La extraña fascinación de los Presidentes por las ‘brujas’

La extraña fascinación de los Presidentes por las ‘brujas’

Por Giselle Rumeau
Lo primero que hizo Mauricio Macri cuando entró a la Casa Rosada fue ordenar ‘una limpieza energética’. El Presidente sentía un dolor de cabeza monumental cada vez que ingresaba a su despacho y lo único que le importaba era detener el ‘trabajo macabro’ o ‘la maldición fatal’, esa que supone le habría echado su antecesora y podría poner en riesgo su salud. Lo mismo hizo en la Quinta de Olivos. La maestra budista que consulta desde hace años realizó la purificación de energía y el dolor de cabeza se le fue en un santiamén. Creer o reventar, dicen en su entorno.
El antropólogo Claude Lévi-Strauss lo explica mejor. En un artículo de 1949 titulado ‘El hechicero y su magia’ asegura que la eficacia de estas prácticas mágicas depende básicamente de la creencia en ellas. Tanto del brujo como del enfermo o, en este caso, del ‘hechizado’. No voy a entrar en explicaciones minuciosas pero son varios los experimentos que la psiquiatría ha realizados con placebos en caso de enfermedades no graves, como el insomnio. El paciente toma unas gotas de agua edulcorada creyendo que es un medicamento específico para su mal y resulta que esa noche termina durmiendo plácidamente como un bebé.
Hasta ahí no sería extraño que Macri, un creyente fiel en su maestra budista, se haya ‘curado’ de un día para otro. Pero esa no es la cuestión. Uno puede suponer en estos casos que un Presidente que cree en toda clase de supersticiones o calamidades ha perdido la razón. ¿Cómo un hombre de la política, que se supone pragmático y poderoso, puede llegar a sucumbir bajo los efectos del pensamiento mágico? Y eso ni siquiera es todo. Macri no es el primero aunque sí el más original. La mayoría de los presidentes argentinos, cualquiera sea su índole o pelaje, sintieron en algún momento esa extraña fascinación por el esoterismo. Casi todos han tenido sus ‘brujas’. O ‘brujos’.
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El caso más famoso es el de Juan Domingo Perón con José López Rega, uno de los pocos esoteristas que llegó a lo más alto del poder y creador de la nefasta triple A que inauguró la era de violencia más feroz en el país durante los años ‘70. Pero basta revisar los archivos de los últimos años para recordar que Carlos Menem solía consultar un menú de videntes y astrólogas de los más variado, como Blanca Curi, Lily Sullos e Ilda Evelia Romanelli. Fernando de la Rúa llegó a relacionarse con la astróloga Mabel Iam y Eduardo Duhalde, con la vidente Herminda Pifarre. A Néstor Kirchner se lo vinculó con Alí Hindie. Y Cristina Fernández rechazaba siempre por cábala alojarse en el piso 17 –el número de la desgracia en la quiniela– de los hoteles elegidos para esperar los resultados de las elecciones.
El docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires Juan Pablo Bubello, autor del libro ‘Historia del esoterismo en la Argentina’, le cuenta a El Cronista que la atracción por la magia no tiene color político. “Aunque en su clásica tesis sobre el ocultismo, Theodor Adorno lo vinculó básicamente con la derecha, los historiadores sabemos que también existen relaciones entre el esoterismo y otras ideologías”, dice. Recuerda que a fines del siglo XIX, el curandero Pancho Sierra era amigo del presidente conservador Julio Argentino Roca, mientras que su discípula, la Madre María, era consultada por el radical Hipólito Yrigoyen, y el espiritista Cosme Mariño asistía al diputado socialista Alfredo Palacios. Ni siquiera los seguidores de Lennin zafaron de ese magnetismo por las doctrinas que creen estar iluminadas por la divinidad. “La relación política del teósofo Lelio Zeno con los leninistas de Buenos Aires después de la Revolución Rusa ha sido bien estudiada”, remarca Bubello.
Para no desentonar, uno podría entonces sugestionarse y creer que existe algún extraño encantamiento que persigue a los políticos argentinos. ¿Por qué persiste a lo largo de los años esa atracción por el pensamiento mágico? La explicación de Bubello es simple. “Las prácticas esotéricas son herramientas culturales por las que algunos individuos, o grupos, intentan dar un sentido al hombre, al mundo y al universo, a la vida, la muerte, al presente, al futuro, a la salud o la enfermedad. En fin, a aquello que no controlan o que desean controlar”, dice el historiador. Y los políticos, por supuesto, no se diferencian del resto de los seres humanos.
El psicólogo Luis López coincide: “La verdad no es única y el método científico no da razón ni sentido a todas las cosas. Hay saberes que se entrecruzan. La ideología cerrada también es una creencia y la religión es un conocimiento de fe. En esa línea, la sugestión es un fenómeno natural y no debe subestimarse”.
Pues bien, ante la evidencia tal vez sería bueno abandonar esta profana incredulidad. Aunque cueste pensar que la sugestión de un Presidente no influye en la gobernabilidad del país, los expertos despejan las dudas. “Como sucede con la religión, dependerá del grado de importancia que una persona le asigne a estos significados culturales al momento de ir dando sentido al devenir de las situaciones que atraviesa”, dice Bubello. O como resume López, en lenguaje corriente: “Uno puede masticar vidrió pero no tragarlo”.
EL CRONISTA