03 May “Necesito expresar lo que soy, con dignidad y orgullo”
Por Marian Perel
Helena Chada, psicóloga, dedicada a la atención de pacientes latinos en Connecticut, Estados Unidos, sintió que debía abrir las puertas de su consultorio y contar lo que allí sucedía. Fue en el 2015 cuando dijo basta: “Me conmovió la situación política que vivía el país en relación al terrorismo. Noté que los partidos conservadores decían: ´Todo lo malo viene de afuera. Levantemos una pared frente a Méjico´. Era una cuestión ética: en un momento donde algunos políticos sugerían levantar paredes entre países yo propuse construir puentes que nos comunicaran”.
Nació en San Luis, fue la del medio de seis hermanos. Asistía al jardín, se aburría, pidió permiso para ir al baño y se fue a su casa. Tenía cuatro años. “Si no quiere ir que no vaya”, dijo su padre quien, a los pocos meses, murió. “Yo me quedé con su autorización. Siempre sentí que podía hacer lo que quisiera”. Arriesgada y decidida, así es Helena.
De San Luis a Buenos Aires
A los 16 terminó el secundario y quiso estudiar abogacía, pero su madre no la dejó viajar sola a Córdoba. Estudió psicología porque la Universidad estaba cerca, pura casualidad. Hoy cree que no podría haber hecho una mejor elección. “Disfruto mucho el acompañar a otros a convertirse en sí mismos mientras yo, también, me transformo”.
Graduada, a los 23, se mudó a Buenos Aires. Su primera migración. “No era fácil para una morocha del interior encontrar un lugar en la gran ciudad. Me salvó un grupo de amigas, hermanas para mí”. Y Helena, pudo: fue investigadora del CONICET, docente universitaria, estudió psicología social, ingresó al Hospital Pirovano donde fundó, en el Centro de Salud Mental # 1, dirigido por Marcos Weinstein, el primer Hospital de Día de asistencia a drogadependientes. El joven era traído por su familia o derivado por el juez. Entonces se le ofrecía un abordaje multidisciplinario, ambulatorio, intensivo para él y su familia. Era novedoso porque en general, al paciente lo trababan de manera aislada”. Fue el primer proyecto con su impronta.
De Buenos Aires a Estados Unidos
Los años pasaron y por primera vez subió a un avión: tenía 44 cuando llegó Connecticut, Estados Unidos, donde hoy vive. “Emigré porque necesitaba un cambio”. Viajó ilusionada por un amor que al final no prosperó. Igual, eligió quedarse y apostar a lo nuevo. “Esta vez al color de mi piel se sumó un nuevo idioma: mi identidad estaba asociada a la lengua materna, yo soy en español”, dice y se define.
De nuevo, la ayuda de amigas maravillosas; también el reconocimiento del Master en Psicología, fundamental para poder ejercer. En el 2001 la contrataron en el Child Guidance Center of Southern Connecticut para atender familias latinas. “Fue una inmersión en una nueva cultura con matices regionales claramente diferenciados”. En 2005 dejó el centro para dedicarse a sus dos consultorios privados en Stamford y Norwalk, pueblos que limitan Nueva York. Desde entonces, hasta hoy, tiene la agenda llena. Pacientes latinos, siempre. Muchos de ellos, cuenta, inspirados por el sueño americano, cruzaron desiertos exponiéndose a situaciones traumáticas. Algunas, madres adolescentes que viajaron para trabajar y enviar dinero a los hijos que dejaron en los países de origen con las abuelas; otras llegaron al país del norte a parir. Trabajan duro, sienten que el sacrificio vale la pena si sus hijos adquieren los mismos derechos del ciudadano norteamericano. Estos niños hablan inglés, se integran, pero las madres quedan afuera. Parece ser que hasta sus hijos las apartan. “Es muy común que ellos sientan vergüenza cuando los retiran de la escuela; ellas también, ya que sólo hablan español”.
Inmigración y vida cotidiana
Si bien los chicos tienen más recursos que sus madres, viven condiciones muy desfavorables y necesitan ayuda, pero no la reciben porque no hay quien abogue por ellos. Las mamás se sienten tan agradecidas por lo que ellos obtienen que no piden más. Y cuando la escuela les realiza un diagnóstico no lo comprenden, desconocen el idioma”. Más pinceladas del mismo cuadro: “En el hogar la jerarquía se invierte: los chicos traducen a los padres, son los responsables de conectarlos con el mundo. Esto los hace sentir vulnerables. Deberían ser cuidados por sus padres, no al revés”.
Helena observa en las consultas que las madres suelen padecer trastornos de ansiedad y depresión, entre el trabajo y la crianza no dan abasto. Un ejemplo: mientras manejan en las autopistas sufren ataques de pánico. Paran el auto, se calman, pero se niegan a volver a las autopistas. “Sienten como si las arrasara el río”. Otro ejemplo, se quedan roncas: el síntoma manifestándose en las cuerdas vocales, ahí donde la lengua materna no llega al otro. “Yo también, al principio, me quedaba sin voz. Sí, me siento identificada con los pacientes, por supuesto”.
En relación a los chicos, nota que muchos responden con ansiedad frente a la depresión de sus madres. Otros, cuyas madres no pueden ocuparse de ellos, se enchufan a las computadoras, se aíslan desde los primeros años de vida. Luego, presentan trastornos de comunicación.
“Voz desde la raíz”
El 15 de septiembre del 2015, en el Community Center, en Norwalk, Chada tuvo la satisfacción de inaugurar el Centro Uno. “Reaccioné cuando vi a dos madres deprimidas en la sala de espera, cada una con tres niños. Uno de ellos casi no tenía pestañas, se las arrancaba por ansiedad. Había muchísimo más para hacer en la sala de espera que en el consultorio”. ¿Cómo se resuelve esto?, pensó. Encontró la respuesta en la propia experiencia: “Lo más importante, cuando se vive en el extranjero, es la inclusión social. A la comunidad latina, que sufre esta problemática, le urge un espacio comunitario”. El Centro Uno atendió esa necesidad. Helena lleva en su bolso el folleto que repartió para la convocatoria: “Están invitados los miembros de la comunidad latina, que hablen español, a construir juntos un espacio para el fortalecimiento de sus relaciones familiares y vecinales”, lee con su tono puntano. Le preguntaron, recuerda, ¿por qué sólo los que hablen español? Explicó: “Porque la misión es dar voz desde la raíz”.
A la inauguración asistieron 40 personas. Chada les invitó a participar gratuitamente de los cuatro talleres del programa La Colmena. En el primero, propuso conectar con sus orígenes, iluminando escenas de padres y abuelos. Aparecieron los valores de cada cultura, como la educación. “Gracias a eso, aunque acá limpie casas, en mi país soy contadora”, dijo una mujer. El segundo encuentro los invitó a conectarse con su primer hogar, el útero, y desde ahí visualizar cuál fue su transitar por la vida hasta el momento. En el tercer taller trabajaron el presente: deseos y obstáculos. En el cuarto se les propuso dar voz a aquello que imaginaban para el futuro: “No hay posibilidad de ser si no es desde la raíz. El síntoma, al emigrar, es la desconexión: si la exigencia es feroz, el extranjero se desconecta para no sufrir, para no llorar”, explica Chada.
“La manera de poder ser”
Luego, sólo quienes vivenciaron esta experiencia, fueron convocados a dar talleres, de lo que fuera, durante 2016, en el mismo lugar. “Una de las mujeres se comprometió a enseñar a coser para que otras madres, que reciben ropa de los ricos, cosan juntas. Es muy posible que, mientras lo hagan, yo vea a alguien con los ojos rojos, entonces le diré: ‘vení, conversemos’. No voy a esperar que vengan a mi consultorio, voy a ir a ellos. Lo interesante de un modelo como La Colmena es que puede reproducirse en cualquier lado e infinitamente”.
El Centro Uno, que funciona en el Community Center, abre dos veces por semana. Helena se hace cargo de los gastos. Es un proyecto, no una ONG. “Mi último gran proyecto”, define.
El día de la entrevista -3 de marzo- Helena cumplió sesenta años: “A partir de ahora no quiero hacer nada que no sirva, incluso aunque tenga que perder algo de dinero. Cuando los chicos entran a las escuelas y balean a sus compañeros los gobernantes norteamericanos reclaman por un programa innovador urgente, ¿Si? Bueno, a mí me gusta innovar”. Y Agrega: “A a los cuatro no quise seguir yendo al jardín y no fui.” ¿Por qué se llama Centro Uno? “Si bien rememora al Centro Uno de Buenos Aires, tiene más que ver con que el centro es ‘uno’: yo hago esto por mí, porque necesito volver a mi raíz y expresar lo que soy con dignidad y orgullo. Es la única y mejor manera de poder ser”.
CLARIN