15 May De la ficción a la ciencia: los mitos tecnológicos de Borges
Por Martín Hadis
A primera vista, las obras de Borges y las tecnologías digitales parecen no tener demasiado en común. Sus plataformas físicas -hileras de letras en papel, en el caso de las primeras; surcos de silicio, en las segundas- no podrían ser más disímiles. Sin embargo, los senderos que conectan a ambas son múltiples. El vínculo más fuerte entre las ficciones del escritor argentino y las nuevas tecnologías está dado por los mundos imaginarios que las dos abren. Justamente en torno a “Un Borges para el siglo XXI” reúnen las jornadas que empiezan hoy en la Feria del Libro, en el año en que se cumplen 30 años de su muerte.
A estas alturas, afirmar que Internet “es como” la Biblioteca de Babel es un lugar común: los ensayos que comparan esos ámbitos son tantos que se podría hablar de un subgénero. Esa analogía puede servir como punto de partida para análisis más conducentes, pero de por sí no se sostiene: los libros de la biblioteca infinita imaginada por Borges están conformados por combinaciones al azar de todas las letras del alfabeto. En realidad, Internet funciona al revés. Pero esa intuición abre otras: la inteligencia artificial o la realidad virtual.
“El disparate -nos dice el narrador del cuento- es normal en la Biblioteca.” Sus habitantes gastan vidas y ojos en la búsqueda de catálogos (y catálogos de catálogos) de existencia dudosa. En contraste, y aun admitiendo que en la Red hay muchísimos sitios totalmente inútiles, lo cierto es que está conformada por millones de sitios útiles, creados con fines claros y deliberados, e indexados automáticamente por buscadores, que habilitan indagaciones instantáneas sobre cualquier tema o palabra.
En todos estos puntos Internet difiere por completo de la caótica Biblioteca de Babel, indiferente y ajena, totalmente carente de orden y sentido. Por este motivo, a fin de encontrar una mejor analogía de Internet en la obra de Borges es aconsejable recurrir a otro relato: “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” para describir Internet: “un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta […], con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego”
La máquina pensante
Otro aspecto de la informática que Borges encontraba interesante es la disciplina que ahora recibe el nombre de inteligencia artificial, que intenta lograr que las computadoras imiten distintos aspectos del pensamiento humano. Borges mantuvo en el año 1971 un curioso diálogo con uno de los pioneros de esta disciplina: el ilustre científico Herbert Simon. La conversación entre ambos se publicó en Primera Plana con el título “Borges-Simon: detrás del laberinto” . Allí, tras un contrapunto acerca de computadoras y programas, Borges se confiesa: “Es cierto que he sacado muchas de mis ideas de los libros de lógica y de matemática”.
El escritor tenía especial curiosidad por esta idea de una máquina pensante. Fue así como se interesó en el relato del Golem. Cuenta la leyenda que Yehuda Loew, rabino de Praga con vastos conocimientos de cábala, creó un rudimentario muñeco de arcilla con forma humana, escribió luego sobre su frente la palabra hebrea emet (verdad) e invocó el nombre secreto de Dios para darle vida. Algo, sin embargo, salió seriamente mal: “Tal vez hubo un error en la grafía / o en la articulación del Sacro Nombre; / a pesar de tan alta hechicería, / no aprendió a hablar el aprendiz de hombre”.
El rabino -nos cuenta Borges en su poema-, debió conformarse entonces con asignarle a la pobre criatura simples tareas de limpieza: lo puso a barrer el templo de su congregación. De manera análoga, y pese al continuo avance de los últimos años, nuestras computadoras más avanzadas están aún muy lejos de poder pensar como seres humanos. Las aplicaciones comerciales más exitosas de la inteligencia artificial siguen siendo aquellas que resuelven problemas específicos y bien definidos. Entre éstas, se destaca Roomba, una aspiradora autónoma capaz de cumplir -sin supervisión humana- las mismas tareas de limpieza que, como Borges nos cuenta en su poema, terminó realizando el Golem.
Las puertas de la percepción
En el poema “Alguien soñará” de su libro Los conjurados, Borges se pregunta: “¿Qué soñará el indescifrable futuro?”. Y se responde: “Soñará sueños más precisos que la vigilia de hoy. Soñará que podremos hacer milagros y que no los haremos, porque será más real imaginarlos”.
Éste es el mismo objetivo que impulsa el campo de investigación de la llamada “realidad virtual”: la generación en tiempo real de entornos imaginarios lo suficientemente convincentes para que el usuario sienta que está inmerso en ellos. Hace dos años, Facebook compró la empresa Oculus, dedicada a esta área de investigación. Basta leer la descripción que recibe a cada visitante para percibir la conexión con las ideas de Borges: “Sumérjase en sus juegos preferidos… Viaje en el tiempo o el espacio, o encuéntrese con sus amigos en la realidad virtual. Infinitos mundos nos aguardan”.
La inteligencia artificial continúa avanzando poco a poco. Por ahora ha llegado -como el Golem- a solucionar problemas puntuales. Los sistemas de realidad virtual permiten también visitar mundos ficticios, visibles y sonoros, a los que puede ingresar gran cantidad de gente. Pero tal vez la afinidad más grande entre la obra de Borges y las tecnologías del siglo XXI está en que ambas se acercan al límite del precipicio, el borde del desfiladero; al redefinir parámetros básicos de lo que es y no es posible en el mundo que vivimos, nos llevan a cuestionarnos nociones básicas de nuestra propia percepción de la realidad, nuestras capacidades de crear y de sentir, y los horizontes de nuestra propia existencia.
CLARIN