Decímelo en la cara: los peligros de un contacto demasiado virtual

Decímelo en la cara: los peligros de un contacto demasiado virtual

Por Paula Urien
Definitivamente hay cosas que es mejor no decir por mail, aunque sea como respuesta de otro correo electrónico. Sencillamente porque las palabras, aunque tengan una buena intención, pueden caer mal. En un intercambio de este tipo falta lo más importante y quizá menos valorado en el mundo del trabajo: la evaluación de los sentidos como la mirada, el tono de la voz, la posición del cuerpo…, todo lo que pueda revelar si la persona tiene un fin amistoso, o no. Además es más fácil revertir una pequeña mala onda en una conversación, quizá con una disculpa justo a tiempo.
Será por esto, tal vez, que la mayoría de los trabajadores todavía prefiere que las reuniones sean cara a cara. Es una de las conclusiones del nuevo informe de Randstad Workmonitor. La encuesta revela que el 88% de los entrevistados en 34 países, incluida la Argentina, cree que las reuniones deben ser cara a cara para obtener mejores resultados. Es entonces una batalla ganada de lo real por sobre lo virtual, que parece llevarse siempre todas las de ganar. En la encuesta, el 46% de las personas asegura que la tecnología lleva a que haya menos interacción personal con los colegas, y el 62% afirma que la relación personal con los contactos del trabajo ya no son tan frecuentes.
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Créase o no, los nativos digitales, que tienen una relación óptima con la tecnología y que la usan tanto para trabajar como para entretenerse, valoran el tiempo que se dedica a establecer un contacto directo. Es probable que aun cuando se aceleren las tecnologías 3D (que ya se pueden probar en la Play de los chicos, o que tienen un avance un poco rudimentario todavía en los cines), tampoco sea lo mismo verse personalmente que a través de un dispositivo.
Sin embargo, el cara a cara también tiene sus reglas, y no conocerlas puede implicar una mala experiencia para alguno de los interlocutores. Así como los hijos muchas veces se expresan, casi a los gritos, con un “mamá/papá, ¡no me estás prestando atención!”, quienes tienen una charla de negocios o de trabajo con una persona que constantemente está mirando su celular notan una desatención incómoda, pero que queda en silencio. A menos que se esté esperando algo realmente importante, en cuyo caso vale una aclaración al respecto, hay un logro poco feliz en este tipo de situaciones: que la persona que está enfrente se sienta un poco mal. Es difícil que se exprese tan libremente como un niño, pero probablemente dude antes de pedir una nueva cita presencial.
Diego Fernández Slezak, doctor en Ciencias de la Computación y director del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, fue distinguido por Microsoft en 2014 como uno de los jóvenes científicos en el mundo que desarrolló investigaciones innovadoras en el área de la informática. Junto a un grupo de científicos lideró una investigación durante dos encuentros TEDx. Divididas en parejas, las personas presentes tenían que escuchar un relato de su compañero/a, pero él o ella tenían instrucciones: a algunas se les pidió que miren su celular todo el tiempo, a otras que lo chequeen cada tanto y a un tercer grupo, que preste atención al relato. El resultado fue que la desatención por el uso del teléfono celular modifica la percepción sobre la calidad del relato no sólo en el receptor, casi obviamente, sino también en el emisor. Un golpe innecesario a la autoestima.
LA NACION