09 Apr Otra mirada sobre José Hernández: la del auténtico pero solitario payador
Por Gloria Martínez
A don José Hernández lo consideramos uno de los máximos emblemas de nuestra tradición. Y lo es, no sólo por las circunstancias de su vida, las múltiples facetas de su personalidad de su prosapia gauchesca, de estanciero, patriota, periodista, político, legislador, sino también, y principalmente por haber escrito El gaucho Martín Fierro.
Martín Fierro es el gaucho argentino que compendia las características de nuestro pueblo, tal como lo expresa luminosamente la doctora Alicia Lidia Sisca en su libro crítico: Martín Fierro, obra portadora de valores cristianos de nuestro ser tradicional argentino.
Creo además que José Hernández es nuestro máximo payador, sin olvidar al legendario Santos Vega – “Aquél de la larga fama”– ni a nuestro querido negrito Gabino Ezeiza.
Lo pienso por dos razones principales: la primera, porque toda la obra– como bien señala la doctora Sisca en su obra ya citada– es una payada de Martín Fierro con su auditorio.
La segunda, porque José Hernández ha sido el único, al menos que yo conozca que fue capaz de payar consigo mismo.
En efecto, todos conocemos la famosa payada de Martín Fierro con el negro payador que lo andaba buscando para vengar la muerte de su hermano mayor al que Martín Fierro había dado muerte estando ebrio – más de dolor que de vino– y de cuya muerte siempre estuvo arrepentido porque, como él decía, la sangre derramada de la victima cae “como gotas de fuego en el alma del que la vierte”.
El gran poeta José Hernández a tal punto nos sugestiona que creemos que se trata de dos payadores distintos, Fierro y el negro, que payan a contrapunto sobre temas de gran profundidad; temas tales como cuáles el canto del cielo, el canto de la tierra, qué es el número, qué la cantidad… y ambos se miden airosos como dos verdaderos y auténticos payadores.
Pero, en realidad, hay un solo payador: José Hernández, que desdobla su personalidad y realiza la hazaña de payar consigo mismo. En sus escritos o en un teatro atiborrado de otros payadores que no son más que emocionados oyentes.
Tal es el nivel del genio de payador de quien hemos designado emblema de nuestra tradición y a quien dedicamos nuestro homenaje de argentinos consagrando con su nombre nuestro Día de la Tradición.
Yo también le dedico mi modesta ofrenda de admiración con este poema que me inspiró la lectura de su obra inmortal: Releyendo a Martín Fierro
Para releerte, Martín Fierro, elegí este atardecer hernandeano de primavera argentina, con el cielo en afiche celeste y blanco… y no me faltan ni el mate, ni la guitarra, ni siquiera en tus tapas, en cuero encuadernadas, tu moro de Ayacucho, tu pingo más preciado.
Martín Fierro, eres mi amigo desde un tiempo muy lejano.
Apenas deletreaba, y ya leía tus consejos sabios, y me dolía tu infortunio cuando encontraste en ruinas tu rancho…, todo por la culpa de unos soldados y unos indios malos”…
Martín Fierro, en plena ciudad me haces vivir el campo, cae la sombra de un invisible ombú sobre las frías baldosas del patio.
A ti te debe mi corazón un horizonte ilimitado y una fina intuición de patria, de libertad, grito sagrado.
Martín Fierro, hoy leo entre las líneas de los versos verdades que predicas con tu canto.
Me despojo de todo lo sabido en un esfuerzo cartesiano y me arrimo al fogón para aprender de ti, como tus gauchos.
Porque, gracias a Dios, soy argentina, somos del mismo incomparable pago.
LA NACION