13 May Scola: “Mi vida es una montaña rusa que no para”
Por Hernán Sartori
Tomás Scola, el segundo de cuatro hermanos varones, se entrenaba en la escuela cuando caía la tarde del miércoles pasado en Toronto, la multicultural ciudad de Canadá. La actividad deportiva lo abstraía de todo y absorbía sus sentidos. No había manera de que supiera que a metros suyo, en un pasillo, en la más absoluta soledad, su padre era el tipo más feliz de la Tierra. Luis Alberto Scola se había enterado de que sería el abanderado argentino en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Y no le caía la ficha. “No fue muy glamorosa la situación, porque estaba en el pasillo de una escuela viviendo ese momento emocionante. Pero me costaba caer”, recordó ayer a la mañana en diálogo telefónico con Clarín, desde Toronto, dos días después de cumplir 36 años.
-¿Cuál fue tu primera reacción?
-Estuve incrédulo. Todo me parecía muy raro. “¿Cómo puede ser que la cosa haya terminado así?”, me preguntaba. “¿Cómo puedo estar yo en esta posición?”, me repetía.
-El 28 de diciembre pasado, en estas páginas habías dicho que no querías pensar demasiado en la chance para no desilusionarte ni gastar demasiada energía de antemano. ¿Pudiste dejar de pensar en este escenario?
-Estuve un poco ansioso, pero luego me olvidé porque pensaba que no lo iban a resolver ahora. Traté de alejarme de ese pensamiento, pero a cada rato alguien me decía algo y entonces volvían las ansias de saber qué pasaría. Quería sacarme esa ansiedad porque no me gusta esa situación. No me siento cómodo cuando no puedo controlar algo. Y esto no lo podía controlar porque no cambiaría nada si jugaba bien o mal un partido más. Tenía ganas de que tomaran una decisión. O para ponerme muy contento, como pasó, o para felicitar al que hubieran elegido.
-¿Se te escapó alguna lágrima?
-Es difícil que a mí se me escapen algunas lágrimas (risas), pero viví un momento muy emotivo en soledad. Como mis afectos se iban a enterar enseguida, me apuré a contárselos porque la noticia volaba y prefería decírselos yo, más allá de que mis hijos aún no entienden la importancia de lo que viviré. Pero esa misma noche pensé cómo pudo haber pasado esto.
-¿No te quebraste al leer el tuit de tu padre, Mario, quien escribió: “Del hijo que llevaba los domingos a jugar al Pre Mini al capitán abanderado en las Olimpíadas (sic). No me entra en el pecho el orgullo”?
-Mi papá se enteró rápido porque justo estaba de visita. Y a mí también me hizo pensar esta noticia. Cuando me enteré, se me pasó la vida por delante. Me agarró una etapa de repaso, ganas de volver a pensar en mis inicios, en el camino recorrido. Como si fueras a pie o nadando y en un punto frenaras para mirar hacia atrás y ver qué tan lejos estás. Recordé los primeros momentos, cómo empecé todo y aquellas esperanzas y objetivos mucho más humildes que los que terminaron llegando. Mi vida es una montaña rusa que no para. Siempre algo nuevo llega después de un logro. Pero esto es totalmente diferente.
-¿Te tomaste esta vez un momento para disfrutar este logro?
-Con esta decisión, me sorprendí. Otras cosas las tomé con naturalidad, subido a esa montaña rusa: ganar, perder, cambiar de equipo… Pero esto fue muy distinto, me hizo pensar y me sorprendí.
-¿Recordás los tres desfiles que viviste en las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos?
-Sí, claro. De Atenas recuerdo que antes de salir a la pista tuvimos una agotadora espera de mil horas en un pasillo del estadio. Entonces todos los argentinos empezamos a cantar nuestras canciones y terminamos desfilando transpirados, muertos, sin que nos importara nada de la alegría que teníamos. Una vez pasada la euforia de los cánticos, caminar por el estadio es un momento increíble, pero dura una vuelta a la cancha. Luego hay que sentarse en el piso y esperar durante horas que pasen delegaciones con las cuales no tenés relación. ¡Tenían que pasar todas las letras del abecedario! Se hace duro hasta que se prende el fuego olímpico.
-¿Y en Beijing y en Londres?
-De Beijing recuerdo la espectacularidad y a Li Ning volando hasta encender el pebetero. Y en Londres tuve una premonición y mientras la gente estaba en otro costado de la cancha viendo algo, me di cuenta de que en el medio iba a pasar algo y hacia allá fui. Por eso cuando se encendió el fuego me saqué una foto bárbara porque estaba primero en la baranda y me calentaba, je.
-¿Qué esperás que te pase en el Maracaná, el viernes 5 de agosto, como abanderado?
-Me van a venir muchas cosas a la mente, porque será un momento especial. Tendré que caminar durante 400 metros con la bandera argentina, solo, delante del resto. Serán 400 metros para pensar…
-Serás el vigésimo abanderado de la historia olímpica argentina. Cuando ves los nombres que lo fueron (Zorrilla, Zabala, Cabrera, Campbell, Ibarra, Sabatini, Garraffo, Espínola, Ginóbili, Aymar, entre otros), ¿comprendés que formás parte de la síntesis del deporte nacional?
-Te hace inflar el pecho y decir: “Acá estoy”. Viviré lo más importante que puede vivir un deportista. De acá en adelante me pueden pasar un montón de cosas, pero esto quedará en los libros. No lo podrá sacar nadie. Por eso no hay manera de compararlo con algo. Es el punto más alto posible en el deporte, porque va más allá de ser buen o mal jugador. O de haber ganado más o menos torneos. Seré el responsable de llevar la bandera de la delegación de mi país en el escenario más grande e importante posible para un deportista.
LA NACION