Tipos comunes

Tipos comunes

Por Ezequiel Fernández Moores
Si no hubiera sido por el fútbol, Claudio Borghi cree que se habría ganado la vida trabajando en una fábrica. Marcelo Trobbiani en una panadería. Néstor Clausen habría sido ferroviario, como su padre. José Luis Cucciufo ingeniero electrónico. Oscar Ruggeri profesor de Educación Física. “¡Qué se yo!”, se ríen otros, siempre mirando a la cámara. José Luis Brown dice que “borracho del pueblo”. Oscar Garré “ciruja” y Héctor Enrique “pibe chorro”. Cuando llueve, el Negro Enrique se acerca a la parte vieja y más precaria de la concentración del América. Esas goteras -le cuenta a Jorge Valdano- le hacen recordar a su infancia. Allí duerme Carlos Bilardo. Habitación de dos metros por tres, bañito, perchero y colchón en el piso, porque el elástico de la cama está vencido. El Vasco Olarticoechea, a cargo de la grabación casera que registra todo, cree que él, si no hubiese sido futbolista, habría seguido pintando autos. “Chapa y pintura”. Pocas horas después, le ganan a Alemania la final del Mundial de México.
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Es uno de los momentos más íntimos de “1986: La historia detrás de la copa”, documental de Christian Rémoli, una joyita estrenada el domingo en el Bafici y que tendrá tres proyecciones más entre el viernes y el domingo. El documental más visto de la hazaña del 86 se llama “Héroes”. Es inglés y de la FIFA. Pero más que “héroes”, cree Rémoli, los campeones del 86 “son tipos comunes” que, eso sí, han hecho algo “extraordinario”. En esa concentración, hasta parece un tipo común Diego Maradona, que tiene un poster de Valeria Lynch en su habitación. Tan comunes todos que, reunidos a puertas cerradas, se lanzan “críticas despiadadas”. Entre ellos y al técnico. Un periodista, de casualidad, escucha todo. No se arrepiente de haber respetado la intimidad del grupo. Está lejos de la arrogancia mediática de la revista que “ponía y sacaba técnicos de la selección”. Y del diario que “bajaba línea sobre cómo había que jugar”. Si hasta el Presidente de la Nación, cuenta el documental, ordena que hay que echar a Bilardo. Y no porque el equipo jugara mal, sino porque, cuando era jugador, cuenta el funcionario que le dice el presidente, “Bilardo pinchaba a (Raúl) Bernao con alfileres y le tiraba aserrín al arquero”.
Tipos tan comunes que se “saturaban” de las obsesiones de Bilardo. Como Olarticoechea, a quien el DT le explica que jugará de lateral-volante, en la bajada de un peaje de autopista, y dibujando en una pared con un ladrillo que había tomado del piso. Tipos comunes como Garré, que dice sonriendo que su apodo es “Mago”. Y que, sobre el final, a 30 años de la hazaña, llora al recordar que “venimos de muy abajo”. Dice que los jugadores representan “la ilusión de todos los chicos” de jugar un Mundial con la selección. Y que, en México, “nunca nos olvidamos de eso”.
El documental, con voz de Víctor Hugo Morales y gran animación, no evita temas polémicos, peleas e internas. Lo que sucedió con esa selección, cuenta Valdano, “es el milagro de trasformación más grande que ví en mi carrera deportiva”. Por eso gana el clima íntimo de la grabación casera que conduce Olarticoechea. Las imágenes de esos “tipos comunes” que hacen “cosas extraordinarias”.
Común y extraordinario es también el excampeón mundial de boxeo Sergio Víctor Palma, figura del Bafici en “La piel marcada”, que lo muestra a los 59 años buscando refundar un gimnasio en Lanús. La 18» edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, que en algunos años llegó a contar con una sección deportiva (“Elegante Sport”), ofrece también un documental sobre la vida de Luciana Aymar, la Leona que se retiró después de ganar todo (“Lucha, jugando con lo imposible”). Otro sobre los pioneros del running (“Free to run”). Hay más mujeres deportistas en “El sentido derby”. Está el gran Zlatan Ibrahimovic en “Becoming Zlatan”, su propio documental, pero en el que casi todos lo critican. Y hay dos más de fútbol. En “Los Pibes”, los “captadores” de talentos de Boca recorren un mundo difícil, cerca de 40.000 pibes que sueñan quedar dentro del 0,1 por ciento que finalmente ingresará en las inferiores del club. Y en “Hijos nuestros”, Carlos Portaluppi, tachero calentón y futbolero, vuelve a San Lorenzo para llevarle al club un pibe que promete. Cuentan Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez, directores, que la trama se inspira en una frase del escritor Ezequiel Martínez Estrada que comienza diciendo: “El pueblo de la metrópoli tiene sus pasiones hondas e irrefrenables. Una de ellas, la más típica y vehemente, toma el aspecto eterno del fútbol”.
El fútbol ofrece, desde siempre, historias formidables. Pocas me atraen tanto como “La leyenda de Tittyshev”. El periodista estadounidense Jeff Maysh le escribió a unos doscientos Steve Davies del este de Londres hasta que, una década después, por fin ubicó a su hombre. Escribió la historia en Howler Magazine, tan fascinante que la reprodujo The Guardian en 2013 y Canal +, de España, lo hizo documental en 2015, en el más que recomendable “Informe Robinson”.
Uno de los protagonistas principales de la historia es Harry Redknapp, DT mediático y de salidas ocurrentes, que en 2008 ganó la FA Cup con Portsmouth y en 2011 llevó al Tottenham a cuartos de final de la Champions. Frustró su candidatura de suceder a Fabio Capello como técnico de Inglaterra por una acusación de fraude, que siguió a otra de 2006 en la que se lo investigó por recibir supuestas comisiones de representantes de jugadores. En West Ham, con el que ganó la Copa Intertoto de 1999, se sorprendió un día por la pinta de Dani, flamante refuerzo portugués: No se si ponerlo -le dijo a un asistente- o llevármelo a la cama (lo escribo sin comillas, porque, en rigor, la expresión fue otra).
El 27 de julio de 1994, el West Ham de Redknapp viajó a jugar un amistoso de pretemporada a Oxford. Ganaba fácil 2-0. Pero lo más llamativo eran los insultos de un hincha, Steve Davies, contra Lee Chapman, el 9 de West Ham. “¡Dale burro!”, “¡Inútil, levantá el culo!”. Una y otra vez. “¡Poné a los pibes, sacá a esa mierda!”, gritó luego hacia Redknapp. El DT, que estaba parado apenas a unos metros, y ya casi no tenía más cambios, vio que Chapman no se reponía de un golpe. Se acercó a Davies y le preguntó apenas terminó el primer tiempo: “¿Creés que podés jugar mejor que Chapman?”. “Claro”. “¿Querés jugar?”. Davies había fumado 30 cigarrillos el día previo. Más cigarrillos y dos cervezas hasta media hora antes. Fanático del West Ham desde los 5, en la cancha desde los 15 y con el poster de Trevor Brooking (88 goles en 528 partidos con los Hammers) en la cama, Steve no dudó: “¡Por supuesto que sí!”.
“¿Cuál es tu nombre hijo?”, pregunta el DT a Davies. “¿Y de qué jugás?”. Davies, defensor duro en los partidos con amigos, piensa que, tratándose del West Ham, debe jugar de delantero. Redknapp le anuncia a Chapman que sale. Steve Bacon, fotógrafo oficial del West Ham (sus fotos son el único documento visual del hecho) le dice a Eddie, el utilero, que el DT, otra vez, “la está cagando”. Sus amigos, Chunk y Bazza, y su esposa Kelly, estallan de la risa cuando lo ven salir con el número 3. “Mirá a ese que compramos ahora”, le dice un hijo a su padre en la tribuna. El defensor de Oxford, Chris Fontaine, sospecha. No le ve a Davies pinta de jugador. En la tribuna, el presidente del club, Brian Cox, escucha el rumor. “Nooo, un club como el West Ham -piensa- no puede hacer una cosa así”. La voz del estadio envía a un asistente para que le pregunte a Redknapp el nombre del recién ingresado: “¿No viste el Mundial (’94)? Es Tittyshev, el búlgaro”. “Ah -le responde el joven-, gran fichaje Harry”. “Con el 3 -se escucha por el altavoz- el gran matador búlgaro ¡Tittyshev!”. Los primeros minutos Davies siente que le tiemblan las piernas. No puede creer la velocidad del juego. Toca simple. Evita el ridículo. A los 71 minutos, recibe un pelotazo de Matty Holmes. Controla entre dos hombres y define. Alza los brazos. Sus amigos deliran. Redknapp mira al cielo. La eternidad. De tipo común a héroe. Pero Dermont Gallagher, el árbitro, marca offside. “Hijo de puta -le dice Davies riendo y con una mano sobre su hombro-, te has cagado mi sueño”.
LA NACION