Ya candidato, Trump busca romper los pronósticos una vez más

Ya candidato, Trump busca romper los pronósticos una vez más

Por Rafael Mathus Ruiz
Empezaron 17, y al final quedó él solo. Donald J. Trump derrotó a todos: sus 16 rivales, el establishment de Washington, los millones gastados en publicidades en su contra y el movimiento #NeverTrump. Ahora, su aura de inmunidad será puesta a prueba por la maquinaria política de los demócratas y los Clinton.
Nada detuvo a Trump durante los tres meses de asambleas y elecciones primarias. Poco importaron sus comentarios racistas, xenófobos o sexistas, los escándalos de su equipo, que se refiriera al tamaño de su pene en un debate, sus idas y vueltas en uno u otro tema o que casi todo lo que dijo es mentira (el 76%, según Politifact). Al final, Trump se quedó con todo.
Pero ahora chocará con una realidad: Hillary Clinton, su casi segura rival demócrata en la elección general de noviembre, aparece mucho mejor posicionada para alcanzar la Casa Blanca y convertirse en la primera presidenta en la historia de Estados Unidos.
Ya muchos anticipan una campaña de demolición. Trump y Clinton no tienen casi nada en común, pero un dato sombrío los pone a la par: son los dos candidatos con peor imagen de todos los que se postularon para la presidencia este año, un caldo de cultivo ideal para desplegar una brutal campaña negativa.
“Donald Trump ha demostrado que es demasiado divisivo y no tiene el temperamento para liderar a la nación y al mundo libre”, dijo John Podesta, el jefe de campaña de Clinton, en un comunicado difundido unos minutos después de que Trump fuera reconocido como el candidato republicano.
“Vamos por Hillary Clinton”, desafió Trump, al festejar su victoria final en la Torre Trump rodeado de su familia y sus seguidores.
Ya no queda nadie para desafiarlo: el gobernador de Ohio, John Kasich, anunció ayer el fin de su campaña.
1410908-N
Un dato que ha circulado en los últimos días revela la enorme ventaja que tiene Clinton sobre Trump. La elección presidencial de Estados Unidos es indirecta. Para obtener la victoria, un candidato debe conseguir 270 votos para alcanzar la mayoría en el colegio electoral que elige al presidente.
Por la composición demográfica del mapa electoral, los demócratas ya parten con una ventaja: los estados históricamente “azules” suman 217 votos, mientras que los “rojos” suman 191. La elección se decide en 10 estados, los llamados swing states, donde se disputan otros 130 votos.
Hillary Clinton necesita ganar los 19 estados donde triunfaron los candidatos presidenciales demócratas en cada una de las elecciones desde 1992, y, además, ganar sólo el Distrito de Columbia y Florida para convertirse en la sucesora de Barack Obama.
Pero, si las encuestas actuales persisten hasta la elección, Hillary se quedará con todos los estados en disputa, y sumará 347 votos en el colegio electoral contra 191 de Trump, una verdadera paliza electoral.
No es un escenario descabellado. A diferencia de lo que ocurre en las primarias, las minorías tienen una influencia mucho más grande en la elección general.
En varios estados disputados, como Colorado, Nevada, Carolina del Norte o Virginia, el voto latino es determinante.
Clinton ha prometido terminar de resolver los problemas migratorios de la comunidad hispana, mientras que Trump ha prometido deportar a todos los extranjeros que no tengan sus papeles en orden y construir un muro en la frontera con México.
“Trump tiene una imagen favorable del 28%. Es el político más impopular en la escena nacional. La Luna tiene mejores posibilidades”, escribió en Twitter Stuart Stevens, el estratega de Mitt Romney en la elección de 2012.
Pero Trump ha destrozado todos los pronósticos. Una teoría que le da sustento a su candidatura ha sido su capacidad para encender a los republicanos y movilizar “el voto blanco”.
No son pocos los conservadores que creen que los republicanos perdieron la elección presidencial de 2012 porque unos tres millones de votantes blancos se quedaron en la casa. Este año, según datos del Centro Pew, la participación en la interna republicana ha sido la mayor desde 1980, cuando Ronald Reagan se quedó con la candidatura.
Stevens le puso paño fríos a esa idea con un dato: en 1980, Reagan se quedó con el 57% del voto blanco, y ganó 44 estados, mientras que, en 2012, Romney ganó sólo 24 estados a pesar de capturar el 59% del voto blanco. Obama ganó el voto latino, el afroamericano y el asiático.
Pero, de nuevo, Trump ha desafiado todas las convenciones políticas preexistentes. Dominó la primaria republicana de principio a fin, gozó de una cobertura mediática sin precedentes, utilizó su perfil de celebridad y entendió y capitalizó como ningún otro la frustración y la angustia del electorado.
Los republicanos tomaron sus mentiras como verdades. “Dice las cosas como son”, es una de las frases más escuchadas entre sus seguidores.
Trump fue el mejor outsider de la campaña. Ahora, se enfrentará con un ícono del establishment, una mujer, que intentará lograr lo que ningún hombre pudo: vencerlo.
LA NACION