La terrible muerte de Hipatia de Alejandía

La terrible muerte de Hipatia de Alejandía

Por Hugo Bauzá
En 415, hace exactamente 1600 años, una turba desenfrenada de fanáticos atacó, vejó y desolló viva a Hipatia, célebre matemática, astrónoma y filósofa griega de la tardía Antigüedad; llevó luego sus despojos hasta el barrio del cementerio y allí los incineró. Hija y discípula de Teón de Alejandría, matemático y astrónomo no menos ilustre, esta científica y pensadora neoplatónica es autora de obras que no han llegado hasta nosotros, pero cuyos títulos al menos conocemos. Se le atribuye también la invención de aparatos vinculados con la mecánica pero, fundamentalmente, se la recuerda como expositora de ideas platónicas y aristotélicas. Descolló en el momento de la decadencia del paganismo y de la lucha de éste contra el cristianismo, que se esforzaba por abrirse camino. Para el imaginario de la época resultaba transgresora pues rompía con los cánones de una sociedad vertebrada en torno de la figura masculina, por lo que molestaba, especialmente a los cristianos que, extendiéndose por Alejandría, pretendían su independencia política respecto del poder imperial.
soluciones-hipatia
Su martirio ocurrió en su patria, la es¬plendorosa ciudad fundada por Alejandro, famosa por su palacio -en él César conoció a Cleopatra-, su museo y su ya mítica biblioteca. Esta ciudad fue también célebre porque en ella setenta y dos sabios enviados por el sumo sacerdote de Jerusalén tradujeron al griego textos sagrados de los judíos -versión conocida como Septuaginta-, y hoy lo es también por ser cuna y sepulcro de uno de los más grandes poetas: Constantino Kavafis.
En tiempos de Hipatia, Alejandría, capital de la rica provincia romana de Egipto, se hallaba a las órdenes del prefecto Orestes, legado del emperador Teodosio I “el Grande” quien, al imponer el cristianismo como religión de Estado, ordenó cerrar templos paga¬nos, prohibir sus ritos, incluso la celebración de los juegos olímpicos, e incinerar los famosos Libros Sibilinos. El clímax de ese vejamen fue la destrucción del Serapeo y el saqueo de su biblioteca, lo que generó hostilidad contra el nuevo credo por parte de los paganos. La Iglesia cristiana -con Teófilo al frente de la diócesis romana de Egipto- pretendía sentar basas en Alejandría, lo que dio origen a graves desavenencias político-religiosas materializadas en disturbios cotidianos y luchas callejeras. A su muerte, en 412, lo sucedió en el cargo su sobrino Cirilo, fanático como su tío a juzgar por sus hechos y en opinión de los historiadores. Con él se agravaron esas desave¬nencias, a tal punto que su vida llegó a correr peligro. Alejandría estaba convulsionada. Y fue bajo su patriarcado cuando ocurrió la flagelación de Hipatia, a quien culparon de la tensión entre el poder civil, encabezado por Orestes, y el religioso, por Cirilo. Una horda de salvajes, enajenada también por los ayu¬nos de la Cuaresma, arrebató a Hipatia de su carruaje y la ultrajó hasta matarla. Tal salvajada nos recuerda los vejámenes a los que, en una Cuaresma porteña, una turba ávida de sangre sometió a un unitario hasta que “reventó de rabia”, según narra Echeverría en un magnífico relato alucinatorio: El matadero. Cuando ocurrió la mutilación de Hipatia, el prefecto Orestes, amigo y discípulo de la filósofa, la comunicó a Flavio Honorio, entonces emperador, pero la causa no prosperó por falta de testigos.
Si bien no hay pruebas concretas que culpen a Cirilo por ese crimen, los indicios y comentarios lo señalan como el instigador. Así, por ejemplo, lo afirma Sócrates Escolástico, el historiador cronológicamente más cercano a esos acontecimientos, quien recuerda a Hipatia como “modelo de virtud”. También la Suda, una enciclopedia bizantina del siglo XI, atribuyó a ese patriarca la responsabilidad de la muerte de Hipatia. Al margen de lo político, existen razones subjetivas que llevarían a incriminar a Cirilo. Los historiadores Blázquez y Sanz Serrano, por ejemplo, recuerdan que, desde muy joven, Cirilo vivió la vida monástica para la cual en esa época, falazmente, la mujer era vista como la encarnación del pecado, más aún Hipatia que, como científica y librepensadora, al no avenirse a credo religioso alguno, rehusó convertirse. Su proceder no condecía con lo que entonces se esperaba de una mujer, por lo que la habrían juzgado bruja, hechicera, ser abominable vinculado a fuerzas demoníacas. Su muerte, preludio de posteriores cazas de brujas, podría así ser explicada desde esa mirada tan engañosa como bárbara.
La opinión mayoritaria valora en Hipatia su vocación por el saber, su entrega a la ciencia, su inteligencia y es precisamente esto último lo que parece haber suscitado celos y envidia.
Su atroz mutilación debilitó el desarrollo del pensamiento científico a la par que, en Alejandría, trajo aparejado el abandono de los estudios griegos, los que sobrevivieron en Bizancio, la ciudad rival. En Bizancio, hoy Estambul, perduró el estudio de la lengua y la cultura griegas, de cara a la Europa occidental en que, durante el Medioevo, se ignoró el griego clásico; Dante y Petrarca, por ejemplo, no conocían esa lengua.
Hipatia a lo largo de los siglos, viene transitando de la historia al mito para convertirse en símbolo con el que aludir a una mujer sabia, progresista, auténtica. En esa línea cuando Rafael pintó La Escuela de Atenas, la homenajeó retratándola junto al filósofo Zenón de Elea. Hoy, en su honor, un asteroide ha sido bautizado Hipatia; y también uno de los cráteres lunares; de igual modo un grupo de feministas la valoran al editar dos revistas con su nombre.
Esta mujer singular ha sido estudiada, biografiada y novelada por numerosos escritores y, en 2009, el director cinematográfico Ale¬jandro Amenábar robusteció la leyenda en torno de su figura al dedicarle el film Ágora donde entremezcla realidad con fantasía.
De los tantos juicios vertidos sobre ella, aludo al del irlandés John Toland, que contribuyó a conformar el mito de Hipatia. Este filósofo, autor del célebre Cristianismo sin misterio, en un panfleto anticatólico sostiene que fue “despedazada por el clero alejandrino” cargando a Cirilo con la culpa.
También Voltaire, defensor a ultranza de la tolerancia, al exaltar la memoria de quienes propiciaron el progreso de la civilización, recuerda a Hipatia. Considera su muerte “un asesinato brutal perpetrado por los fanáticos tonsurados de Cirilo”. Para este pensador, Hipatia se presentaba como icono de un pensamiento abierto y plural, opacado por el avance de una religión que, a sus ojos, esclavizaba la razón. Frente al fanatismo, a la demencia, a la desmesura, a lo que los griegos expresaron en la voz hybris, flagelo ominoso que se ha dado en todos los tiempos y que es forzoso evitar, la figura de Hipatia crece día a día como símbolo de racionalidad, de búsqueda del saber y de inclaudicable amor por la ciencia.
LA NACION