Frankestein celebra 200 años intactos de terror

Frankestein celebra 200 años intactos de terror

Por Laura Ventura
Dentro de cada uno de nosotros habita un monstruo. El ego, la ambición, la curiosidad y la capacidad de destrucción son un fuego que arde en el alma. Inspirada en la figura de Prometeo, aquel titán que les entregó el fuego sagrado a los mortales y quien a causa de su soberbia debió padecer una tortura eterna, una joven escritora burlaba el tedio del encierro con su pluma.
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Con los retazos del mito griego daba a luz un género y un clásico de la literatura. Mary Wollstonecraft, que luego firmaría con el apellido de su marido y se daría a conocer como Mary Shelley, creaba la ficción científica. Villa Diodati, habitada por entonces por el polémico y famosísimo poeta Lord Byron, fue la mansión testigo de las pasiones desatadas de estos exponentes del romanticismo y, por eso, no resulta extraño que haya sido un temporal en pleno verano, un fenómeno meteorológico, la excusa para trasladar estas emociones al papel.
Cada uno de los invitados debía escribir una historia de terror para luego compartirla con los presentes en las veladas de truenos -esa electricidad que nace de la naturaleza no es un mero detalle para Shelley-, deseo y alcohol. En ese concurso improvisado donde el único trofeo era generar pavor, nació un relato sobre un anatomista que buscaba insuflarles vida a los muertos. Frankenstein, o el moderno Prometeo salió de las tinieblas y dio sus primeros latidos hace dos siglos, un 16 de junio, a orillas del lago Leman.

“Diodati se mueve”
En España, el escritor Fernando Marías impulsó el colectivo de autores autodenominados Hijos de Mary Shelley, que reúne 150 plumas. Para celebrar el bicentenario, además de un concurso literario, Marías y Rosa Masip organizaron “Diodati se mueve”, un festival que comienza el 24 del actual y que se extiende durante 48 horas alrededor de un lago madrileño para rendirles homenaje a los poetas de aquel emblemático encuentro.
“Frankenstein es un libro de mirada novedosa para su época que trata de ahondar en la soledad del ser humano, su destino fatal. Es una novela filosófica, pero a la vez Mary halló un argumento genial donde todos nos vemos reflejados, y de ahí la fascinación que nunca termina. En cada nueva lectura genera una reflexión y sentimiento, una obra grande realizada en estado de gracia. Y además está la magia de la concepción de la novela. Todo ello envuelve a Frankenstein en un halo que multiplica hasta el infinito su trascendencia”, opina Marías.
En ese laboratorio literario improvisado germinó el gótico, con identidad de necrofilia y su oscuridad. Shelley se dedicó, como pionera, a escribir sobre otro pionero, un hombre osado, un reflejo de ella misma, quien poseía un conocimiento y un talento especiales.
Fue una transgresora como lo fueron su criatura, su propuesta y su tratamiento de un tema sensible en la pacata sociedad victoriana (“no soy en absoluto indiferente al modo en que afectan al lector las tendencias morales existentes en los sentimientos y personajes que en ella se contienen, cualesquiera que sean”, escribe en el prefacio de septiembre de 1817).
La escritora sabía cuán tedioso resultaba desafiar la finitud de la cual daban cuenta tantos de sus contemporáneos y cuán ardua era la mirada ajena. Hija del filósofo William Godwin, a quien le dedicó la novela, y de una feminista homónima, escandalizó a su contexto porque tuvo un amorío con un hombre casado, el poeta Percy Shelley, cuyo apellido tomaría cuando éste quedara viudo y pudiera casarse con ella.
En un universo misógino, la primera edición de Frankenstein, o el moderno Prometeo salió a la venta en 1818 con el seudónimo “The Author”, que ocultaba que ese talentoso escritor era mujer. A pesar de su identidad secreta, confiesa que ese texto ha sido inspirado por El Paraíso perdido, de Milton; la Ilíada, y también por La tempestad y Sueño de una noche de verano, ambas de Shakespeare.
El escritor colombiano William Ospina publicó El año del verano que nunca llegó, donde un narrador en primera persona cuenta en más detalle aquellos días en la Villa Diodati, donde además de Lord Byron, Percy Shelley, su ignota novia y la media hermana de esta joven se encontraba el médico John Polidori. Quizás inspirado por la sangre que había visto en sus consultas y en el quirófano, el doctor escribió un relato sobre vampiros en una versión primigenia de lo que luego se conocería como Drácula.

Metáfora del terror
La gótica reflexión de Shelley sobre los alcances y límites de la ciencia, la paternidad, la muerte y la eternidad ha tenido innumerables versiones en el cine y en la TV (The Frankenstein Chronicles, Penny Dreadful o la reciente Second Chance) y también el cine, desde el icónico monstruo de Boris Karloff, en 1931, pasando por la parodia de Mel Brooks y la visión de Kenneth Branagh hasta los homenajes que le ha brindado Tim Burton, tanto explícitos como no, como es el caso de El joven manos de tijera.
A menudo se identifica el título de la novela, aquel apellido que hoy es metáfora del terror y de la fealdad, con el monstruo, quizá como eco de que las criaturas son mucho más que hijos de sus magos, que pueden incluso sobrevivir a ellos. Ser inmortales. A Mary Shelley le interesaba centrarse en el perfil y en las consecuencias del acto del transgresor, Victor Frankenstein, aquella mente brillante que juega a ser Dios conmovida por la muerte de un ser querido.
Hay en esta obra un motivo literario detrás de la proeza que narra Shelley, que consiste en afirmar que somos también aquello que creamos, como progenitores y como autores. No podemos escaparle a esa naturaleza, y si la rechazamos nos perseguirá en forma de sombra, como el monstruo lo hace con el científico. En Shelley, por el contrario, quien engendró el personaje con piedad, ocurre un espejo inverso de lo que sucede en su relato y no se trata de persecución, sino de un eterno velatorio donde es el monstruo quien hace inmortal a su creadora.
LA NACIÓN