Riga, la ciudad de las leyendas

Riga, la ciudad de las leyendas

Por María Fernanda Lago
Con cuidado al caminar sobre el empedrado irregular y sin perder de vista las esculturas en lo alto de los edificios. A Riga hay que conocerla de arriba para abajo. En especial, su centro histórico, Vecriga, que conserva las construcciones art nouveau más importantes de la capital letona y que desde 1997 forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
De las tres hermanas bálticas, Riga está en el medio, entre Talín y Vilna, capitales de Estonia y Lituania. A orillas del golfo que lleva su nombre, es la más poblada: cerca de 700.000 habitantes. Según datos de la oficina de turismo local, el 40 por ciento de sus construcciones son de estilo art nouveau y todavía se mantienen alrededor de 4000 edificaciones de madera típicas del siglo XIX.
Hasta caer bajo dominio ruso, por Letonia dejaron su huella polacos, suecos y alemanes. Consiguió su independencia en 1991, después de 51 años de ocupación soviética y logró preservar su pasado medieval sin perderle pisada al presente. Desde 2004 forma parte otra unión, la europea.
Los hangares del Mercado Central; del otro lado del canal Pilsetas, la torre de radio y tv
Los hangares del Mercado Central; del otro lado del canal Pilsetas, la torre de radio y tv. Foto: Corbis
Relieves de medusas, brujas y pájaros parecen despegarse de los muros sobre los peatones. Si bien el casco antiguo se podría recorrer en pocas horas, las historias que se cuentan toman mucho más tiempo.
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Se dice de mí
En media hora y por 2 euros, el colectivo 22 hace el trayecto casi en línea recta desde el aeropuerto internacional hasta cruzar el río Daugava, a la altura de la plaza del ayuntamiento. El agua parece funcionar como una línea divisoria del tiempo: una vez que se cruza el río, se viaja al pasado para transitar por las viejas calles de Vecriga, rodeadas de murallas hasta 1875.
A Riga la fundó el obispo Albert en 1201. Se hizo fuerte al unirse, en 1282, a la Liga Hanseática (lo que vendría a ser un precedente de acuerdos comerciales manejados por ciudades alemanas). Pero por su ubicación en el mar Báltico, entre Rusia y los países nórdicos, fue muy disputada por las grandes potencias. En rasgos generales, así cayó en manos de Alemania; hasta que Polonia la tomó en el siglo XVI, Suecia en el XVII y los rusos un siglo más tarde.
Un golpe seco se repite, constante, en la mañana fresca. Son las mujeres, que desde temprano parecen competir por mantener el equilibrio y la elegancia en estas calles. Por la plaza central aparecen las primeras participantes que pasan la prueba: bien maquilladas, con taco aguja y a paso firme logran una estabilidad perfecta sobre los adoquines. Después de un rato me animo a pensar que, más que escarpines, a estas chicas le ponían stilettos.
Durante la edad media, la plaza del ayuntamiento funcionaba como un gran mercado al aire libre y la Casa de las Cabezas Negras era el edificio más lujoso de la zona. Su fachada del renacimiento holandés, color ladrillo, se ve como recién pintada. Las fechas que figuran en su frente, 1334 y 1999, corresponden a los años de su construcción y reconstrucción. A finales del siglo XV fue sede del gremio de comerciantes solteros y tras la Segunda Guerra Mundial fue saqueada y destruida. Actualmente está cerrada al público porque es la vivienda temporal del presidente de Letonia, Raimonds Vejonis; hasta que se terminen las remodelaciones en el castillo, la residencia oficial.
A pocos metros, una placa de piedra en el piso parece marcar el kilómetro cero. Varios curiosos se acercan a leer la inscripción que en diferentes idiomas, incluido el español, indica: “El primer árbol de Navidad en Riga 1510”. Se cree que la tradición de decorar el árbol tiene origen aquí, cuando los hombres del gremio de comerciantes decoraron un árbol con flores de papel y moños, para bailar alrededor y prenderlo fuego al finalizar la ceremonia. Aunque no es un lugar para pedir deseos, algunos pisan la placa y se sacan una foto.

Muy ocupados
Justo enfrente una construcción mitad blanca y negra es el Museo de la Ocupación, con el relato de la agitada historia de los últimos años. Si bien el 18 de noviembre de 1918 se proclamó la República de Letonia, la paz duró poco. Las fuerzas soviéticas llegaron en 1940; un año más tarde, la invasión del ejército alemán; y en 1945 los soviéticos volvieron para quedarse hasta 1991. Durante este período Letonia perdió un tercio de su población a causa del Holocausto, de asesinatos políticos y distintos conflictos. Este tironeo entre nazis y comunistas está documentado en el museo que, aunque en remodelación, por estos días tiene abierta una exhibición temporal con un precio de entrada a voluntad.
El resto del recorrido no sigue un orden. Callejones sin salida, atajos y la iglesia de San Pedro, que sirve como referencia con su torre visible desde cualquier punto de la ciudad. La primera mención de este templo es de 1209, cuando era una capilla de madera. Tras varios incendios se lo reconstruyó en piedra y, en 1973, la torre fue reemplazada por una de metal. El mirador tiene 72 metros de altura, ideales para admirar desde los tejados naranjas del casco antiguo.
Elizabetes iela y Alberta iela son las calles que reúnen gran parte de los edificios art nouveau, obra del famoso Mikhail Eisenstein, arquitecto y padre del cineasta Sergei Eisenstein (director de El acorazado Potemkin e Ivan, el terrible). Rozena es otra calle interesante: es el pasaje más angosto de la ciudad y dicen que si uno se para en el medio y extiende los brazos puede tocar las paredes de ambas veredas. Lo busco para comprobarlo y veo que no son pocos los que aceptan el desafío. Unos jóvenes pasan con los brazos abiertos y ni llegan a rozarlas. Intento en vano. A menos que lo pruebe el hombre elástico, definitivamente no es posible.
Muy cerca, Tres Hermanos es un grupo de casas residenciales construidas en diferentes épocas. El nombre remite a construcciones similares en Talín, llamadas Tres Hermanas. La más antigua es la blanca, con numeración 17, de 1490. La casa 19 alberga el museo de arquitectura de Letonia, data de 1646, y su fachada de estilo manerista holandés fue restaurada en 1785. La número 21 tiene un tono verde claro y parece apretada en un espacio angosto, ésta fue la última en construirse durante la segunda mitad del siglo XVII.
Otro edificio, a pocos pasos, luce recién pintado. Al principio confunde un poco porque parece moderno. Hasta que se escucha la voz de un guía que grita: “Este castillo es de 1330”. Si no fuera por el grito y porque coincide con el punto que marca el mapa, nada haría pensar que es la antigua fortaleza. A parte de ser la residencia oficial de gobierno, también alberga los museos de historia, de arte y literatura.
La Casa de los Gatos, una construcción art nouveau de 1909, le da a Riga la imagen típica del souvenir: un gato encorvado sobre la punta de un tejado. Según la leyenda, las esculturas de dos gatos de espaldas a un gremio de alemanes vecinos significaban el desprecio de su dueño por no ser admitido como miembro. Se cuenta que la primera maldición la sufrió el escultor que cayó desde una de las torres y murió. El fin del cuento terminó con una batalla legal para que el hombre fuera admitido en el gremio, a condición de cambiar la posición de los gatos.

La herencia
Al salir de Vecriga, el monumento de la libertad, la catedral ortodoxa y, un poco más lejos, el mercado central junto el rascacielos de Stalin son el legado de una historia más reciente. Es llamativa la cantidad de mujeres que caminan por el parque Bastejkalns con una rosa en la mano. Si pusiéramos los ojos en el pasado, todo este verde sería la zona defensiva de la muralla. El canal Pilsetas, con botes que van y vienen, suma romanticismo al colorido de las flores, los puentes con candados y las parejas sentadas sobre el césped. Bastejkalns hoy vendría a ser el living del amor de Riga.
Sobre un costado, la Estatua de la Libertad es un monumento que brilla con tres estrellas doradas en lo alto. Construida con donaciones públicas se inauguró en 1935. Una torre de granito sostiene a la figura de una mujer que acerca las estrellas al cielo como símbolo de unión entre las regiones históricas de Letonia: Kurzeme, Vidzeme y Latgale. Desde 1991, cuando el país recuperó su autonomía, tiene a su guardia de honor como custodia.
Camino por el bulevar Brivibas está la Catedral de la Natividad. El templo se inauguró en 1884, pero tras sobrevivir las dos guerras mundiales, en la década del ’60 las autoridades soviéticas lo convirtieron en un planetario. Como toda iglesia ortodoxa, las imágenes y los dorados invaden la visión, junto con la luz de velas encendidas. Aunque los ortodoxos son minoría (según datos oficiales el 40 por ciento de la población es no religiosa, el 23 católica, un 20 porciento luterana y el 17 cristiana ortodoxa) el lugar está lleno de fieles y por supuesto, turistas.
Si se quiere comprar productos locales y mezclarse con la cotidianidad de Letonia, nada como el mercado central de riga. Dentro y fuera de una fila de hangares abiertos en 1930, la oferta de mercadería es interminable. Para empezar, un hangar con pescados frescos, enlatados, secos y macerados. Para seguir, otro hangar fresco y colorido como toda la fruta y verdura que decora los estantes de madera. En el tercero uno ya se pierde en cuál está y qué lo rodea. Miel, condimentos, utensilios de cocina, y si se quiere salir por las puertas laterales a tomar un poco de aire el mercado sigue. Más miel y polen rodeada de abejas, flores coloridas hechas de tela, puestos y más puestos, sumado a la gente con sus carritos de compras. El turista se reconoce rápido, es el que camina lento y abrumado de tanto que hay para ver.
Otro sitio interesante para visitar es la actual Academia de Ciencias. El rascacielos conocido como la Torta de Cumpleaños de Stalin o el Kremlin, se terminó de construir en 1961. Queda en la misma zona que la estación central de trenes y del mercado central. Se puede subir hasta el piso 17 donde, a 65 metros de altura, hay un mirador. No es apto para los que sufren de vértigo: la terraza circular es abierta con barandas no muy altas y si el viento sopla fuerte da la sensación de estar a punto de salir volando.
LA NACION