10 Apr Cabeza de cuentista
Por Natalia Laube
Schweblin es, para los medios culturales argentinos, la escritora local del momento: nadie deja de hablar de los premios que ganó (entre ellos, el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, dotado de 50 mil euros, en 2015), ni de la cantidad de idiomas a los que se tradujeron sus cuentos y su única nouvelle (Distancia de rescate), ni de las becas que obtuvo, que la llevaron a conocer países tan diferentes como China, Italia, México y Alemania, donde vive actualmente. Pero ella prefiere no prestarle demasiada atención a lo que otros dicen y se enfoca en aquello que sí puede controlar. “Todo eso funciona muy bien en las contratapas de los libros; da difusión, logra que más lectores se sientan curiosos por conocerte, pero a la hora de escribir temo que, si lo pienso demasiado, termine siendo contraproducente”, explica. “Implica compromisos y expectativas, y esas son cosas que finalmente no están en mis manos. Cuando realmente conecto con una historia, el runrún desaparece por completo: sólo quedan el ruido del teclado y las notas del lápiz sobre el papel”.
-En alguna nota reciente afirmó tener “cabeza de cuentista”. ¿A partir de qué lecturas, experiencias o referencias fue moldeándola?
-Mi recuerdo más lejano es con las lecturas de la infancia, cuando mis papás me leían cuentos y yo los interrumpía para contar mi propio final. Había algo en el desenlace de una historia, una atención en los demás que me encantaba manipular. Y creo que mucho de esto me sigue pasando cuando escribo. Después vinieron las primeras lecturas: Kafka, Cortázar, Bradbury, Poe, todos ellos extraordinarios cuentistas.
Y en la adolescencia, los des¬cubrimientos de Dino Buzzati, John Cheever, Flannery O’Connor, Bioy Casares, Antonio di Benedetto… ¡Cómo no me iba a enamorar del cuento!
-Muchos de ellos, y también Distancia de rescate, su única nouvelle, están escritos en primera persona. ¿Cómo es su vínculo con los personajes en el momento en que escribe? ¿Se pone un poco en sus zapatos?
-Nabokov decía que un escritor no es solamente un contador de historias, sino también un mago, un encantador. Lo que me pasa a veces es que, incluso si ya sé la historia que quiero contar, no puedo sentarme a escribirla si no siento ese encantamiento en mí misma. Y el hechizo recae
casi siempre sobre ese tono de voz, esa manera única en la que puede contarse un cuento en particular, eso que hace de esa travesía un recorrido inédito. La voz de una historia suele ser lo último que encuentro, pero sin esa voz no puedo dar un solo paso.
-Desde hace algunos años reside en Berlín. ¿Cómo es su vida allá?
-Tranquila y rutinaria. Para soltar la cabeza necesito el cuerpo bien organizado. Como los viajes me sacan mucho de mi eje, y estoy viajando más de lo que me gustaría, aprovecho Berlín para trabajar todo lo que puedo. Escribo en las mañanas, doy talleres por la tarde y en la noche veo amigos o paso a tomarme un vinito y alguna empanada por el Gloria Bar. Me muevo siempre en bicicleta. También voy a museos, exposiciones, al cine, camino, corro, son actividades que me gusta hacer sola porque suelen ser muy disparadoras, así que siempre tengo mis notas cerca. -¿Le interesa esa ciudad como locación de sus cuentos?
-Vivir en otras ciudades es vivir también otras vidas distintas a las que estábamos destinados, y como material literario son espacios magníficos. Pero necesito tiempo: recién este año estoy usando parte de mi experiencia en la montaña oaxaqueña, en México, que sucedió en 2008. Si ese es mi ritmo, entonces no escribiré sobre Alemania hasta el 2022.
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