Claro que nos duele

Claro que nos duele

Por Carlos Rodríguez Duval
Aveces, casi como un latiguillo en saludos radiofónicos a ex colegas con quienes se enfrentó, solía chichonear con un aspecto de su personalidad: “¿Te pegué mucho?” O, “¿Te duele todavía?” Era un poco ironizar su costado recio de defensor, quizás un mea culpa al paso, con retroactividad, aunque al fin y al cabo fuera sólo una mera entrada amable a una entrevista en su función periodística. Porque Roberto Perfumo jugador era, ciertamente un duro en la retaguardia. Era el Mariscal, en esencia, porque ganaba todas las divididas, por su condición de tiempista para cruzar, anticipar, auxiliar, acosar, conferir confiabilidad, sembrar la idea de que era “impasable”.
Roberto apelaba también a su buen manejo de la pelota, a la impronta de la sutileza para robarla y salir airoso, elegante, cabeza levantada. O ver el callejón que se le abría por delante ante un rival que se había comprometido a full en esa jugada ofensiva y de pronto andaba despatarrado en su ordenamiento táctico. Descargaba taponazos, también, pero su enorme repertorio lo llevó a bancarse solo, a veces algo acompañado en forzados relevos, por parte de Rulli y Mori, en “el Racing de José”, que ganó todo con la dirección técnica de Juan José Pizzuti en 1966/67. Ese equipo era un vendaval, y él atrás, con Cejas en el arco, porque el 4 Martín era salida permanente y acompañamiento prolijo; Basile y el Panadero Díaz, dos compinches para empujar el ataque y sumarse adelante en el juego aéreo. Y Roberto se la rebuscaba con sabiduría para achicar espacios por donde viniera el peligro, inducir al otro a que hiciera lo que a él le convenía. Tapaba, cortaba. Y con su figura flaca, piernas levemente combadas, erguido su cuerpo y aniñado su rostro, caminaba hacia adelante, sereno, como con la satisfacción del deber cumplido, para ver cómo Martinoli mandaba centros venenosos, cómo acechaban sus compañeros en la zona caliente. Pero tenía un defecto: el cabezazo. Se hizo patente en el Mundial 66 cuando le llegó una jugaba de arriba y su pretendido despeje fue hacia atrás y pegó en el poste, aunque se reivindicó de inmediato con una chilena salvadora.
Perfumo-Seleccion_OLEIMA20160311_0045_29
Ha sido tan notable su trascendencia como jugador (acaso el mejor zaguero central argentino de todos los tiempos) como la curiosidad de su fallido paso inicial en River: estaba en la Inferiores, llegó a jugar en tercera (comienzos de los 60), pero lo discontinuaron. Raro. Ante ese desencanto, Ernesto Duchini lo llevó a Racing y dio en la tecla. Volvía a su zona porque vivía en Sarandí, y en los potreros, había jugado con Pepé Santoro, con Julio Grondona, por ahí también andaba Angelito Rojas. Roberto era volante. Luego segundo zaguero central, y después, para que Basile entrara de 6, con el Panadero de 3, el futuro Mariscal pasó de 2 (sucesor de Anido). Decisión de Pizzuti, convertido en un clarividente porque en ese momento le dijo: “Va a ser el mejor defensor central del fútbol argentino”. Lo fue.
Después, en el Cruzeiro de Tostao, Dirceu Lopes, Wilson Piazza cumplió dignas actuaciones ante un monstruo del fútbol, como Pelé, del Santos. Algunos tiempos ingratos en la Selección (eliminada en el 69 para el Mundial 70 de México; pobre desempeño del equipo en Alemania 74, con porrazos inmensos con la maravillosa Naranja Mecánica de Holanda). Y en el River de Angelito Labruna, donde era parte de la experiencia (Raimondo, Pedro González, la Pepona Reinaldi, también mezclada con los Alonso, J.J. López, Mas, Passarella… Más que nunca jugaba con su colocación, su sabiduría y la solución “a lo Perfumo”. Se reiteraba una sociedad de temible alta calidad con el Kaiser Daniel, como lo fue en Racing con su amigo, el Coco.
El Mariscal. Marca y juega. Así se presentaba en las contras de los martes en Olé. Y así era.
OLE