15 Feb Motos de alta gama, la Play de los post 40
Por Vicky Guazzone di Passalacqua
Cuando hace unos años Fernando López cobró un dinero extra por un buen negocio, se paró frente a la disyuntiva de toda su vida: ¿comprarse la moto que siempre había querido o darle un uso más convencional a esos pesos? Después de consultarlo con su mujer se decidió por la primera opción. Ambos consideraron que era hora de que se diera un gusto, y a sus 55 años pudo por fin comprarse la moto de sus sueños desde los 15, una Harley Davidson Road King Classic de 1700 cc. “Mi mujer acotó con mucha lógica que si no era ahora, ¿cuándo? A los 70 no voy a poder andar en una moto grande”, relata Fernando.
Su historia es el reflejo de muchas otras. Desde los 40 o 50 años en adelante, con hijos ya más grandes e independientes y estabilidad económica, son muchos los que eligen volcarse a las motos. Como Fernando, varios la sueñan desde hace mucho o incluso debieron abandonar la pasión al formar sus familias porque era algo incompatible con sus gastos de entonces. Pero al estar un poco “de vuelta”, en una segunda etapa de la vida, las motos que se eligen tienen otro porte y peso de las que hubieran preferido de chicos. “Cuando te gustan las motos desde siempre vas buscando en tu vida aquella que se acomode a tus gustos del momento. No es lo mismo tener 25 y andar en una picante cross que tener 60 y querer viajar confortablemente”, ilustra Martín Juan Bordeu, de 60 años y dueño de una BMW 650, pero anteriormente también de una Honda Falcon 400 y una Honda 1100 Pan European. “Con esa última realicé tres viajes por el interior con amigos motoqueros”, cuenta.
También con más tiempo libre en esta etapa de la vida, los usos que se le dan a la moto van más allá de la cuestión de la movilidad. Por ejemplo, no suelen usarla ni cuando llueve ni cuando hace demasiado frío o calor, porque el disfrute merma. Y sí, en cambio, es la compañera ideal para realizar viajes de ruta. Para Javier Ledesma, de 41 años, su Honda XR250 Tornado era un gran instrumento para ir al campo y hacer salidas de aventuras por las sierras. “También resultó ser un complemento ideal para mis viajes de windsurf a San Juan; recorrer esos paisajes en moto fue una experiencia genial”, dice, al tiempo que explica que habla en pasado porque acaba de venderla por falta de tiempo para usarla, “aunque nunca se sabe si vendrá otra”.
Pero en las motos grandes quizá las más beneficiadas son las mujeres, que cuentan con un buen espacio para sentarse cómodamente y también para guardar algo de equipaje. Si están dispuestas a subirse a la aventura pueden encarar viajes interesantes con sus maridos y hasta con otras parejas. “Con mi mujer hemos hecho viajes por el país y tenemos uno planeado con amigos a la Puna de Atacama, entre la Argentina y Chile”, apunta Fernando. Y es que la aprobación de la familia es vital para evitar miedos y malos momentos. “Mi mujer me conoce y me tiene confianza. De hecho a nuestros hijos les encantaba que los llevara a dar una vuelta por las calles del barrio”, cuenta Javier, padre de tres.
O incluso están los que optan por incluir a sus hijos desde pequeños en ese mundo, como hizo Federico Lozada, dueño de una Triumph y parte del equipo de Herencia Argentina, con su hijo de 8 años, que ya entrena motocross. “En mi casa siempre va a haber motos y me pareció importante que supiera manejar bien, con técnica”, apunta.
Eso sí, el pedido de cuidado se reitera seguido, como le sucede a Martín: “Sé que a mi familia no le divierte mucho, porque sabe que me gusta la velocidad, pero lo hago siempre y cuando las condiciones de calidad de ruta y tráfico estén dadas. Ya no recibo objeciones, pero sí un cariñoso «andá despacio y avisá cuando llegues». Seguro que les suena a varios”.
A Gustavo Torres Lacroze, de 57 años y dueño de una BMW GS 800, definitivamente le resulta familiar. Si bien desde chico solía usar moto (aunque no tan grande ni del estilo de la actual), todavía su propia madre no ha podido sacudirse el miedo que le provocan sus paseos. “Mi familia no tiene problema, pero mi mamá ya no quiere viajar conmigo”, cuenta, aunque asegura que su mayor uso es para movilizarse y llegar a su oficina, y que ya ni siquiera la utiliza en los días de lluvia. “Lo que pasa es que estoy más grande y le escapo al agua”, confiesa entre risas.
Nuevos vínculos
El entusiasmo por las motos parece contagioso, y cada vez se ven más adeptos. Dentro de un mismo círculo es común que un pionero vaya incentivando a otros, y así todos terminen haciendo recorridos juntos. “El mismo año que me compré mi moto, dos cuñados también se habían comprado otras, y la idea de salir juntos y compartir un día o un fin de semana de viaje y aventuras al mejor estilo Dakar me gustaba. Cuando la compré, las sensaciones resultaron incluso mejores de lo que esperaba. La moto engancha, sobre todo al principio”, describe Javier.
A Pablo García Arrébola, de 48 años, el ir incorporando siete motos diferentes también le fue trayendo distintos grupos de amigos a su vida. Entre otras, una Royal Enfield con sidecar, una Harley Davidson 883 Iron, una Suzuki Gn 250 y una Honda Tornado le significaron diversos vínculos nuevos que hoy son parte de su vida diaria en encuentros, salidas y viajes. “Las motos me cambiaron la forma de vestirme, de hablar y hasta de vincularme con la gente. Me encontré con personas con códigos y formas de ser similares a las mías. Andar en moto es como meditar, pero en dos ruedas; no importa adónde vas, sino el viaje. Y en el camino vas sumando amigos y conociendo gente.”
De hecho, estos nuevos grupos de pertenencia también son los que atraen hasta a los más jóvenes. Como Leo Farías, de 33 años, para quien el mundo Vespa fue un amor intenso y apasionado, que en poco tiempo lo llevó a tener tres motos y convertirse en un restaurador amateur. “Sí, las motos son como el juego del mundo adulto, porque encontré un grupo de personas con el que compartimos viajes y asados. Hoy tengo amigos por todo el país, de muy distintas edades y grupos sociales, el único nexo de unión fue la moto. Pasó de ser un objeto de deseo a un grupo de pertenencia”, describe. En ese camino, no descarta en sus próximos años subir la apuesta a una más grande.
Con respecto a la moto como una suerte de “PlayStation adulta”, son varios los que aceptan el valor lúdico. “Yo juego a ambas cosas, porque tengo un hijo de 10 años y competimos a la Play también -ríe Pablo-. Pero sí, en mi caso las motos son juguetes, instrumentos para el esparcimiento. Es más, es un pasatiempo terapéutico.”
Para Alejandro Otero, de 50 años y dueño de una Yamaha 650 y una Harley Davidson Sportster Iron 883, su compra fue un poco por gusto y deseo, y otro tanto por impulso. Aunque con miedo y respeto a ese mundo, asegura que siempre sintió que rodar en una moto iba a ser una sensación placentera. “Creo que quien se compra la moto a los 40 o 50 años ya la quería desde antes, pero no lo había hecho por tener otras realidades y prioridades. Puede ser una moto, como para otros puede ser una lancha para ir al Tigre o un velero para navegar a Colonia”, razona.
El caballo de acero
Desde la psicología, estos nuevos grupos de motoqueros tienen varias lecturas interesantes. “En principio, la moto es el caballo mecánico, de acero. Antes el caballo otorgaba poder, porque implicaba la capacidad de domarlo, manejarlo y mantenerlo. La moto hoy es su extensión histórica, y quien la maneja se diferencia de quien no se anima a subirse a una”, explica Francisco Doria, logoterapeuta y psicólogo.
En ese sentido, también supone arrojo y valentía, porque quien anda en moto sabe que está más expuesto a caídas y golpes que quien lo hace en auto. “Son personas que, más allá de que puedan ser cautelosas al manejar, están expresando que no tienen miedo a lo que la vida les pueda traer.”
Luego, claro, entra en juego el sueño de toda la vida. Y según Doria, cuando alguien siempre quiso ser dueño de una moto, pero por distintas razones económicas o de contexto no pudo, el logro no debe leerse como regresión, sino como recompensa. “Por ese motivo, además, las motos suelen ser grandes e impresionantes”, agrega.
Aunque en términos de juventud, también es cierto que este vehículo ayuda, pues implica tener un determinado estado físico. “Muchas veces te bajás de la moto y estás cansado como si hubieras hecho trabajo aeróbico todo el día. Permanentemente se está amortiguando con tobillos, rodillas y cadera el movimiento, además de traccionando con los brazos. También te mantiene despierto y te entrena el instinto para ver qué es lo que van a hacer los demás alrededor. Logra una actitud joven y una mente más ágil”, elogia el especialista.
Así, cuando a los 50 muchos se encuentran con gran parte de la vida realizada, la compra de una moto puede traer un nuevo sentido. “Es una edad en la que muchos se sientan a contemplar lo que vivieron. Pero muchos otros se sientan a planificar y poner en marcha lo que van a vivir. No olvidemos que rodar siempre es ir hacia delante”, cierra Doria.
Motivaciones detrás del deseo
La moto es el “caballo de acero”. Metafóricamente (y no tanto) implica poder y valentía, porque así como al caballo, hay que saber domarla y manejarla. Y también, claro, hay que poder mantenerla.
Por otra parte, este medio de transporte significa exposición, porque quien anda en dos ruedas sabe que está mucho más vulnerable frente a las imprevisiones del camino. “Son personas sin miedo a lo que la vida les pueda traer”, apunta Francisco Doria, psicólogo y logoterapeuta.
Muchas veces se trata de un deseo de toda la vida, que cuando se consigue materializar se lee como un verdadero logro.
Lejos de pensarse como una regresión o una búsqueda de la juventud perdida, está mucho más cerca de ser una recompensa que puede darse después de muchos años de esfuerzo. Una especie de premio o autoregalo.
Más allá de la edad real, la moto mantiene a su conductor con un espíritu totalmente joven, en la medida en que andar en ella requiere, como mínimo, un buen estado atlético.
En el momento en que muchos empiezan a mirar hacia atrás, implica para otros una forma de planear un futuro distinto, de mirar hacia adelante con nuevos amigos y grupos de pertenencia. Cascos tipo vintage tuneados y con cuero
LA NACION