02 Jun Kalbermatter, el hombre que supo hacer las cosas por amor
Por Gustavo González
Hace 17 años, la vida le jugó una carta fuerte a Néstor Kalbermatter y él respondió con otra tan intensa, tan despojada y definitiva, que no le importó tener apenas un hilo de esperanza de ganar la mano. Su hijo Erik nació con síndrome de Down y él, un exitoso entrenador de sangre pura de carrera santafecino, con prosapia pero con talento propio para triunfar en Buenos Aires, sintió que si el mundo le cambiaba él debía cambiar.
“Dejé de cuidar a fines de 2000. Gané con el Negro Sena un handicap en La Plata, con Elaborado. Fue la última carrera que corrí; desde entonces me dediqué al nene y también mi esposa, María Rosa O’Donnell, una mujer extraordinaria -prima hermana de Pacho y de los periodistas María y Santiago-. Teníamos plata ahorrada. Llevamos a Erik a todos lados, para hacer consultas. Nos quedamos en Buenos Aires.”
Como muchos, Néstor llevó el amor, que es el sentimiento más fuerte, al extremo de postergar otro. “Estuve muy poco en Rosario, donde empecé a entrenar en el 87, y me vine al año siguiente, pero no me querían dar boxes al principio porque no tenía la patente de Palermo y tuve que mudarme a un stud en Migueletes y Matienzo, alquilado. Cuando vieron que seguía corriendo, hasta el presidente de la comisión de carreras preguntó cómo era que yo seguía y me dieron la patente. Ahí estaban Nuevo Dólar, Comical (millero, ganador del clásico Capital). Me quedé casi un año y conseguí stud en San Isidro; llegué a tener 50 caballos. No me puedo quejar, el turf me dio todo lo que tengo, en especial los amigos que estuvieron en las malas. También hubo gente que me defraudó. Nunca estuve suspendido, tampoco mi padre, Elbio. Mis caballos corren con boletos, vivimos del turf y lo tenés que querer, estar todo el día”.
Antes hubo un aprendizaje. Elbio fue un maestro de los que saben que se instruye mejor empezando de abajo en la jerarquía de una caballeriza, como seguramente le pasó a él con Teófilo, el abuelo de Néstor, preparador en las cuadreras. Un año cursado en Veterinaria no fue suficiente para impedir la tercera generación de Kalbermatter en la preparación de sangre pura. “Mi padre era muy correcto, muy derecho, serio; no me enseñaba, quería que aprendiera observando. No hubo libros. Sólo trabajar desde las 5, levantar camas. Es lo mejor que me pudo pasar. A los 20, en 1987, me dieron la patente y gané las cinco primeras que corrí; el invicto me lo saca mi padre por media cabeza en un clásico. Mi caballo se llamaba Citizen y lo montó Ángel Baratucci; el que le ganó, Mañero. Y cuando vamos bajando la tribuna me golpea atrás: ‘al profesor no le podés ganar’ (se ríe), no le hablé por tres días. Tenía 20 años… y pelo”.
La herencia de Cacho -como conocen los más íntimos a Néstor- incluyó algunos studs de nombre, que él no olvida, como Los Patrios, en su apéndice de Rosario: “Tuve momentos muy lindos cuando les cuidé a Victoria y Pablo Duggan. Al morir mi padre había cuatro caballos de ellos y me los ofrecen; yo ya cuidaba. Ganó pila de carreras mi papá con Los Patrios, tuvo a Niña Tul. Y recibo a Nuevo Dólar, ganador de una; conmigo ganó diez, cuando lo trajimos a Buenos Aires. Tuve la suerte de ganar tres en una reunión de San Isidro y dos en otra, en el 89 y 90. Me fue bien”.
Nuevo Dólar le dio fama de entrenador de velocistas a Kalbermatter. “Soy un cuidador muy artesanal, me gusta el detalle, cuido de 1000 a 2000 m. Tuve suerte con los velocistas y me rotularon como cuidador de la corta, pero cuando tuve caballos para más distancia gané en tiempo récord para los 1400m con Ergino (Bold Forli), que se vendió a Estados Unidos. La milla es la distancia que más me gusta”.
Después, Erik se hizo dueño de los Kalbermatter. Néstor y María tienen dos hijas, además, Bárbara y Lucila. Erik tiene la edad de aquella decisión de vida: 17 años. “Nuestro hijo nació con dos síndromes: de Down y el de West, que es la epilepsia más fuerte. Está controlado, pero dos o tres veces por semana le dan unos ataques de epilepsia que parece que se va a morir”.
El entrenador seguía allí, en la mente de Néstor, y como si fuera una parábola, Erik lo despertó, sentados los dos en el living de su casa en Pilar, juntos, como habían pasado los últimos quince años. “Estaba mirándolo y parecía que me decía «¿por qué dejaste, por mí?» Y mi mujer me dijo que volviera a hacer lo que me gusta, que Erik no se iba a poner mucho mejor que lo que está. Tuve la suerte de conocer a Gerardo Pighin y a Miguel Repetto, tenemos una relación de amistad. Gerardo tiene caballos en San Andrés de Giles, en el haras Tattersall y cría con Repetto”. María, que es abogada, también volvió a la profesión que había dejado. A los dos les va bien.
“Me fui a Chile, porque acá no me daban boxes, y Pablo Falero me recomendó con Marcel Zarour, que al poco tiempo murió y no llegué a cuidarle. Estuve seis meses allá, con el temor de que si a mi hijo le pasaba algo estaba lejos… En Chile resisten un poco a los entrenadores extranjeros, porque dicen que acá no les darían la patente. Hoy le va muy bien a [el jockey] Pedro Robles, pero estuvo más de un año para que le dieran los papeles”. El regreso también ofrecía una especie de revival. De nuevo a pelear por un espacio para ubicar los caballos que le habían confiado.
“Hace un año vine a probar suerte con un solo caballo, del haras Milenaria, de Repetto, que fue el criador de Infiltrada y es dueño del padrillo Ilusor, y arrendamos a Little Ilusion, con el que tuvimos la suerte de ganar, pero no teníamos boxes. Hasta que Gerardo compró un stud en San Isidro y hoy sumamos diez caballos a los que tengo muy bien. Mi capataz es Omar Martínez, entrenador, uruguayo, y colabora Cirilo Burgos, que está en el stud de Edgar Chiappero, al lado del mío. Si hacés un buen equipo, las cosas salen. Me corría Falero, pero tenía muchos compromisos. Ahora tengo a Mario Palacios, un chico entrerriano que vive en Luján, que me encanta cómo corre pero más me gusta como persona, viene cuando yo lo llamo. Acá me manejo con galopadores, aprontadores”, cuenta Kalbermatter, feliz aunque casi haya que empezar de cero y con algunas victorias ya, aunque eso parece ser lo de menos.
“El turf me dio muchas alegrías; todo lo que tengo lo hice en un stud. Mi padre tenía cuatro hermanos, todos cuidadores, uno mejor que el otro, en Santa Fe, y un primo, Jorge, en Rafaela, donde tiene una pista, que fue del hipódromo; lo llevamos en la sangre”, recalca Néstor. Pero, como si hiciera falta, como si no hubiera quedado claro en su historia, o simplemente porque sabe lo que es hacer las cosas por amor, aclara: “Mis hijos son mi vida”.
LA NACION