Super Bowl. El sueño americano

Super Bowl. El sueño americano

Por Ezequiel Fernández Moores
El béisbol es lo que Estados Unidos querría ser, pero el fútbol americano es lo que Estados Unidos es”. La frase, que leí años atrás, bien podría pertenecer a Word Smith. “Smitty”, periodista veterano e influyente inventado por el escritor Philip Roth, añora a “La Liga Patriótica”. Es la liga, dice Roth, borrada por Estados Unidos de la memoria nacional porque el comunismo, en plena Segunda Guerra Mundial, quiso apoderarse de los Ruppert Mundys, el equipo estrella del gran Luke Goffanon, un mito a la altura de Babe Ruth y Ty Cobb. “Querían destruir al béisbol, nuestro pasatiempo y nuestra identidad nacional, para luego destruir a Estados Unidos”, satiriza Roth en “La Gran Novela Norteamericana” (1973). Amado por los intelectuales, el béisbol pierde desde hace años con el football, más moderno, televisivo y violento. La prueba será el Super Bowl, la gran final que jugarán este domingo Denver Broncos y Carolina Panthers en Santa Clara, militarizada y con pobres desplazados, según dispuso el alcalde de San Francisco, Ed Lee. Un fenómeno yanqui que nos llegará a través de la TV globalizada, a razón de 5 millones de dólares por 30 segundos de publicidad.
deporte-con-historias-2153505w620 (2)
El fútbol americano es santuario republicano, pero hasta Bernard Sanders, el socialista que sorprendió a Hillary Clinton en la interna demócrata de las elecciones presidenciales que comenzaron esta semana en Estados Unidos, sabe su importancia. Tres décadas atrás, como alcalde de Burlington, Sanders luchó para que la ciudad tuviera estadio y equipo de fútbol americano. Hace diez días se informó oficialmente que Tyler Sash, campeón del Super Bowl 2011 con los Giants de Nueva York, cesado en 2013 tras sufrir una quinta conmoción cerebral y muerto en septiembre pasado con apenas 27 años, también sufría CTE (encefalopatía traumática crónica), la degeneración progresiva del cerebro provocada por los golpes que recibió en la cabeza en 16 años de fútbol americano. Insistente, The New York Times fue uno de los pocos medios de peso que le dio relieve a la noticia. El resto dedicó espacios mínimos. Nada detiene la euforia de Super Bowl.
Tampoco pudo hacerlo “Concussion”, el filme de Will Smith del que hablamos en esta columna cuatro meses atrás y que hoy, a sólo un mes y medio de su estreno en más de 2800 salas de Estados Unidos, es un fiasco de taquilla. “Basada en hechos reales”, avisa el filme, que cuenta la formidable cruzada del médico de origen nigeriano Bennet Omalu y su descubrimiento del CTE, producto de las conmociones cerebrales que sufren los mastodontes que chocan en pleno partido. Igual que “El Informante”(Russell Crowe denuncia a la industria del tabaco) o “Erin Brockowich” (Julia Roberts contra un gigante que contamina), “Concussion” tiene las mejores intenciones. Su momento más dramático sucede cuando el FBI busca frenar la investigación de Omalu. Pero el dato no es verdadero. Y bastó para que habituales periodistas-voceros destrozaran la película. Omiten la denuncia sobre cerebros dañados y suicidios. Una comprobación científica aceptada hasta por la patronal de la National Football League (NFL), que acordó pagar fuertes indemnizaciones, conciente de que acaso al menos uno de cada cuatro de sus jugadores sufre alguna forma de demencia, 19 por ciento más que el resto de la población. Las cifras indemnizatorias son monedas para una industria anual de casi 12.000 millones de dólares. Y que hoy celebra: Super Bowl 1 vs. Hollywood 0.
El fútbol americano, es cierto, también es un juego de gran estrategia y con momentos de magia y destreza atlética. “Pero más que un deporte de contacto -afirma George Visger, ex jugador, seguro de que él también padece CTE- es un deporte de colisión”. Últimos cambios reglamentarios atenúan daños. Pero es inútil, afirma el periodista Buzz Bissinger. “El fútbol americano nos gusta justamente porque es una celebración de la violencia. Aceptémoslo como es -dice Bissinger- o directamente prohibámoslo, porque si cortamos su natural salvajería, que tanto gusta a la cadena Fox, no será nada”. Cuando la NFL multó con 75.000 dólares al violento James Harrison por chocar su casco contra el de un rival (lo que ahora está prohibido), aficionados de los Pittsburgh Steelers donaron dinero al jugador en protesta por la sanción. “Por favor -escribió Martin Kettle en The Guardian, temeroso porque el fútbol americano está negociando jugar partidos en Gran Bretaña-, es más importante que prohibamos el ingreso en el país de este deporte antes que el de Donald Trump”. Ted Cruz, el republicano que venció a Trump el lunes pasado en Iowa, rechaza la política de control de armas que pide Barack Obama. En plena transmisión de partidos de la NFL, Cruz se exhibió este año en comerciales cocinando carne enrollada en la punta de un rifle automático. “No te deshagas de los malos deshaciéndote de nuestras armas -dice en otro aviso-, desházte de ellos usando nuestras armas”.
El fútbol americano ya había superado una denuncia previa contra su brutalidad cuando Oliver Stone filmó “Un domingo cualquiera” (1999). Al béisbol, en cambio, Hollywood le dedicó películas casi homenaje. Imposible olvidar el discurso de James Earl Jones a Kevin Costner, que busca reconciliarse con su padre y con jugadores campeones de 1919 suspendidos porque habían vendido sus partidos. “Hay una sola cosa que ha sido constante a través de los años, el béisbol. Este juego -dice el actor en la película Campo de Sueños (1989)- es parte de nuestro pasado y nuestra historia. Nos recuerda todo lo que una vez fue bueno y puede volver a serlo otra vez”. El escritor Don DeLillo, que en “Submundo” (1997) se aferra un jonrón mítico anotado en 1951 por los Giants para hablar de Guerra Fría e historia de Estados Unidos, cita el relato radial de un tal Russ Hodges: “Esta es la historia del pueblo… de este viejo juego nuestro… y los aficionados que hoy estaban en el Polo Grounds podrán contarle a sus nietos que ellos estaban allí cuando sucedió”. El béisbol -escribió Jordan Fraade en 2011- precisa ser relatado de padres a hijos porque no es tan excitante para sostenerse por sí mismo y no tiene tiempos televisivos. Como sucede en toda religión nacional, sigue Fraade, los mitos valen más que los hechos. Y cita como un mito la frase que un mafioso dice a Michael Corleone en El Padrino II: “Amo el béisbol desde que Arnold Rothstein arregló el título de 1919”.
Todo periodista debería leer “Reportero”, libro reciente de las mejores crónicas que publicó Dave Remnick, director de New Yorker. Más que su amor por el béisbol, Philip Roth cuenta a Remnick su amor por el deporte. Critica a un padre que pasa el partido diciéndole a su hijo que, más que la cancha, mire el marcador. Imagina Roth que el niño asimila ese discurso y al llegar a casa cuenta que lo pasó “genial”, porque el marcador cambió 32 veces y en el partido anterior, según le contó su padre, lo había hecho sólo 14 veces “y que la última vez el del equipo local cambió más veces que el otro. Fue fantástico”. “Eso -critica Roth- no es tener la menor idea de lo que es el béisbol”. Roth sitúa a La Gran Novela Norteamericana en plena Segunda Guerra. La contienda afectó al juego y los patrones, más allá del racismo dominante, apelaron a jugadores negros y latinos. Hoy, el 25 por ciento de los jugadores son latinos. Imposible no recordar uno de los pasajes más delirantes de La Gran Novela Norteamericana. Cuando los dueños de la Liga Patriótica, que en su codicia planificaban llevar partidos a la Luna, despotrican contra el patrón japonés de los Mundys porque incluye en sus partidos espectáculos de enanos y carreras de caballos “y pronto pondrá negros en el equipo”. Una “infiltración comunista” que se burla de la Liga para destruir a Estados Unidos sin necesitar del Ejército Rojo, sino atacando al deporte nacional. “Llegará el día -advierten los dirigentes- en que, bajo el disfraz de capitalista norteamericano, amigo de las altas finanzas, y de miembro del Partido Republicano, se presentará a un comunista como candidato a la presidencia de Estados Unidos; para entonces no habrá norteamericanos verdaderos, no cuando desaparezca el béisbol.”.
LA NACIÓN