Imre Kertész, el Nobel que vivió y contó Auschwitz

Imre Kertész, el Nobel que vivió y contó Auschwitz

Por Alejandra Rodríguez Ballester
“No entendía como me podían pedir cosas imposibles, y les hice saber que mi experiencia había sido real y que yo no podía mandar sobre mis recuerdos”. Así responde el joven protagonista de Sin destino a los vecinos que lo reciben a su vuelta del campo de concentración, cuando encuentra su casa habitada por extraños. “Antes que nada debes olvidar los horrores”, prescribían como condición necesaria “para poder vivir libremente”.
Sin embargo, para el húngaro Imre Kertész, Premio Nobel 2002, quien murió el 31 de marzo a los 86 años en Budapest, no olvidar sino recordar una y otra vez fue la forma de conjurar la degradación y la muerte. Kertész sufría de Parkinson.
Había sido deportado a los 15 años a los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, “La tarea de mi vida ha sido transformar toda esa negatividad vital en creatividad”, afirmaba el escritor.
Su primera novela, la más emblemática y recordada, fue precisamente Sin destino, en la que narra cómo fue capturado en su camino al trabajo –era chico pero, por ser judío, había sido destinado a tareas fabriles por los nazis– un día de sol. Ninguno de los detenidos tenía noción de lo que ocurriría con ellos y se dejaban arrear mansamente entre bromas despreocupadas. A diferencia de otros relatos de los campos de concentración, Sin destino se destaca por la objetividad, por el registro seco de los hechos, por las paradojas que lo distancian del lugar común del horror: “Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas, algo que se parecía a la felicidad.”
43549_imre_kertesz__1929_2016___
La crítica señala la diferencia entre el relato de los campos de exterminio que construye Kertész y otras narraciones del Holocausto como Si esto es un hombre de Primo Levi. Mientras que la narración de Levi está dominada por la reflexión moral, el registro de Kertész permanece al ras de lo humano, muestra cómo los hechos más atroces le suceden a gente común y corriente, cómo lo más banal sigue merodeando la vida aún en los instantes cruciales.
Publicado con dificultad en 1975, en la Hungría comunista, Sin destino pasó inadvertido para la crítica hasta que fue traducido al alemán muchos años después. Fue en gran parte por la potencia de este primer libro, que el escritor recibió el Premio Nobel en 2002. Una novela que tuvo una continuidad temática en otras dos obras posteriores: Fiasco (1988) y Kaddish por el hijo no nacido (1990).
En Kaddish…, las secuelas del Holocausto se reflejan en la pareja. El narrador se niega a tener un hijo: como sobreviviente de Auschwitz, la condición humana le resulta insoportable y no podría responsabilizarse de traer un nuevo ser a un mundo en el que algo semejante ha sucedido. La negativa desencadena la separación de su esposa.
Aunque sus novelas están fuertemente ancladas en su biografía, Kértesz advertía que en ellas había cierta ficcionalización. Sin embargo, en las peripecias del protagonista de Sin destino existen fuertes nexos con la vida del autor. A su regreso del campo de concentración, Kertész encontró su casa ocupada por extraños y supo entonces de la muerte de su padre, también víctima de los nazis.
Si bien le aconsejaron exiliarse a los Estados Unidos, él sentía que no podía en esas circunstancias, irse tan lejos de casa. Terminó sus estudios y trabajó en periodismo, para dedicarse después a la traducción de filósofos alemanes, entre ellos, autores como Elías Canetti, Sigmund Freud y Ludwig Wittgenstein. Vivió bajo el régimen soviético y sus reflexiones muchas veces se orientaron a comprobar los efectos de los totalitarismos en el ser humano.
Entre las secuelas del Holocausto, el escritor confesó haber tenido ideas suicidas, situación que convierte en tema de una de sus últimas novelas, Liquidación (2003).
Desde 1990, Kertész vivió tanto en Budapest como en Berlín, donde decía que sentía un ambiente intelectual más libre. En su país, recién después del Nobel fue reconocido y llegó a vender hasta 500.000 ejemplares de algunos de sus libros. Sin embargo, como él mismo señaló, algunos de sus compatriotas se quejaron del premio ante el comité sueco: “Muchas objeciones tenían que ver con mi condición de judío”.
CLARIN