20 Mar La mujer que le enseñó al mundo cómo cocinar un lobo
Por Mónica López Ocón
Existen diversas puertas para entrar a la literatura. M.F.K. Fisher eligió la puerta de la cocina. Escritora de gastronomía, siempre tuvo claro que existen vínculos muy estrechos entre la creación culinaria y la creación y literaria. Ambas tienen en común su origen: la oralidad y el fuego. El narrador de la tribu compartía sus historias como quien comparte la mesa y lo hacía disponiendo a sus oyentes en círculo en torno al fuego donde quizá antes se cocinaran los alimentos de su grupo. Lo confirma la propia Fischer cuando dice en un video que puede verse en Youtube: “Preparar pan es una de las ceremonias más hipnóticas, tanto como la ancestral ceremonia de la danza. No hay terapia ni ejercicio de yoga que sea comparable a hacer pan. Amasarlo da paz y llena la casa de aromas deliciosos.”
Quienes quieran visitar la frontera entre la cocina y la literatura que encarna Fisher, ya pueden hacer el tour. Editorial Debate acaba de publicar El arte de comer, un libro que reúne por primera vez en español el núcleo duro de su producción que está compuesto por cinco obras: Sírvase de inmediato, ¡Ostras!, Cómo cocinar un lobo, Mi yo gastronómico y Un alfabeto para gourmets. Pero su obra está compuesta por 27 libros, a los que hay que agregar la traducción que hizo de un texto culinario-literario célebre como Fisiología del gusto, de Brillat-Savarin. Aunque quizá sería más lógico decir que la autora se mueve en una triple frontera porque sus textos tienen también un matiz antropológico. Baste recordar que el mismísimo Claude Levi-Strauss, padre de la antropología estructuralista, escribió Lo crudo y lo cocido, Desde la miel a las cenizas y El origen de las maneras de mesa.
La escritora gastronómica estadounidense, que nació el 3 de Julio de 1908 y murió el 22 de junio de 1992, fue una innovadora en materia de literatura gastronómica y además hacía gala de una gran curiosidad cultural. Según consta en El arte de comer, “revolucionó la manera en que se escribía sobre cocina y comida, hasta el punto de que está considerada la primera escritora gastronómica moderna. Su influencia abarca desde Julia Child a David Foster Wallace. Pasó tres años en la Universidad de Dijon, y el paso por Francia la marcó irreversiblemente. Su primer libro, Sírvase de inmediato, se publicó en 1937 y la posicionó como una escritora gastronómica de referencia, gracias a su personal combinación de memorias, viajes y cocina.”
Además de escribir interesantísimos libros fronterizos, tenía un notable sentido del humor que iba salpicando a lo largo de sus textos y que se evidencia claramente en algunos títulos de los capítulos de Cómo cocinar un lobo: “Cómo cazar el lobo”, “Cómo hervir agua”, “Cómo dar la bienvenida a la primavera”, “Cómo no hervir un huevo”, “Cómo mantenerse vivo”, “Cómo sentirse satisfecho con un amor vegetal”, “Cómo tener el pelo lustroso”, “Cómo aliviar la tristeza”, “Cómo brindar por el lobo”, “Cómo no ser una lombriz de tierra”… Este libro se publicó por primera vez en 1942, en el momento en que la Segunda Guerra Mundial imponía la mayor escasez de alimentos. Fisher lo revisó en 1951 y le hizo algunos agregados. En el prólogo de la nueva edición la autora escribió: “Es difícil precisar si es la guerra o la paz la que provoca los mayores cambios en nuestro vocabulario, tanto en el ámbito del lenguaje como en el del espíritu. Es cierto, sin embargo, que en menos de diez años, este libro sobre el arte de vivir de la mejor forma posible con cartillas de racionamiento, toques de queda y otras adversidades de la Segunda Guerra Mundial ha dado por supuestas ciertas características propias de la escasez. En realidad se ha convertido en muy poco tiempo en algo que pertenece a la historia. En cierta manera es tan curioso, tan raro, como cualquiera de aquellos gruesos volúmenes antiguos con acabados dorados que habría podido titularse, cien años atrás en lugar de nueve o diez, El ayudante y compañero indispensable para la mujer, uno de los mejores sistemas de cocina que jamás se hayan publicado pensando en la hermana, la madre y la esposa…Evidentemente, a pesar de los cambios que se han producido en cuanto a nuestros problemas físicos desde la publicación de o Cómo cocinar un lobo, en 1942, es complicado determinar exactamente cuándo estamos en guerra.” Por los distintos acápites de cada capítulo de este libro desfilan autores como William Shakespeare, León Tolstoi, John Milton, Jonathan Swift y H.P. Putnam cuya cita, imperdible, dice: “Huevo duro, entero, ¿qué puede importarte a ti la desatada pasión de la Rosa?”
En el prólogo de Mi yo gastronómico, de 1943, Fisher se refiere a su oficio, según parece, bastante poco entendido en su época. “La gente me pregunta –dice-: ¿Por qué escribes sobre comida, sobre comer y beber? ¿Por qué no escribes sobre la lucha por el poder y la seguridad, sobre el amor, como hacen los demás? Me lo preguntan en tono acusador, como si escribiera sobre algo vulgar, como si fuera desleal al honor de mi oficio. La respuesta más fácil es que, como la mayoría de los seres humanos, tengo hambre. Pero eso no es todo. Creo que nuestras tres necesidades básicas, alimento, seguridad y amor, están tan mezcladas, combinadas y entrelazadas que nos resulta imposible pensar directamente en una dejando de lado las demás. Así, cuando escribo sobre el hambre, en realidad escribo sobre el amor y el hambre de amor, sobre la calidez, la necesidad y el ansia que este nos despierta…y luego la calidez, la plenitud y la espléndida realidad del hambre satisfecha…forman parte de lo mismo. Hablo de mí misma, del pan que comía en la ladera de una montaña, del vino tinto que bebía en una estancia hoy hecha añicos, y sin querer también, hablo de los que estuvieron conmigo entonces, así como de sus profundas necesidades de amor y felicidad. Hay comida en el plato, y también, debido a mi honestidad, hay casi siempre alimento para el corazón, para satisfacer el hambre más desesperada, más insistente. Todos tenemos que comer. Y sí, ante esta realidad pavorosa, somos capaces de encontrar además otro alimento, así como tolerancia y compasión, nos sentiremos también colmados de dignidad humana. Cuando se parte el pan y se toma el vino no solo se produce una comunión entre los cuerpos.”
En Sírvase de inmediato, Fisher pasa revista a una serie de temas aparentemente heterogéneos pero que tienen como denominador común la cocina, desde la comida en la infancia a las preparaciones culinarias a través de la historia. También aquí, como no podía ser de otro modo, las citas literarias son deliciosas. Para muestra, dicen, basta un botón: “Aunque se lo suela comer, se cree que el conejo asado produce melancolía” (El libro de la cocina isabelina).
Por su parte, ¡Ostras! (1941) tiene un comienzo que merecería figurar en la misma antología de comienzos memorables en que figuran “Yo tenía una casa en África” o “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento….”. ¡Ostras! empieza así: “La vida de la ostra es horrible pero emocionante.” Luego incluye recetas, anécdotas y reflexiones.
En un Alfabeto para gourmets (1949), la autora aprovecha el orden del abecedario para referirse a diversos conceptos relacionados con la comida, desde “B de Banquetes para solteros” a “G de glotonería”, y “U de Universal”.
El arte de comer tiene un valor agregado: la traducción es nada menos que de Marcelo Cohen quien la realiza junto a Carme Geronès, posiblemente la encargada de darle un sabor más español que argentino. Un libro exquisito que invita a ser devorado, pero que es mejor paladear lentamente.
TIEMPO ARGENTINO