22 Apr Aunque con dudas, el mundo se moviliza por el cambio climático
Por Rafael Mathus Ruiz
El mundo se unirá, hoy, en el Día de la Tierra, para intentar salvar el planeta. Reunidos en la imponente sala de la Asamblea General de Naciones Unidas, más de un centenar de líderes estamparán sus firmas en el histórico acuerdo climático de París, la ofensiva de naciones más amplia en la cruzada para detener el calentamiento global. Pero incluso ese esfuerzo inédito podría ser insuficiente para impedir catástrofes, y los planes pueden quedarse cortos para alcanzar la meta acordada
Más de 165 países ya se comprometieron a firmar hoy el acuerdo cerrado en París, en diciembre pasado, en una ceremonia que reunirá a mandatarios, ministros y diplomáticos con la custodia del secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon. Será la mayor adhesión a una convención del organismo en un solo día: el récord anterior data de 1982, cuando 119 países firmaron la ley de la convención del mar.
Un verdadero milagro que comenzó a consumarse con un histórico acuerdo bilateral entre los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero del mundo: China y Estados Unidos.
El acuerdo de París fue aclamado en su momento como un avance “histórico, duradero y ambicioso”. Es, en rigor, el primer esfuerzo global para intentar revertir la devastación del calentamiento. Su principal componente es fijar el compromiso mundial de mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2 grados centígrados respecto de los niveles preindustriales, e intentar limitarla a 1,5 grados.
“Es un acuerdo histórico, y, si bien se queda corto en algunos temas, reconoce el problema”, graficó la canciller argentina, Susana Malcorra, quien firmará el acuerdo por la Argentina.
Malcorra vivió desde adentro el intenso proceso de negociaciones hacia el acuerdo, como jefa de Gabinete de Ban Ki-moon. Ayer, recordó el estrepitoso traspié del encuentro de líderes en Copenhague, en 2009, cuando la ronda de negociaciones en busca de un pacto global fracasó rotundamente y puso en duda que alguna vez se pudiera llegar a un entendimiento.
Compromiso bilateral
Pero la comunidad global logró mantener con vida el proceso y, a fines de 2014, un acuerdo entre China y Estados Unidos, los principales emisores del planeta, abrieron el camino para un pacto global. En esa cumbre entre los líderes de los dos grandes motores de la economía mundial, Barack Obama y su par chino, Xi Jinping, se comprometieron, básicamente, en Pekín a dar un respiro al planeta.
Hasta ese apretón de manos entre mandatarios, que selló un entendimiento histórico, los intentos de alcanzar un acuerdo sobre cambio climático habían sido bloqueados por la falta de voluntad de Washington y Pekín para trabajar juntos en un problema que afecta a toda la comunidad internacional. Ambos países producen juntos alrededor del 45% del dióxido de carbono mundial, y sin una activa colaboración de su parte cualquier acuerdo será papel mojado.
“Tenemos una responsabilidad especial para liderar el esfuerzo mundial contra el cambio climático. Esperamos alentar a todas las economías a que sean más ambiciosas”, había dicho Obama, dando pie a la convención internacional negociada exitosamente un año después.
El acuerdo climático de París, de todos modos, no quedó a salvo de críticas. Si bien el objetivo es vinculante, es decir, las naciones se comprometen a alcanzarlo, los deberes que cada país asuma para lograrlo no lo son.
Así, el acuerdo descansa en la presión social, diplomática y política para lograr su objetivo. A sabiendas de las críticas, Malcorra calificó el mero hecho de que haya un acuerdo como un “milagro”, y pidió confiar en que se trata del primer pilar de un proceso que ya no tendrá marcha atrás
“Hay que creer en la irreversibilidad del proceso. Lo que se ha logrado es extraordinario”, agregó la canciller.
Todas las economías más grandes del mundo, y los mayores emisores de gases de efecto invernadero, indicaron que firmarán el acuerdo. Es el primer paso para asegurar que entre en vigor tan pronto como sea posible. Después de la firma, los países deben abrir el proceso interno para unirse al acuerdo, es decir, ratificarlo, aceptarlo o aprobarlo.
Estados Unidos no ratificará el acuerdo a través del Senado, controlado por los republicanos, quienes aún niegan el problema del calentamiento global, sino que lo hará a través de un “acuerdo ejecutivo” en la órbita de la Casa Blanca, algo que deja abierta la posibilidad de que un cambio de tinte político en la elección general de noviembre ponga en riesgo los avances.
“Por primera vez, tenemos un régimen ambicioso, duradero, que es justo, que se aplica a todos los países, que nos mueve más allá de las categorías de desarrollados y en desarrollo”, dijo un alto funcionario del Departamento de Estado en una conferencia telefónica con periodistas.
El acuerdo entrará en vigor 30 días después de que al menos 55 firmantes lo hayan ratificado, siempre y cuando representen al menos el 55% de las emisiones globales. Entre sus principales exigencias requiere que todos los países tomen medidas, al tiempo que reconoce sus situaciones y circunstancias particulares. Cada país es responsable de la adopción de las medidas de mitigación y adaptación a la nueva realidad climática.
Señales
Más allá de las medidas que adopte cada país, el acuerdo envía una poderosa señal a los mercados sobre la necesidad de invertir en una economía limpia.
Como una premonición de lo que puede suceder si nadie hace honor a sus compromisos, y el acuerdo se transforma en letra muerta, un grupo de científicos alertó ayer que el deshielo del Ártico este año podría igualar el récord de 2012, cuando se produjo la mayor pérdida de superficie registrada hasta entonces. El calentamiento global en el Ártico es mucho mayor que en otras regiones del planeta por el llamado efecto albedo, que mide la reflexión de la luz solar sobre la Tierra
Los físicos polares del centro alemán Alfred Wegener presentaron sus cálculos en Viena durante la asamblea de la Unión Europea de Geociencia, donde explicaron que las condiciones de hielo actuales son similares a los del fatídico 2012 “y en algunos lugares, el hielo es aún más delgado”.
LA NACION