformas como Renovatuvestidor, puede revender la ropa que compró el año pasado en Miami y conseguir otras prendas “de primeras marcas y que están como nuevas”, a precios accesibles. “Empecé a dejar el auto en la calle, dejé de comer afuera, voy al cine cuando tengo 2×1 y apagué el split para amortiguar el tarifazo”, confiesa Paola (42), contadora pública y administradora de un edificio donde muchos vecinos dejaron de cumplir con las expensas.Con una caída del poder adquisitivo que ronda los 10 puntos en el primer trimestre del año (según el Centro de Economía Política Argentina, CEPA), la clase media aún tiene resto si se la compara con los sectores más desfavorecidos , pero hace malabares para llegar a fin de mes.
“Lo que llamamos clase media no es un conjunto homogéneo, sino que hay diversidad entre los estratos”, apunta Guillermo Oliveto, especialista en consumo y director de la consultora W.
Según un informe de esta consultora, un 30% de la población argentina pertenece al nivel C3 (clase media típica, con ingresos mensuales promedio de $ 17.250 en 2015); y un 18% pertenece al nivel C2 (clase media alta, $ 34.000 mensuales).
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“Si bien el nivel de ingresos es un indicador importante, la clase media se define principalmente por el nivel de estudios, cultural y tipo de ocupación. Una baja en el ingreso real provoca cambios en el consumo. Pero una caída en el empleo puede llevar a una movilidad social descendente”, advierte el especialista.
Mariela Mociulsky, titular de la consultora Trendsity, coincide con el diagnóstico. “Desde fines del año pasado observamos cambios en el consumo del nivel socioeconómico C2 y C3. Con la incertidumbre y la suba de precios previa a la devaluación, creció la preocupación por llegar a fin de mes, y esto se tradujo en una racionalización de las compras: recorrer más lugares, comprar en distintos momentos de la semana según la vigencia de promociones y descuentos, evaluar precios y propuestas de valor a través de Internet”, describe Mociulksy.
“Los más jóvenes se apoyan en la tecnología, y los más experimentados en los aprendizajes de la crisis del 2001: compras comunitarias, ir al mayorista, optar por segundas marcas y recortar consumos no imprescindibles sabiendo que hay otros que no se resignan: colegio de los hijos, prepaga de salud (a lo sumo, pasar a un plan más bajo) y conectividad”, enumera.

Un difícil equilibrio
Una caída en las ventas de los canales tradicionales como supermercados y autoservicios, un leve aumento en los canales mayoristas y comercios de proximidad (“exprés” y ferias barriales), la preferencia por marcas propias y segundas marcas, son algunos signos de estos tiempos revelados en el estudio “Pulso Social 2016” de la consultora CCR.
El informe destaca que el segmento de clase media alta es el que mayor racionalidad impone al consumo, visitando cinco o seis lugares diferentes para hacer las compras, frente a cuatro lugares que visitan los consumidores de menores ingresos (D1 y D2). Las categorías que más retrocedieron son los alimentos congelados, bebidas, cosméticos y golosinas, aunque también se desplomó el consumo de carne (5,2% en lo que va del año) y aumentó el de fideos, todo un síntoma de que la crisis se sentó a la mesa de los argentinos.
Sin embargo, los sectores medios se aferran a consumos no esenciales, como tecnología e indumentaria, “portables y mostrables, que le dan identidad”, al decir de Guillermo Oliveto, quien traza una radiografía de este estrato social en su último libro, Argenchip.
“Para los sectores medios, el acceso al consumo es clave, y si no llegan, lo pagan en cuotas. La inflación está naturalizada, y para ganarle al sistema, se volvieron tarjeteros, cuponeros y cuoteros, con la convicción de que pagar menos es lo más”, describe.

Nuevos ideales
Pertenecer a la clase media es un viejo aspiracional de la sociedad Argentina. “Y si bien sólo un 45% cumple con esa condición, casi el 80% de la población se considera de clase media aunque está por encima o por debajo”, destaca Gabriel Foglia, decano del Departamento de Economía de la Universidad de Palermo.
Para la economista Victoria Giarrizzo, del Instituto de Investigación en Economía Política (IIEP Conicet), “el verdadero quiebre se dió en 2001, cuando parte de la clase media cayó en la pobreza, que alcanzó al 54%, aunque luego se recuperó teniendo a la educación como principal vector de ascenso social”.
A partir de esta crisis, el auto y la casa propia, aspiraciones icónicas clasemedieras, fueron perdiendo relevancia. “Si bien un 65% de las familias argentinas son propietarias, el acceso a la vivienda se estancó en las últimas dos décadas y esto hizo que los jóvenes prefieran alquilar en un lugar cómodo a pagar con sacrificio una vivienda más pequeña o a refaccionar.
En cuanto al auto, muchas familias de menores ingresos pudieron acceder a modelos usados en la última década, y otras de mayores ingresos lo consideran un gasto que prefieren destinar a viajes y experiencias.
En un 2016 que se presenta con salarios atrasados y nuevos precios y tarifas, la clase media cambió de hábitos para resistir. La pregunta es hasta cuándo.
EL CRONISTA