27 May Élites miopes son culpables del ascenso de Donald Trump
Por Martin Wolf
Donald Trump será el candidato presidencial del Partido Republicano. Y hasta podría llegar a convertirse en presidente de Estados Unidos. Es difícil exagerar la importancia y el peligro de este acontecimiento. EE.UU. fue el bastión de la democracia y la libertad durante el siglo XX. Si fuera electo, Trump -un hombre con actitudes fascistas hacia la gente y hacia el poder- el mundo sufriría una transformación.
Trump es misógino, racista y xenófobo. Se vanagloria de su propia ignorancia e incoherencia. La verdad es lo que él encuentre conveniente. Las políticas que propone son absurdas, cuando no atroces. Sin embargo, sus actitudes e ideas son menos inquietantes que su personalidad: es narcisista, matón y difusor de teorías conspirativas. Aterra pensar cómo un hombre como él usaría los poderes a disposición del presidente.
Andrew Sullivan, el comentarista conservador, recientemente escribió: “En términos de nuestra democracia liberal y de orden constitucional, Trump es un acontecimiento ligado a la extinción”. Y tiene razón.
Para un Trump presidente sería sorprendentemente fácil encontrar personas dispuestas a ejecutar órdenes tiránicas u obligar a quienes se rehusan a hacerlo. Mediante la exageración de las crisis, o creándolas, un aspirante a déspota puede pervertir los sistemas judiciales y políticos. Los mandatarios de Rusia y Turquía son buenos ejemplos. EE.UU. tiene un orden constitucional arraigado. Pero incluso eso podría flaquear, sobre todo si el presidente contara en el Congreso con un respaldo a prueba de juicio político.
Sullivan cita a Platón, el mayor filósofo antidemocracia. Él nos recuerda que Platón creía que mientras más igualitaria fuera una sociedad, menos estaría dispuesta a aceptar la autoridad. En su lugar, vendría el demagogo que ofrece soluciones sencillas para problemas complejos.
Trump es el flautista de Hamelín seguido por los enfurecidos y los resentidos. Sullivan argumenta que Trump surgió como el hombre que va a “enfrentar a las cada vez más despreciadas élites”. Además, la revolución de los medios de comunicación ha facilitado este ascenso borrando “casi cualquier moderación o control de las élites sobre nuestro discurso democrático”.
La demagogia es, de hecho, un talón de Aquiles de la democracia. Sin embargo, la democracia ateniense, en la que Platón vivió, no terminó en una tiranía doméstica sino que más bien nació de una. Al final, el rey de Macedonia puso fin a la democracia en 338 AC.
Más que nada, Sullivan subestima el papel de las élites. En el caso de EE.UU., él sostiene que la riqueza no puede comprar la presidencia. Obama venció a Romney, por ejemplo. Pero el dinero compra influencia en los niveles más bajos de la política. Más importante aún, las élites dan forma a la economía y a la sociedad. Si una parte de la gente está enfurecida, las élites son responsables.
El justificado apego de los demócratas a los derechos de las mujeres y, aún más, a la causa de las minorías -definidas por raza, orientación sexual e identidad- transfirió la lealtad de las clases medias blancas de sexo masculino, sobre todo en el viejo Sur, a los republicanos. El elemento racial en el “síndrome de locura anti Obama” es bastante claro.
Posteriormente, los republicanos vendieron a estos seguidores “gato por liebre”. Los republicanos necesitaban esos votos para lo que más deseaban sus donantes: impuestos bajos, regulaciones débiles o libre comercio. Para convertir estas causas en objetivos del partido republicano, las élites tuvieron que convertir al gobierno en su enemigo. También tuvieron que seducir a los culturalmente conservadores con promesas de cambio que nunca tuvieron una posibilidad real de que se cumplieran.
Además, las élites de ambos partidos promovieron cambios económicos que terminaron por destruir la confianza en su capacidad y decencia. En este sentido, la crisis financiera y los posteriores rescates fueron decisivos.
Sin embargo, para entonces las clases medias ya habían sufrido décadas de estancamiento del ingreso real y una disminución en el ingreso relativo. La globalización ha representado enormes beneficios para muchos de los pobres del mundo. Pero hubo una cantidad significativa de gente perjudicada dentro de EE.UU. Hoy en día, estos últimos creen que los que manejan la economía y la política los empobrecen, los explotan y los desprecian.
Incluso las élites republicanas se han convertido en su enemigo y Trump se ha convertido en su salvador. No es de extrañar que él sea un multimillonario. César, el líder aristocrático del partido popular, creó el ‘cesarismo’, el ejercicio del poder por parte del carismático “hombre fuerte” que quiere ser Trump.
Una república saludable no requiere igualdad. Pero sí requiere de un cierto grado de empatía mutua. Una súbita riqueza proveniente de nuevas actividades -como de las conquistas de la antigua Roma, o de la banca en la Florencia medieval- puede corroer los lazos sociales. Si la virtud cívica desaparece, la república se vuelve propensa a la destrucción.
Los cambios económicos, sociales y políticos han llevado a EE.UU. hasta el punto en el que una parte significativa de la población desea en el poder a un “hombre fuerte”. Debe ser aleccionador para las élites republicanas que su base de electores haya preferido a Trump en vez de a Ted Cruz, y a Cruz en vez de a todos los demás. La élite del partido jugó al populismo, particularmente en su firme negativa a cooperar con el presidente. Aquellos que son mejores en este tipo de juegos los han derrotado.
Trump se da cuenta de que sus seguidores no tienen ningún interés en el estado limitado tan venerado por los conservadores. Su deseo es más bien el restablecimiento del perdido estatus económico, racial y sexual. Su respuesta es prometer recortes masivos de impuestos, un gasto sostenido y una reducción de la deuda. Pero él no necesita consistencia lógica. Eso es para los despreciados “irrelevantes medios de comunicación”.
Hillary Clinton es una candidata débil -seriamente afectada por los fracasos de su esposo y por su posición dentro del establishment- con poco talento político. Ella debería ganar, pero puede que no sea así. Incluso si triunfara, éste no sería el final de esta historia.
Trump ha inspirado nuevas posibilidades políticas, pero no es un exceso de democracia lo que ha llevado a EE.UU. a este punto. Más bien se debe a los fracasos de las élites miopes. Parte de lo que ha sucedido está bien y, por lo tanto, no debería haberse evitado. Sin embargo, mucho de eso podría haberlo sido. Las élites, especialmente las élites republicanas, avivaron este fuego. Será difícil extinguir las llamas.
EL CRONISTA