Lo que el Lollapalooza nos dejó

Lo que el Lollapalooza nos dejó

Por Eduardo Slusarczuk
Si a alguna conclusión se puede arribar, sobre la edición argentina 2016 del Lollapalooza, cuando todavía vibran en los pies los beats del set de Kaskade, que marcaron el paso del éxodo de despedida de la multitud que pasó su sábado en el Hipódromo de San Isidro, es que la idea de instalar la marca en la Argentina fue un rotundo éxito.
Entre los 180 mil más generosos y los 150 más mezquinos, cualquiera haya sido el número exacto de concurrencia a lo largo de las dos jornadas de su tercera edición, no sólo superó al de las anteriores, sino que arrasó con cualquier duda que pudiera haber existido sobre el poder de convocatoria de los artistas programados, cuyo paso por suelo argentino dejó además un saldo musical más que positivo.
Tanto por variedad como por calidad, el Lollapalooza 2016 fue, posiblemente, el más equilibrado de los tres que vivimos por estos pagos, con altos rendimientos en sus cuatro escenarios de parte de artistas tan disímiles como Eminem, Florence + The Machine, Vintage Trouble, Marina and the Diamonds, Twenty One Pilots, Die Antwoord, Alabama Shakes, los argentinos IKV, Babasónicos y Eruca Sativa, Walk the Moon, Tame Impala y Zedd, entre unos cuantos más que no desentonarían en la lista del ‘haber’ del Festival.
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Habrá que otorgrale al rapero de Missouri el galardón de haber sido quien en mayor medida combinó cantidad (de público) con calidad (artística), en el cierre de la primera jornada, antes del intrascendente set final de Jack Ü. Durante una hora y media, Marshall Matters revalidó su condición de maestro del género, puso en valor su fraseo demoledor, arengó, provocó y conquistó, metiendo mano incluso a clásicos como My Name Is y The Real Slim Shady, poniéndolos en tiempo presente.
Un escalón por debajo, en el reparto de espectadores pero no en el balance musical, Florence + the Machine, los sudafricanos de Die Antwoord, los británicos Mumford and Sons y Alabama Shakes plantaron bandera y marcaron la cancha como para suponer un pronto regreso, por cuenta propia.
La inglesa, merced al permanente juego de contrastes en el que enfrenta y complementa levedad y profundidad, movimientos ondulantes y pausados con una energía avasallante que la lleva a treparse a una torre de sonido, siempre al servicio de un atractivo repertorio, con Delilah y Say My Name, entre sus muchos picos altos. Los sudafricanos, en base a su propuesta hiphopera electrónica de acción directa envasada en ese combo en el que conviven la etérea -y perturbadora- voz de Yolandi (esa novia que ninguna madre quisiera para su hijo) y la actitud siempre al borde de Watkin ‘Ninja’, que hizo todos los palotes para volver por más. La banda comandada por Marcus Mumford, gracias a un despliegue que fue de menor a mayor y a través de buenas canciones como Tompkins Square Park y Lover of the Light que certifican que el tránsito del formato acústico y folk al eléctrico y rockero no les sienta nada mal. Y los de Alabama, por prepotencia de voz y actitud de su cantante y guitarrista, Brittany Howard, que al servicio del entramado de blues, rhythm and blues y rock sureño va camino a transformar el colectivo que integra en un probable Brittany y sus Alabama Shakes.
Los cuatro, en un nivel en el que merecen también ser considerados los Vintage Trouble; con un frontman de los mejores que se hayan visto a lo largo de los dos días, y un trío de animales de escenario que van del soul al rock and roll con una solvencia que atrapa, y Seeed, representantes alemanes del reggae, que mostraron argumentos para ser considerados referencia del género. Como lo siguen siendo del punk rock los legendarios Bad Religion, que cumplieron con creces su misión de defender la generación de los ’70 a través de 22 canciones que certificaron su vigencia. En el mismo nivel que Ghost defendió las banderas de su doom metal ATP, en la tarde del sábado.
Y ahí van también, pegaditos en la consideración, el dúo Twenty One Pilots, el dúo de Ohio -también debutante en el ámbito local y van…- hizo gala de su gran ‘vivo’ y se metió a la gente en el bolsillo dando rienda suelta a su pop de irregulares contornos y a una potencia escénica que sube la vara de su archivo discográfico; los indie pop de Walk the Moon, que se hicieron fuertes en el ida y vuelta con quienes se acercaron al Main Stage 2, y apostaron a la permanencia; la magnética Marina Diamandis (de Marina & the Diamonds), que en el escenario Alternativo -allí donde en día anterior los IKV habían demostrado estar a la par de cualquier headliner importado- convocó a una multitud que siguió su impecable performance con una euforia que parecía aún más encendida confrontada con la tranquilidad con que transcurría, ahí nomás, el set de Noel Gallagher y sus High Flying Birds.
Que no se trata de quitarle méritos al ex Oasis, apoyado de manera muy ajustada por su banda, sino más bien de poner en relieve las direcciones -opuestas- que siguen ambas carreras. Y de entender el mensaje de una audiencia cuyo entusiasmo creció en concordancia con el aumento de edad de las canciones que el más grande de los Gallagher puso en escena, de In the Heat of the Moment a Wonderwall y Champagne Supernova, pasando por Everybody’s on the Run e If I Had A Gun. Ruta paralela a la que parece recorrer por estos días el Killer Brandon Flowers, que alternó canciones solistas con las de su banda, en plan de dandy pop, prolijo y nostálgico.
En tanto, la grilla local tuvo en su podio a los IKV, que el viernes estuvieron de estreno -Gallo negro, Estrella fugaz- y repasaron clásicos en altísimo nivel; el mismo que exhibieron Eruca Sativa, en horario matiné, los Carajo en turno vespertino, y Babasónicos, con una lista llena de viejos conocidos. Los cuatro, resistentes en el mano a mano con cualquiera de los grandes.
CLARIN