Christian Ferrer: “Ya me despido de Barón Biza; no es un personaje agradable”

Christian Ferrer: “Ya me despido de Barón Biza; no es un personaje agradable”

Por Natalia Blanc
En el living de la casa de Christian Ferrer conviven objetos que reflejan su vida profesional y personal: hay papeles y recortes de diarios y una nutrida biblioteca con títulos de historia, filosofía y sociología, entre otras disciplinas. También, una variedad de muñecos y juguetes de su hijo de 6 años. Sudamericana acaba de publicar una nueva edición de Barón Biza. El inmoralista, que aporta testimonios y anécdotas que el autor consiguió después del lanzamiento del libro en 2007. Por eso, esta vez, en la portada aparece la leyenda: “Edición definitiva”. Pero más allá de los agregados y las correcciones que tuvo la oportunidad de hacer, si algo demuestra esta reedición es que la historia fascinante y trágica de Raúl Barón Biza (y las funestas consecuencias familiares de sus acciones) continuó alrededor de Ferrer aun después de haber concluido el proceso de investigación y escritura. Y no es para menos: como asegura en uno de los capítulos, la vida de Barón Biza eclipsó su obra. “Su acto final, su muerte por mano propia después de arrojarle ácido en la cara a su segunda mujer, Clotilde Sabattini, lo vuelve un ser imperdonable. Lo transformó en un escritor infame. Así que todo lo que está asociado a su nombre quedó tocado por esa leyenda negra.”

-¿Por qué siguió vinculado a ese escritor maldito, aun después de tener el libro impreso?
-Porque había cosas que no había podido hacer, como ingresar a la estancia cordobesa que le había pertenecido a Barzón Biza, algo que logré tiempo después. O indagar sobre alguna que otra anécdota en forma más fina. Aparecieron, además, testimonios de gente que quiso hablar recién después de que salió el libro. Pero ya me despido de él. No es un personaje agradable.

-¿Cambió su percepción del personaje después de estudiar su vida y su obra?
-No es una persona querible. Se pueden destacar actuaciones interesantes; por ejemplo, su compromiso político en relación con los gobiernos del general Uriburu y del general Justo. Hay un capítulo olvidado de la historia nacional, que es el de las rebeliones yrigoyenistas y el de la existencia de una corriente militar antioligárquica. Es una historia de otra época, de cuando el Partido Radical todavía era peligroso. Hoy se parece a un animal herbívoro. Pero en su momento era un partido de masas. Yrigoyen era como un líder místico, que no hablaba con periodistas ni daba discursos. Yo quería contar eso porque no hay ningún libro que reúna todas esas historias que costaron más de cien vidas.

-Y la vida de Barón Biza atraviesa esos momentos históricos.
-Claro. Si hay que decir algo a favor de él sería que en sus libros trataba de evidenciar verdades muy molestas para toda sociedad. Esas verdades suyas estaban asociadas a la creciente corrupción de la casta política, que él conocía de cerca. Por otro lado, también quería decir una verdad sobre el sexo como problema negado por la sociedad, con lecturas quizás un poco crudas de Schopenhauer, de Nietzsche, de Freud.

-¿Su intención era provocar?
-El tema era provocador en sí mismo, más allá de su intención. Fue un hombre egocéntrico, de temperamento fuerte, caprichoso, de llevarse el mundo por delante; de una época en la que los hombres tenían que ser recios. Debía de tener mucho de megalómano: construyó el monumento más alto de la Argentina, una tumba faraónica para su primera esposa, Myriam Stefford, en cuya base supuestamente enterró las joyas que le había regalado. Es un imponente tesoro que no le pertenece a nadie y que se está deteriorando en una ruta de Córdoba. Es el único monumento de estética futurista de la Argentina.

-¿Cuál era su relación con Barón Biza antes de escribir sobre él?
-Cuando uno tiene 20 años, visita librerías de viejo. Alguna vez, di con sus libros en aquellas búsquedas. Hay muchos autores que pasan de moda y terminan naufragando en esas librerías. En el caso de Barón Biza, fue extraño descubrir que un autor que había vendido decenas de miles de libros no tenía críticas literarias. No había fuentes a las que remitirse. Raro porque, en general, un autor de éxito, aunque luego pase su cuarto de hora, tiene atención en su momento.

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-¿Y eso a qué cree que se debe? Dice en el libro que el personaje tapó la obra.
-Sí, pero también hay que tener en cuenta que las lecturas de sus obras causaban vergüenza. No se confesaban. Y no tenían lugar en la prensa ni en los círculos de literatos. En cierto sentido, la mala fama del autor ayudó a que fueran leídos sus libros. Gran parte de sus aventuras rocambolescas, sus caprichos de niño bien y sus blasfemias tenían un objetivo promocional. Es difícil llegar a una posición equilibrada sobre su obra. Yo no lo quiero. Yo quería a Jorge Barón, su hijo menor, un hombre suave, que parecía haber intentado eliminar toda violencia de su personalidad buscando algo de mansedumbre y de paz, aunque no la tuvo.

-La idea del libro surge, precisamente, a partir de conocer a Jorge Barón.
-Sí, me empezó a escribir cartas en 1995. Las conservo todas. Él necesitaba este libro. Yo encontré una personalidad afín y un escritor interesante. Su obra merece ser descubierta, tanto las críticas de arte como la novela, El desierto y su semilla, que es muy buena y tampoco es fácil de clasificar. Es uno de esos autores que merecen un lugar en la literatura argentina. Eso no tiene que ver con la cantidad de libros publicados, sino con la tarea que ha realizado. Podía percibir el drama y la caricia del mundo en cada cuadro que analizaba.

-Al final del libro hay un apéndice voluminoso de fuentes, que da cuenta de un trabajo minucioso.
-El libro está escrito como un ensayo. No es exactamente una biografía. Primero, porque las vidas de las personas son cápsulas misteriosas: nadie puede ingresar en ellas con absoluta legitimidad. Además, porque es la forma que me resulta más amable para narrar una historia. Pero todo ensayo debe estar basado en una investigación. Esto es algo que a veces se malinterpreta. Se cree que un ensayista se sienta a escribir esperando que pase una musa inspiradora y le tire línea. No. Yo hago investigación. Me lleva años. Puse las fuentes para los obsesivos. No es necesario leerlas. Nada más desagradables que la gente que anda buscándole pulgas a un texto.

-Entre que conoció a Barón hijo y publicó el libro pasaron más de diez años. ¿Cuándo y por qué decidió que era hora de sentarse a escribir?
-Comencé a escribirlo en 2001, una vez que Jorge tomó la decisión de quitarse la vida. Necesitaba devolverle algo. Escribí el libro para un muerto. Libros como éstos salen de ciertos dolores y de la necesidad de que alguien no sea olvidado. En este caso no se trata de Barón Biza padre sino del hijo. Valía la pena contar la historia por más terrible que fuera.
LA NACION