George W. Bush defiende sus políticas y asegura: “Lo haría todo de nuevo”

George W. Bush defiende sus políticas y asegura: “Lo haría todo de nuevo”

En la primavera de 2001, la Casa Blanca me invitó a unirme a un grupo de cuatro expertos para preparar al presidente George W. Bush para su primer viaje a Europa en el cargo. Hacia la mitad de una sesión que duró dos horas, la conversación se concentró en su próximo encuentro con el entonces presidente de Rusia, Vladimir Putin.
“Voy a mirar en el alma de Putin”, declaró Bush con solemnidad. A lo que un experto en temas rusos respondió: “Yo tendría cuidado, puede que no haya mucho más que ver que un bloque de hielo”.
Recordé esta conversación mientras leía las memorias de Bush; una narración a veces franca pero en general cuidadosamente masajeada, de la toma de decisión presidencial en tiempos de crisis, desde los ataques del 11 de septiembre a la debacle financiera de 2007. Como en el episodio de Putin, se ve a Bush dependiendo más de la química personal y el poder de la fe, que de la razón y la realpolitik. Esto es evidente después de 9/11, cuando lanzó la “Agenda para la Libertad” para llevar la democracia a Irak y Medio Oriente.
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A estas alturas, la vida de Bush es conocida. Admite que fue un mocoso contestador que se metía en problemas y que durante su juventud anduvo a la deriva entre grandes cantidades de cerveza y bourbon. Logró muchas cosas gracias a las conexiones de su padre: una vacante en la Universidad de Yale, un puesto en la Guardia Nacional Aérea de Texas que le permitió evitar el servicio en combate en Vietnam, y el ingreso a la industria petrolera texana, donde hizo una pequeña fortuna. Después conoció a Laura, encontró a Dios, dejó la bebida y siguió los pasos de su padre en la política: fue votado para cumplir dos períodos como gobernador de Texas y dos como presidente de EE.UU.
Decision Points cubre varias decisiones importantes, pero el foco está en los ataques terroristas y las subsiguientes invasiones de Afganistán e Irak. La parte en la que cuenta él mismo lo que ocurrió en 9/11 es el pasaje más revelador del libro. “Me hervía la sangre”, escribe.
Las decisiones iniciales de Bush fueron claras y efectivas: evitar que los terroristas golpearan de nuevo, dejar en claro que EE.UU. se había embarcado en un nuevo tipo de guerra, y asegurarse de que los terroristas no paralizaran la economía ni dividieran el país.
Bush nos recuerda, con razón, que los estadounidenses estaban traumatizados por el colapso de las torres gemelas, pero también por el envío de sobres con esporas de ántrax a domicilios en Connecticut, Florida y Nueva York. Nueve años después el autor de ese atentado fue identificado como un científico del gobierno que luego se suicidó. Bush estima que el hecho de que no hubiera nuevos ataques terroristas en EE.UU. durante el resto de su período en el poder es su “logro más significativo como presidente”.
Sin embargo, el propio concepto de la “Guerra al Terrorismo” fue imperfecto: un eslogan para movilizar la opinión pública convertido en un compromiso de usar la fuerza, incluyendo cuestionables métodos de interrogatorio que bordean la tortura contra individuos considerados terroristas, y acciones armadas contra países que albergaran y apoyaran a terroristas. En aquel momento el general Brent Scowcroft, ex asesor de seguridad nacional de Bush Senior, pidió que la administración se concentrara en operaciones de policía e inteligencia, y no sólo en la fuerza militar.
En su libro Bush afirma categóricamente que aplicar el submarino a un puñado de operativos de Al Qaeda produjo datos de inteligencia que salvaron cientos de vidas, y lo volvería a hacer. También revela que estaba furioso con Scowcroft por oponerse públicamente a la invasión de Irak porque temía que se pensara que su padre tenía las mismas reservas, cosa que, insiste, no era así.
El propio ex presidente concede que se cometieron errores en las decisiones sobre Irak. Los niveles de tropas deberían haber sido más altos, la planificación de posguerra fue imperfecta, la orden de desmantelar las fuerzas de seguridad iraquíes fue precipitada y contribuyó al caos que costó la vida de decenas de miles de iraquíes y cientos de soldados de EE.UU. Pero Bush no reconoce la fundamental contradicción entre su “Agenda para la Libertad”, que requiere un compromiso sostenido en la formación de una nación, y la instintiva renuencia de los militares estadounidense a comprometerse en ese sentido; prefieren desplegar fuerza abrumadora, declarar la victoria e irse. Una contradicción que todavía afecta la operación de EE.UU. en Afganistán.
Bush cree que el veredicto de la historia será mucho más amable que el de sus contemporáneos. El dictamen más probable es que los dos períodos de Bush marcaron el momento en que el poder de EE.UU. llegó a su pico, y él se excedió, con consecuencias execrables.
(*) Lionel Barber es director del FT
EL CRONISTA