Narices superpoderosas

Narices superpoderosas

Por Pablo Esteban
El olfato, tal vez, sea el sentido corporal más primitivo y, por tanto, el más naturalizado por los seres humanos. En el mundo existen millones de olores, pero las personas no les prestan atención a todos y cada uno de ellos. Los ambientes están plagados de moléculas odorantes que atraviesan un complejo proceso de categorización y selección: mientras algunas son identificadas otras terminan por solaparse y esconderse. El asunto será comprender y describir los mecanismos que se ponen en marcha cada vez que el sistema nervioso capta olores en base a una combinación de habilidades innatas, experiencias individuales y orientaciones socioculturales.
olfato
Fernando Locatelli es doctor en Biología y forma parte del Grupo de Plasticidad Sensorial del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (Ifibyne), con sede en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Aquí, describe por qué el olfato es uno de los sistemas sensoriales más importantes, cuenta los mecanismos que redefinen el lazo entre los olores y las emociones, y explica el modo en que sus estudios experimentales realizados con abejas son útiles para conocer aún mejor cómo funciona el cuerpo humano.

–Leí que estudió biología porque sintió cierta vocación desde pequeño. Cuénteme al respecto…
–Exacto. Desde adolescente tuve un gusto muy marcado por el estudio de las ciencias naturales y de todos los organismos, de modo que apenas terminé el secundario inicié Biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Muy temprano advertí que no existía nada más perfecto que los organismos, sentía fascinación por analizar cómo trascurre la vida de los diversos seres vivos. Luego, cuando promediaba la carrera, comencé a investigar acerca de los misterios que esconden los cerebros: cómo se arman, cómo funcionan y cómo resuelven problemas. Más tarde llegó el doctorado y la posterior especialización en neurobiología de la memoria y el aprendizaje. Por último realicé algunos posdoctorados; estuve en Alemania (Instituto de Neurobiología de la Universidad Libre de Berlín) y en Estados Unidos (Universidad Estatal de Arizona). Finalmente, en 2009 me instalé en Argentina y comencé la carrera en Conicet.

–¿Por qué se especializó en el análisis del olfato?
–En principio, elegí olfato, pero podría haber optado por cualquier otra modalidad sensorial. Aunque puede que exista una razón: ya investigaba cómo funcionan la memoria y el aprendizaje en invertebrados como las abejas.

–¿Y qué vínculo existe entre memoria y olfato?
–En el marco de los estudios sobre memoria, una de las cosas más importantes a tener en cuenta en organismos como las abejas es lo que se denomina “condicionamiento olfatorio”, es decir, el mecanismo mediante el cual un olor predice una recompensa. Desde allí, me interesé por la plasticidad olfativa que expresa el modo en que la las percepciones y las codificaciones de los olores se modifican a medida que afrontamos experiencias que nos vinculan a ellos.

–¿Por qué el olfato es categorizado como una modalidad sensorial ancestral?
–Porque se trata de uno de los sentidos más primitivos, que denota una precisión admirable y al mismo tiempo sus funciones están profundamente naturalizadas por los seres humanos. El olfato se encuentra muy ligado a las emociones y eso dificulta que desarrollemos una conciencia real y efectiva de todo lo que somos capaces de advertir mediante su bondadoso sistema. En efecto, a pesar de que la mayoría de las veces nos resulta muy elemental, se trata de un sentido bastante complejo y misterioso. Los seres humanos, por ejemplo, contamos con sistemas nerviosos y olfativos que gozan de capacidades impresionantes para discriminar millones y millones de olores.

–A continuación, la ineludible pregunta antropocéntrica. ¿En qué medida los estudios que usted y su grupo de trabajo realizan en abejas pueden ser utilizados para verificar el modo en que los seres humanos desarrollan el olfato?
–Ello se debe a que el sistema de detección de los olores está conservado de manera similar en una gran cantidad de animales. Utilizan prácticamente los mismos mecanismos hasta ser codificados por el sistema nervioso central. Esto facilita la tarea de los distintos grupos de trabajo que investigan olfato en mamíferos, insectos, etc. Todos elaboran sus hipótesis sobre un mismo modelo, un esquema que permite trazar paralelismos en animales muy distintos entre sí. En nuestro caso particular, esto nos permite examinar abejas y realizar análisis que pueden ser útiles en mamíferos como los humanos.

–En concreto, ¿cómo trabajan desde el laboratorio?
–Utilizamos modelos de abeja con las cuales realizamos ensayos de comportamiento y de microscopia funcional que involucran una serie de técnicas para registrar la actividad de las neuronas en vivo mientras el animal está percibiendo y comportándose. Esto se complementa con la neurociencia computacional, que implica tratar de trasladar dichos hallazgos a un modelo informático para luego simular condiciones para observar si obtenemos los resultados que nos proponemos de manera experimental.

–Antes comentaba que analiza cómo se modifica la percepción y la detección de los olores a medida que los individuos afrontan experiencias que los vinculan a ellos. ¿De qué manera se conectan los recuerdos y los olores?
–Las memorias olfativas son poderosísimas y gozan de una capacidad evocativa mucho más fuerte que en el caso de otros sentidos. Esto puede deberse a que el sistema olfativo guarda una cercanía física respecto al sistema nervioso central y al sistema límbico (encargado del procesamiento de emociones). Una sola sinapsis basta para conectar una molécula odorante con el primero y dos sinapsis con el segundo. De modo que existe una conexión directa que se encuentra conservada desde antaño. Esa es la principal razón por la cual, en muchos casos, los olores no se perciben de una manera consciente sino que generan y provocan estados anímicos particulares sin previo aviso. Suele ocurrir que nos sorprendemos con olores que sentimos cercanos e identificamos, casi con la misma claridad, tras varios años de haberlos experimentado. En contraposición, la información visual se codifica de un modo distinto. El ser humano necesita rearmar la escena que observa bajo otros mecanismos un tanto más complejos.

–¿De qué forma el ser humano selecciona olores relevantes? ¿Cuál es la hipótesis?
–Existen olores innatos que son relevantes porque poseen un significado propio. Muchos animales nacen y de inmediato detectan olores que están ligados a ciertos efectos, ya sean positivos o negativos. Lo más interesante, sin embargo, es cuando ciertos olores son neutros y luego por algún tipo de experiencia que el animal afronta comienza un proceso mediante el cual se significa. En el caso de los seres humanos ocurre del mismo modo: la enorme mayoría de olores que nosotros percibimos los ignoramos porque no están ligados a ninguna consecuencia. Incluso, dejamos de advertirlos tras naturalizar una supuesta ausencia. Eso ocurre porque el sistema nervioso central regula lo que se denomina la ganancia o el volumen de los olores. De repente, cuando existe un olor que se halla en la misma concentración pero frente al cual tuvimos una experiencia significativa desarrollamos una mayor sensibilidad.

–Imagino que, más allá de los olores innatos y los significados tras las experiencias particulares de cada individuo, existe –por llamarlos de alguna manera– olores propios de cada cultura…
–Tal cual. Un estudio reciente señala que los seres humanos pueden detectar hasta un trillón de olores y, por supuesto, la vida no nos alcanza para explotar esta capacidad. De modo que de acuerdo al contexto, signado por la cultura en las que nos toca vivir nos vamos a encontrar expuestos a un subconjunto de ese enorme abanico. De modo que el esquema olfatorio puede pensarse como un sistema virgen susceptible de ser ajustado a los diversos escenarios de interacción y socialización. Como resultado, asociamos olores a ciertas culturas y no a otras.
PÁGINA 12