22 Mar Lollapalooza: una multitud vibró con el gran festival del rock en San Isidro
Por Gabriel Plaza
Es un instante de felicidad que el cantante de Eagles of the Death Metal ni siquiera habría podido imaginar en noviembre de 2015, cuando explotó la bomba en el estadio donde tocaban en París. Toca con furia su guitarra, se baja del escenario, le da a una chica un beso y sus bigotes no pueden ocultar la sonrisa. “Es el único lugar donde pude encontrar una remera de Los Ramones”, exclama el rockero. Los chicos, que no deben pasar los 20 años, responden a sus canciones con un pogo adolescente que parece un entrenamiento para futuros recitales. “Vivimos unos meses muy locos. Gracias por su cariño. Los amo”, celebra el cantante, mientras la banda suena poderosamente punk.
A 30 metros de altura todo se ve como un hormiguero de personas que van de un lado a otro en la primera jornada del Lollapalooza 2016, el festival que por tercer año consecutivo aterriza en suelo argentino. El enorme predio del Hipódromo de San Isidro se ve como una alfombra verde, que absorbió bien la lluvia. Una fila de personas espera para tener una de las mejores vistas del festival desde las alturas.
Será una postal para compartir con sus amigos en las redes. Porque lo que vale, además de la experiencia de escuchar en un día más de una decena de bandas, es compartir el momento, las mejores fotos, en las redes sociales.
Es lo que hacen casi todos los visitantes: gente posando con el escenario detrás, tomando una instantánea en la instalación Enjambre, del artista Julián Manzelli, o sacándose un retrato con el enorme marco de madera con la leyenda del Lollapalooza, frente a uno de los cuatro escenarios.
La tarde es de los más jóvenes y las familias rockeras. Juan, Pedro, Felipe, Simón y Javier tienen un promedio de 25 años y están haciendo la previa en una de las carpas, mientras hacen tiempo para ver a sus bandas favoritas: Tame Impala y Eminem. “Algunos son músicos. Otros son amigos de fiestas. Es un rejunte”, cuenta Javier, de Morón. Los grupos cubren todo el predio, cerca y lejos del escenario, tirados con lonas en el piso, refugiados en los domos de colores instalados en distintos puntos, o bajo las colchonetas con molinetes de colores gigantes que mueve la brisa fresca de la tarde.
Una familia disfruta del sonido por momentos eléctrico y pop de Walk the Moon. Por la pantalla se ve cómo el cantante se tira sobre el público y queda de espaldas llevado por la marea de manos. Ya se ganó al público porteño con ése y otros gestos, como sus prólogos en español antes de cada canción.
Mateo, de 5 años, y Catalina, de 3, ruedan sobre una lona, hacen piruetas dislocadas, con la música de fondo. Brenda, su madre, mueve la cabeza, mientras los vigila de reojo. Martín, el padre rockero, disfruta de la postal familiar. Hace nueve años, cuando conoció a Brenda, no pensaba que llegaría con sus hijos a un recital. “Es la primera vez que venimos todos juntos a un recital. Era la oportunidad de traerlos. Queríamos ver un poco de todo porque no somos fanáticos de ninguna banda en particular”, cuenta Martín. “Yo quiero ver a Halsey”, le apunta Brenda, desde un costado. Ellos están esperando a Eminem, que al cierre de esta edición le ponía punto final a la primera jornada.
Lollapalooza no es sólo un concierto de rock, sino un gran parque de diversiones musical, para grandes y chicos. En el espacio Kidlapalooza los más pequeños se entretienen dibujando en grandes tablones de madera, saltando en camas elásticas o haciendo pompas de jabón gigantes. Una niña hace sus primeros movimientos de capoeira y un niño se sorprende con la banda de rock de Gaturro, el personaje de Nik.
Los adolescentes, en cambio, se amontonan frente a la cabina de las radios Metro y Blue, que transmiten en vivo, o hacen cola frente a los puestos de comida de algunas celebridades, como el de Dolly Yrigoyen, que preparó mil porciones de risotto para los dos días, o el food truck Carne, la flamante hamburguesería del chef Mauro Colagrecco.
Quienes más disfrutaban eran los que estaban frente a los dos escenarios principales: el alternativo y el electrónico. Allí la recepción de grupos y solistas fue tan fuerte en su primera visita a la Argentina que pueden soñar con volver pronto. El show de los inclasificables Twenty One Pilots fue incendiario, saltando del rap a lo electrónico. Halsey demostró por qué es la reina del antielectro pop con sus canciones hipnóticamente bailables del disco Badlands, frente a una multitud de adolescentes con su mismo pelo decolorado al azul como emblema.
Por su parte, los isladenses de Of Monsters and Men crearon un clima festivo y celebratorio con himnos del folk indie como “Cristals”. Tame Impala y Eminem eran los más esperados por las 80.000 personas, un público en el que convivían raperos, rockeros, indies, psicodélicos y electrónicos como una gran comunidad musical. Muchos volverán hoy, en el cierre del gran festival del rock.
LA NACION