24 May Los 80 años del ícono porteño que se hizo en 31 días
Cumplió ayer 80 años el monumento que representa a Buenos Aires. Icono discutido, fue polémica desde el primer momento de su existencia. A tal punto que sólo tres años después de su construcción, en el viejo Consejo Deliberante, se aprobó una ley para demolerlo. Lo salvó el veto del intendente y hoy es el eje de festejos y protestas, de postales y selfies, de intervenciones artísticas y de campañas de todo tipo y color.
El Obelisco fue diseñado por Alberto Prebisch. La historia y el genio del arquitecto tucumano formó parte de la colección Maestros de la Arquitectura Argentina (diario ARQ de Clarín). El arquitecto y periodista Miguel Jurado lo describió como “un protagonista destacado de la vanguardia artística de los años 20 que logró influir, con obras concretas, en la afirmación de la arquitectura moderna argentina. El Obelisco y el Gran Rex lo muestran como un asceta de las formas, fascinado por la modulación, la síntesis y la geometría pura”, sintetizó.
Tiene 67,5 metros de alto y su construcción se realizó en tiempo récord: 31 días, durante los cuales trabajaron 157 obreros, en su mayoría inmigrantes de origen europeo. Para subir hasta la punta hay que trespar 206 peldaños de hierro de una escalera sin barandas, lo que demanda, con buen estado físico, unos 15 minutos. Nunca estuvo abierto al público, pero en algún momento se pensó utilizarlo como mirador: es por eso que en su interior hay siete descansos con una abertura, por la que podría pasar un ascensor.
Como en otros monumentos, y como si se tratara de una especie de cápsula del tiempo, el jefe de máquinas a cargo de la construcción colocó en la punta del Obelisco una caja de hierro que se encuentra empotrada. Nadie sabe exactamente qué hay dentro, pero la leyenda cuenta que podría haber una foto del constructor y una carta destinada al responsable de una posible demolición.
Los 80 fueron años difíciles para el Obelisco: entre 1985 y 1986 lo pintaron 40 veces. Es que el vandalismo se ensañó particularmente con este monumento. Fue enrejado en 1987, lo que no impide que cada dos por tres reciba pintadas, especialmente cuando los hinchas de algún equipo se congregan a su alrededor para festejar un campeonato; aún cuando está monitoreado por decenas de cámaras tipo domo, que se ubican en uno de los cruces más transitados de la Ciudad.
Como cualquier ícono ciudadano del mundo, los artistas posaron su talento en él, para destacarlo o demonizarlo. Recientemente Leandro Erlich, le “cortó” la punta y la trasladó a la explanada del Malba: “Es un símbolo por excelencia y siempre despertó una fascinación particular a los artistas”, reconoció. Lo mismo les pasó a Grete Stern y Horacio Coppola en los años 30, y en los 70 a Marta Minujín y Leandro Katz.
La semana pasada, el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño (junto a la cámara que agrupa a los empresarios pintores, Ceprara) realizó una renovación del monumento: se encargó una limpieza –con hidrolavadoras, para eliminar restos orgánicos e inorgánicos, musgos y remover el revoque que pudiera estar flojo– y se pintó con productos antigrafiti y pintura de color “piedra París”. En total, se necesitaron 380 litros de pintura.
CLARÍN