Buenos Aires era una fiesta

Buenos Aires era una fiesta

Por Judith Savloff
Es un viaje a otra época. Al traspasar el portal de hierro y bronce fundido proveniente de cañones de la Guerra de la Independencia, entre mármoles, una gran lámpara (200 kg) y la escalera que evoca a la de la Opera de París, no cuesta imaginar a las damas con vestidos de cintura entallada y los señores de frac.
Lo dice a Clarín el historiador Eduardo Lazzari, coordinador de las visitas guiadas a este palacio, el Centro Naval (1914), que acaban de abrir al público. Y lo siguen diciendo los salones decorados hasta el techo con frescos, detalles rococó y los elogios al movimiento del barroco, entre otros rasgos de Versalles, por ejemplo. También maravillan los muebles sólidos, sobrios, y otros rasgos ingleses. Muebles de la casa Thompson, casa que recuerda a Harrods, la gran tienda. Pero acá queda claro que por aquellos años Buenos Aires era la París latinoamericana. Coqueta. Dorada, en parte. En parte, una fiesta.
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Hoy, en medio del trajín, este tramo de Córdoba conserva también otras bellezas. El Edificio Bencich, con cúpulas de cuento. Y los murales de los maestros Spilimbergo, Berni, Urruchúa, Castagnino y Colmeiro en Galerías Pacífico, construcción de fin del siglo XIX pensada para ser, justamente, el Bon Marché porteño.
La zona aún es elegante. Pero más compleja. Mantiene huellas coloniales en la iglesia Santa Catalina de Siena. Locales y shopping. Más oficinistas y más turistas. Gente que mendiga.
Será por eso que de golpe uno recuerda que Jane Jacobs, urbanista neoyorquina, defensora de los barrios como reservas de diversidad, señaló: “En un espacio marcado por la monotonía (…) uno se mueve pero no parece llegar a ningún lado. Para orientarnos, necesitamos diferencias”. Palacios y negocios, como se ven por acá y en buena parte de la Ciudad. El tema es cómo se aprovechan.
CLARIN