01 Apr Del garaje a la cima del mundo, Apple cumple hoy 40 años de existencia
Por Ariel Torres
Existe una suerte de ley no escrita que dice que detrás de toda gran compañía hay una gran historia, una historia que vale la pena contarse. En el Silicon Valley eso es particularmente cierto. Por ejemplo, la amistad adamantina de Hewlett y Packard, los “ocho traidores” que fundaron Fairchild o el proyecto de investigación académica que, por consejo de un profesor, se convertiría en Google. Pero ninguna de estas historias alcanza la naturaleza novelesca de Apple, con su mezcla de origen humilde, excelencia técnica, personalidades volcánicas, un éxito inaudito seguido de una larga agonía que conduciría casi al quebranto, el regreso del hijo pródigo y su actual ascenso hasta el primer puesto entre las compañías con mayor valor de mercado del planeta. Esta historia contiene también, por desgracia, una muerte prematura.
La compañía fue fundada el 1° de abril de 1976 en el garaje de la casa de los padres de Steve Jobs, en Crist Drive 2066, de Los Altos, California, Estados Unidos . Jobs creía que podían comercializar una computadora que había diseñado su amigo Steve “Woz” Wozniak. Hasta ese momento, Wozniak, fiel a su estilo generoso y desinteresado, regalaba los planos de los circuitos. Incluso le había ofrecido el diseño a su empleador, Hewlett-Packard, pero lo habían rechazado.
Según escribió Wozniak en su biografía, la historia del garaje ha sido mayormente exagerada, porque buena parte del trabajo lo hacía él, desde su cubículo en Hewlett-Packard, y Jobs, desde su cuarto en la casa de sus padres. Pero la idea de un coloso que nace en tan humilde condición no deja de ser hechizante. Cuando lo entrevisté, en septiembre del año último, Woz me dijo: “Creo que lo que más extraño es la época antes de que fundáramos Apple, cuando hablábamos de todo lo que íbamos a hacer juntos, e incluso, de los primeros tiempos de Apple, extraño el hecho de que en esa época él era siempre muy respetuoso y afectuoso conmigo”.
Los dos Steve se habían hecho amigos cinco años antes, pero no podían ser más diferentes. La única ambición de Wozniak era la de encontrar un buen empleo como ingeniero, de ser posible para trabajar con computadoras, que eran su pasión y en las que había demostrado un genio precoz. Para el momento en que nace Apple, estaba a medio camino de alcanzar esa meta: Hewlett-Packard lo había empleado para el diseño de calculadoras. Necesitaría mucha presión para, menos de un año después, dejar ese puesto para dedicarse a tiempo completo a Apple.
Jobs, en cambio, era ambicioso y seductor. Quería conquistar el mundo y vio en las computadoras personales una oportunidad para alcanzar ese objetivo. El primer paso era -a su juicio- fundar una compañía. No había otra ruta. Cuando Wozniak lo llevó al Homebrew Computer Club, donde se exhibía su computadora, Jobs detectó en esa máquina una oportunidad de negocios; su olfato, en este sentido, permanecería agudo e inalterable durante toda su vida.
Hecho a mano
Es muy probable que, incluso para los primitivos estándares de aquella época, llamar compañía a la Apple de abril de 1976 sea un poco exagerado. Para iniciarla, Jobs vendió su Volkswagen bus y Woz, su preciada HP-65. Más aún: uno de los malentendidos que rodean el origen de la empresa es que su primer producto fue una computadora. No es así. O mejor dicho, no es así para lo que hoy entendemos por computadora.
La Apple I se vendía como una plaqueta electrónica con todos sus componentes: microprocesador, memoria e interfaz de video. Pero carecía de gabinete, teclado, pantalla o fuente de alimentación. Salió a la venta por 666,66 dólares (unos 2700 de hoy); los pocos modelos que todavía sobreviven pueden llegar a subastarse por casi un millón de dólares .
Ahora, ¿qué le había visto Jobs al diseño de su amigo para creer que podrían competir en un mercado donde ya existían otras computadoras para hobbistas, algunas con mejores características y precio más competitivo? El lema que regularía toda la carrera de Jobs: la máquina de Woz era más fácil de usar.
Para los estándares actuales, una computadora sin gabinete ni pantalla carece de sentido. Pero la Apple I era un avance sobre sus competidores porque los componentes ya venían soldados a la plaqueta principal (no tenía que soldarlos el cliente). Además, la Apple I no era pretenciosa: funcionaba con un teclado estándar y cualquier televisor (no con periféricos costosos o inaccesibles para la mayoría). La idea de Wozniak de conectar su máquina a la TV era por sí misma revolucionaria, y marcaría el rumbo de toda la informática personal que le seguiría. Al punto que, muy pronto, las computadoras vendrían con una pantalla.
Fabricadas a mano, las primeras 200 Apple I fueron un éxito y, contrarreloj, pudieron cumplir con el primer pedido por 50.000 dólares (208.000 dólares de hoy), cortesía de Paul Terrell, que había establecido uno de los primeros negocios minoristas de computación, The Byte Shop. Jobs tenía razón, Woz había creado algo que se vendía como pan caliente y ahora contaban con un capital inicial. Insuficiente, pero era hora de saltar a la siguiente etapa.
Como en casi todas las historias de éxito, hay una figura que se baja antes de tiempo de la aventura. En este caso fue Ronald Wayne, que Jobs había conocido en Atari. Wayne había diseñado el primer logo de la compañía y había escrito el manual de la Apple I, pero a mediados de ese abril de 1976 vendió su 10% de la empresa por 800 dólares y abandonó el barco. Es difícil calcular a cuánto equivaldría ese 10% ahora, pero, como referencia, el valor de mercado actual de Apple Inc. es de 595.000 millones de dólares.
La salida de Wayne fue un golpe duro, porque perdían al único inversor experimentado del grupo. El viento cambiaría en noviembre, cuando Mike Markkula, que se había retirado multimillonario a los 32 años gracias a sus inversiones en el Silicon Valley, se acercó a los Steves y les ofreció el financiamiento y la experiencia corporativa que necesitaban (había sido director de márketing de Fairchild e Intel). La compañía se incorporaría oficialmente en enero de 1977 y Wozniak, de nuevo en solitario, se pondría a trabajar en la Apple II, su obra maestra, tan excepcional que se seguiría vendiendo durante 11 años y sería la vaca lechera de la compañía durante los tiempos turbulentos en los que Jobs experimentaba con Lisa y, luego, con la Macintosh.
Auge y fracasos
Empezaba la etapa corporativa de Apple, que vería retirarse a Wozniak y asistiría, para asombro de todo el mundo, a la intempestiva renuncia de Jobs.
Durante sus primeros años, Apple no dejó de crecer, en gran medida gracias a la Apple II, al punto de amenazar los negocios de IBM, que se vería forzada a lanzar la PC en 1981.
En diciembre de 1980 Apple hizo su oferta pública inicial (vulgo: empezó a cotizar en Bolsa).
En 1981, luego de un accidente aéreo, Wozniak decidió alejarse de Apple, donde ya no se sentía cómodo. La Apple III (“que fue creada por un comité”, me dijo el año último), tampoco ayudó. Lanzada en 1980, resultó una catástrofe que afectó la imagen y los negocios de la compañía y que conseguiría un éxito modesto sólo bastante tiempo después.
En 1983 la compañía presentó Lisa, una de las primeras computadoras con interfaz gráfica. Fue un fracaso a causa de un error que Jobs repetiría más adelante: el precio. Costaba 9.995 dólares (casi 24.000 de hoy). A propósito, la primera computadora con ventanas, metáfora de escritorio, íconos, ventanas, carpetas y mouse fue la Xerox Alto, de 1973, que no se comercializó. La primera en salir al mercado fue la Xerox Star 8010, en 1981.
Tras el fracaso de Lisa, Jobs intervino el equipo que estaba preparando la Macintosh, enajenó a todo el mundo con sus exorbitantes y obsesivas exigencias de diseño, y en 1984, salió a la venta la computadora que sentaría las bases de lo que vendría. Sin embargo, la producción y el lanzamiento, que, entre otros lujos, proyectó un aviso dirigido por Ridley Scott en el Super Bowl de ese año, costaron una fortuna. Al principio la máquina no vendió bien, mayormente a causa de sus limitaciones, que provenían de sacrificios hechos en nombre del diseño. La eterna obsesión de Jobs. Empezaban las tensiones con la plana mayor de su compañía, a la que seguía manejando como si fuera una pyme cuando en realidad ya cotizaba en Bolsa. La cosa no terminaría bien.
Los años de la orfandad
En 1983 Jobs había reclutado a John Sculley, que venía de Pepsi-Cola, para que se hiciera cargo de la dirección ejecutiva de la empresa. Jobs y Sculley no tardaron en colisionar y tras perder una serie de internas, en 1985, Jobs sintió que debía renunciar. No era el plan del directorio, pero nunca había sido fácil hacer que el díscolo emprendedor cambiara de idea. Para él tampoco resultó sencillo: sentía que le habían arrebatado su más preciada creación, Apple Computer.
Jobs se pasó un mes deprimido, sin saber qué camino tomar. Cuando se recuperó, hizo dos cosas. Una cambiaría la vida de millones de personas. La otra, también.
Su primer instinto fue volver a lo conocido y fundó otra compañía, NeXT, que fabricaría unas computadoras tan avanzadas como costosas. Como había ocurrido con Lisa, no le iría nada bien. Sin embargo, una parte de este proyecto todavía sigue vigente, como se verá enseguida. Al año siguiente, en 1986, Jobs compró la división de animación computada de Lucasfilm, llamada Pixar, con 10 millones de dólares de su bolsillo.
Pixar -hoy en manos de Disney- refundaría los dibujos animados y crearía una nueva forma de cine. Casi 10 años después, presentaría el primer (e inolvidable) largometraje de animación, Toy Story.
El retorno del Rey
En cuanto a NeXT, para entender el papel clave que jugó en Apple es menester mirar los casi 11 años durante los que la compañía debió arreglárselas sin Jobs. Al principio, la Mac le dio a Apple un lugar preponderante en el ambiente de la fotografía y el diseño gráfico. Luego, mientras la más económica PC seguía en ascenso, la compañía primero se estancó y más tarde empezó una franca declinación técnica. En 1996, al borde de la quiebra, habiendo admitido que no podían producir un sistema operativo competitivo (el software que hace funcionar una computadora), Apple adquirió NeXT en 427 millones de dólares (sería su compra más costosa hasta la de Beats Electronics en agosto de 2014 por 3000 millones de dólares ) y, con esto, recuperó a Jobs y se quedó con el sistema operativo de las NeXT, llamado NextStep, en el que se basó Mac OS X.
Jobs creía que había contraído el cáncer que le causaría la muerte en 2011 durante estos años de intensidad diabólica, en los que no sólo estaba reinventando el cine en Pixar, sino que debía rescatar el Apple del abismo. “Llegaba a casa y no tenía ni fuerzas para comer”, cita Walter Isaacson en su extraordinaria biografía de Jobs.
Nadie apostaba mucho por Apple en esos tiempos. Pero el problemático fundador había regresado diferente, cambiado, con más experiencia en la dirección ejecutiva y más sensible a los costos operativos. Ahora Jobs estaba enfocado y tenía lo que hacía falta para llevar a Apple hasta la cima. Y, sin embargo, había estado a punto de perder a uno de sus alfiles fundamentales: Jonathan Ive.
Ive era empleado de Apple desde 1992, pero poco antes del regreso de Jobs él también había dejado de creer en el destino de la compañía y decidió renunciar. Jon Rubinstein, que había trabajado con Jobs en NeXT y que había pasado a Apple durante el proceso de adquisición, persuadió a Ive de que se quedara. Como se verá enseguida, la historia podría haber sido muy diferente, si Ive se marchaba.
Bajo el mando de Jobs, Apple produjo un acierto tras otro. Y todos esos productos salieron, en gran medida, de la mente de Ive.
En 1998, lanzaron las coloridas iMac, que volvieron a colocar a Apple en el mapa.
En 2001 Apple presentaron el reproductor de música iPod. Asociado con una tienda en línea (iTunes Store), convertirá a la compañía en el principal minorista de música de Estados Unidos.
En 2006 un rumor absurdo empezó a circular en el ambiente tecno: Apple preparaba en secreto un teléfono celular. No tenía sentido que un fabricante de computadoras saliera a competir con potencias como Nokia y Motorola. Pero resultó cierto y en enero de 2007 Jobs presentó el iPhone. Fue el dispositivo más disruptivo desde la aparición de la IBM/PC, y no sólo era cierto que pelearían con los dueños absolutos de ese mercado, sino también que los derrotarían. Su impacto afectó asimismo a los emperadores de la computación personal, Intel y Microsoft, cambió buena parte de nuestra experiencia digital y motorizó el auge de las redes sociales.
El iPhone también venía asociado con una tienda en línea, el AppStore, que reforzó el éxito del teléfono y marcó el camino para los Androides de Google y los Windows Phone de Microsoft.
En 2010, un Steve Jobs demacrado presentó la iPad. Era una nueva categoría, que al principio sacudió el mercado hasta sus cimientos y consolidó el liderazgo de Apple. La iPad perderá energía en los años siguientes -al revés que el iPhone, que hoy sigue imparable-, pero para entonces la compañía se habrá convertido en la más rica del mundo.
Cuarenta años después, aquél proyecto loco los hippies del garaje californiano factura más que Microsoft, Intel e IBM combinados.
La montaña rusa de los primeros 20 años de Apple se convirtió, durante los últimos 20, en una escalada sin techo. Pero en esta industria todo cambia cíclicamente y cada tanto se produce un colapso. A los 40 años y desde una posición de poder y opulencia, Apple está buscando su futuro. Luego de la muerte de Jobs, la compañía no ha vuelto a jugarse con un producto disruptivo. Todos sus lanzamientos desde entonces han sido mejoras evolutivas de dispositivos o tecnologías ya existentes. Tim Cook, el director ejecutivo que Jobs eligió para sucederlo, ha hecho un magnífico trabajo. Pero todavía le queda probar si es un digno heredero del principal legado que dejaron el visionario Jobs y el genial Wozniak: la innovación.
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