“Hoy las de 60 dan que hablar”

“Hoy las de 60 dan que hablar”

Por Marta Lacour
Por años, décadas y siglos, las mujeres nos hemos dedicado a ocultar o a “confesar” nuestra edad a medida que eso que llamamos, con liviandad, el “tiempo”, simplemente avanzaba. La edad: ¿prueba de un delito o delito en sí misma? Veinte, treinta, todo bien; cuarenta, uhmm; Cincuenta, sesenta, ¿se escapa un… ¡ayy!? Pues no. Al tiempo (uff…) que cunden cirugías y retoques digitales, invertimos el peso de la prueba: el estilete de los años es ahora nuestro, no ya de los cirujanos. Orgullosas del haber de las décadas, nos tomamos “seriamente en solfa”. Así, Hilda Levy, psicóloga y escritora, sacó del tintero Mujeres de 60, pequeño manual ilustrado de resistencia: libro que nos habla de quienes somos, fuimos o seremos y que, en risueña asociación con Liliana Pécora, actriz, cumple ocho temporadas de teatro en formato unipersonal, “típicamente femenino”, y sube ahora a escena, nuevamente.
“La idea surgió de mis sesenta, de los comentarios de mis amigas y, obviamente, de lo que exponían mis pacientes”, relata Hilda, que ha recorrido un largo camino, profesional, de vida y de escritura. “No me convertí en escritora, siempre lo fui. En el secundario editaba un diario que contaba con humor los avatares de la vida en el colegio. Lo llamé El Machete y lo leían mis compañeras, las de otros cursos y los profesores. Escribí poesías, recibí premios. Ya adulta, graduada, escribía pequeñas anécdotas y comentarios con referencia a circunstancias que me relataban mis pacientes. Un día, decidí que esos sueltos sobre la vida diaria podían salir a la luz y los llevé sistematizados a la editorial.” Así nació, escrito junto a Daniela Di Segni, Mujeres de 50, pequeño manual ilustrado de supervivencia. Editado por Sudamericana, fue un boom: “un best seller, no lo podía creer”, rememora. Con nueve reediciones, el libro cincuentón –tal como después su hermano de sesenta– fue llevado al teatro durante ocho temporadas. “Fueron apareciendo libros… son como diarios de mi vida”, ha dicho Hilda y, para ella, vida y teatro son de la misma familia: “Suegras, nueras y cuñadas… también se llevó al teatro”, cuenta, y agrega sus otros títulos: No le pidas peras al olmo; Quiero que me quieran y ¡Ay, Dolores!, todos ilustrados por ella.
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Experiencia y satisfacción
¿Qué resonancias tiene el número “60”? “La única que se me ocurre es una resonancia magnética, por alguna consulta médica”, ríe Hilda, y reflexiona: “creo que una es el cambio físico. En el libro el tema está abordado con humor, pero ese cambio es a veces indisimulable y le echamos la culpa al espejo. La sensación de cumplir un número redondo es fuerte, y se exterioriza al llenar el primer formulario cuando colocamos el ‘6’ en la casilla edad. En mi caso, un año más siempre fue una satisfacción. Pude crecer en creatividad y confianza en mi actividad literaria y en comprensión del mundo. En cada cumpleaños escribo una nota sobre mi nueva edad, con humor y cierta ironía. Siempre asumí y me alegré con una nueva década. No sé qué pasará de aquí en más.” A Hilda le gusta “calibrar la brújula cada vez y replantearse la hoja de ruta”. Habla de experiencias y satisfacciones, no de ganancias o pérdidas, aunque “estas se advierten en el gimnasio y a veces en la balanza”, bromea, fiel al estilo que sus amigas conocen. “Llevo bien los años, en especial por el grupo de amigas de la misma edad. Estar con iguales disminuye el ‘impacto’. Con ellas hay interacción, confidencias, historias compartidas y desventuras comunes en esta etapa controversial. Los sesenta implican también derramar mayor simpatía, inteligencia y seducción en el modo de relacionarse con los demás. Siempre me sentí joven. Jamás me quité años. Ahora que pasé los sesenta, acomodé mis expectativas. Hay mujeres que se consideran ‘grandes’, visten como tales, pierden temas de conversación, los sustituyen por cuestiones relacionadas con enfermedades, algo altamente negativo. Hoy en día, sesenta años aún implican juventud. Esa es mi actitud, y sugiero, como guía, ‘tener algo que hacer, alguien a quien querer y algo que esperar’”. Ella los tiene. No es de las que “se ocultan e inician la etapa regresiva”. De veraneo en Uruguay con su marido, sostiene que “años atrás, una mujer de sesenta estaba fuera del mercado. Hoy, ojo, damos que hablar. Son mujeres coquetas, informadas, sexualmente activas y destacan por sus propios méritos”, y advierte: “las que no disfrutaron una vida propia e invirtieron solo en su familia su capital de satisfacción, o no tuvieron proyectos ni expectativas, son más proclives a depresiones y cambios de humor. Con una existencia rica en vivencias y proyectos, los sesenta no requieren mayores acomodamientos”.

“Shorck etario”
¿Qué temas comunes llevan a terapia las mujeres? “No precisamente la edad y sus consecuencias presuntamente negativas, sino sus relaciones familiares, su inserción en la sociedad y, en algunos casos, su baja autoestima. Sin duda el avance de la edad es un tema, pero hay que abordarlo desde la temática y entorno de la paciente. La sesentena trae dos contingencias contundentes: la jubilación y la abuelidad, tan temidas como esperadas, con expectativas y circunstancias no vivenciadas hasta ese momento. Las señoras de sesenta, que emulan a sus hijas y comparten su vestuario, se transforman en abuelas. Hay un shock etario.” Convertirse en “suegra” es otra posible “contingencia contundente”. Hilda la vivenció de forma singular, con una bienvenida al mundo de la “suegridad” organizada por amigas. “Me hicieron un tea shower cuando se casó mi hijo mayor y fue muy divertido. Se trata de una positiva innovación en las costumbres, es celebrar de modo informal y gracioso un acontecimiento fundamental en la vida de una mujer, seguramente… sesentona.” A partir de esta “iniciación” surge Mujeres de sesenta . Liliana Pécora (recuadro) encarna a las diferentes mujeres presentes en la celebración que se narra. “Ella es una excepcional actriz, tenemos una excelente relación. Puede representar cualquier rol. Siempre interpretó cabalmente mis textos, propuso y agregó sus vivencias creando personajes nuevos. Ver mi libro en el escenario fue una de mis mejores sensaciones. El teatro permite dar vida y crear personajes que, por razones de confidencialidad, no podía desplegar en el libro, toda vez que alguien podría verse identificado. Transformar en episodios hilarantes situaciones y desventuras me pareció enriquecedor, incluso para mis pacientes, que pudieran verse reflejadas de modo simpático.” A ese enemigo, el tiempo, Hilda lo convirtió en su compañero; a la sesentena, en beneficio. “Me afiancé como escritora, apareció mi comezón literaria. Contrariamente a lo que sería un momento declinante, para mí fue plenamente creativo y de consolidación de potencialidades que desconocía”, afirma. Y reivindica, así, la experiencia de décadas sumadas.
CLARIN