Silvana Corso: “La verdadera inclusión social sólo es posible desde la escuela”

Silvana Corso: “La verdadera inclusión social sólo es posible desde la escuela”

María Paz Paniego
Cuando Silvana Corso estaba en la primaria le decían que no podría aprender más de lo que había logrado. Que no podría memorizar ni comprender. Que no podría hacerlo porque la habían diagnosticado como una alumna con trastornos del aprendizaje. Y como tal no tenía sentido seguir en la escuela ni siquiera repitiendo de grado. Que mejor dedicara su tiempo a aprender un oficio.
¿Por qué no arriesgar y probar que siguiera con el secundario?, pensó su padre. Y fue en esa nueva etapa donde a Silvana le contaron que la única patología que tenía era que no sabía estudiar. Le enseñaron cómo hacerlo y esa experiencia le inyectó la vocación de querer convertirse en docente: quería enseñar a todos cómo aprender. Años después -y ya ejerciendo la docencia- se convirtió en madre.
Su hija Catalina llegó con un sinfín de enseñanzas y desafíos: nació con parálisis cerebral severa, sordoceguera e hipertonía generalizada. Otra vez a Silvana Corso le dijeron que no podría. Que Catalina no podría vivir más de un año. Que no podría ir a la escuela. Que no podría valerse de su cuerpo para expresarse. Y otra vez ganó el interrogante: ¿por qué no?
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-¿Cómo se encuentra un equilibrio entre la locura del amor y la sensatez del mundo cuando se cría a un hijo con discapacidad?
-La locura del amor está en lo instintivo de querer siempre arriesgar por tu hijo, sacarlo del hospital, tenerlo en tu casa, ir por más. Y la sensatez del mundo está en las voces de los médicos, las opiniones, en los que te dicen las limitaciones que va a tener. La clave para encontrar ese equilibrio está en poner en práctica el sentido común siempre priorizando a tu hijo. Hay que correrse del dolor propio o el cansancio y entender que es él quien pone el cuerpo. Ahí sabés exactamente cuándo quedarte en un lugar y cuándo podés ser impulsivo para dar un paso más.
-Un día decidieron que Catalina comience la escuela. ¿Incluirla en el sistema educativo los integró a ustedes como familia en la sociedad?
-Sí, el jardín nos interpeló a todos. Cuando tenés un hijo con discapacidad a veces salís tanto al médico que lo único que buscás es la comodidad del hogar, y eso te encierra. El disparador para integrar a Catalina fue cuando me empecé a plantear con quién jugaba: en la plaza nadie se acercaba y en nuestra familia eran todos grandes. Otra vez apareció la sensatez del mundo y nos consideraron negadores por buscar un jardín de infantes común. Estábamos decididos a hacerlo aunque no fue fácil, porque los padres de hijos con discapacidad no elegimos las escuelas, las escuelas nos eligen.
-¿Fue ese tu motor para empezar a trabajar por la educación inclusiva?
-En realidad no. Catalina era muy compleja y no llegó a la primaria, murió a los 9 años. Mi motor fue haber padecido yo misma el sistema cuando era chica. También me movió el haber visto el efecto que genera alguien con discapacidad cuando comparte el aula con el resto de los chicos. Los convierte en mejores personas. El día de mañana si un alumno de mi escuela se convierte en arquitecto, por ejemplo, no va a hacer falta que se forme de manera especializada para saber que tiene que hacer obras accesibles. Es en la escuela donde se puede naturalizar y cambiar la representación social de la discapacidad. La verdadera inclusión social sólo es posible en la inclusión escolar.
-¿Cómo se construye una escuela inclusiva?
-Creo que el cambio primero tiene que existir en la cabeza de los directores, porque hay que tener mucha flexibilidad para armar recorridos escolares para cada chico. Hay que ser creativo porque la inclusión no pasa por un tema de recursos. Yo soy directora de una escuela pública inserta en un contexto de pobreza, muchos de mis alumnos viven en Fuerte Apache. Son chicos que a veces vienen sin comer y cuando de golpe ven a estos chicos que son dependientes de otra persona y pueden valerse en la vida, se dan cuenta de que ellos también. Ya no ven la limitación, sino el coraje que tienen para vivir. Si todos los chicos con discapacidad estuvieran ocupando su lugar en la escuela, toda la sociedad cambiaría.
-¿Cambiar estas vidas es una forma de transformar el dolor de la muerte de Catalina?
-No podría decir que esto transforma la muerte de Catalina. Sí que son experiencias que se complementan. No veo a mi hija en mis alumnos, pero sí soy consciente de que detrás de cada uno de ellos hay alguien que me entregó su vida, y yo sé lo que valen. Como directora, como maestra y también como mamá.
LA NACION