Los perdedores económicos se rebelan contra las élites

Los perdedores económicos se rebelan contra las élites

Por Martín Wolf
Los perdedores también reciben votos. Eso es la democracia, y está bien que sea así. Si se sienten lo suficientemente engañados y humillados, votarán a Donald Trump, el candidato a la nominación presidencial del Partido Republicano en EE.UU.; a Marine Le Pen del Frente Nacional en Francia; o a Nigel Farage del Partido de la Independencia del Reino Unido. Hay quienes se dejan seducir —en particular los de la clase obrera local– por los cantos de sirena de los políticos que combinan el nacionalismo de la extrema derecha, el estatismo de la extrema izquierda y el autoritarismo de ambas.
Por encima de todo, los perdedores se oponen a las élites que dominan la vida económica y cultural de sus países: a los reunidos la semana pasada en Davos para el Foro Económico Mundial. Las potenciales consecuencias son aterradoras. Las élites tienen que preparar respuestas inteligentes. Pero puede que ya sea demasiado tarde para hacerlo.
Los proyectos de la élite derechista se han centrado durante mucho tiempo en los impuestos marginales bajos; en la inmigración liberal; en la globalización; en la reducción de los costosos ‘programas de ayuda social‘; en los mercados laborales desregulados; y en la maximización del valor de las tenencias de los accionistas. Por su parte, los proyectos de la élite izquierdista se han centrado en la inmigración liberal (de nuevo); en el multiculturalismo; en el laicismo; en la diversidad; en la libertad de abortar; y en la igualdad de raza y de género. Los libertarios adoptan las causas de las élites de ambos lados; es por eso que constituyen una pequeña minoría.
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Durante el proceso, las élites se han desprendido de las lealtades y de las preocupaciones nacionales y formaron en su lugar una súper élite global. No es difícil comprender por qué las personas comunes –en particular los hombres nacidos en los determinados países– están ofendidas. Estas personas son perdedoras, al menos relativamente; no comparten los beneficios en forma igualitaria. Se sienten usadas y abusadas. Después de la crisis financiera y de la lenta recuperación del nivel de vida, consideran que las élites son incompetentes y depredadoras. Lo que sorprende no es que muchas estén enojadas, sino más bien que muchas no lo estén.
Branko Milanovic, ex funcionario del Banco Mundial, ha demostrado que sólo dos porciones de la distribución del ingreso mundial recibieron aumentos prácticamente inexistentes en sus ingresos reales entre 1988 y 2008: los cinco percentiles más pobres y los que estaban entre el percentil 75 y el percentil 90. Esa porción incluye la mayor parte de la población de los países de altos ingresos.
Del mismo modo, un estudio realizado por el Economic Policy Institute (EPI) en Washington demuestra que la remuneración de los trabajadores comunes se ha quedado muy por detrás del aumento de productividad desde mediados de la década de 1970. Las explicaciones son una mezcla compleja de factores: la innovación tecnológica, el comercio liberal, los cambios en la conducción empresaria y la liberalización financiera. Pero el hecho es indiscutible. En EE.UU. –pero, en menor medida, también en otros países de altos ingresos– los frutos del crecimiento se concentran en la parte superior de la población.
Por último, la proporción de inmigrantes en las poblaciones ha aumentado considerablemente. Es difícil argumentar que esto ha traído grandes beneficios económicos, sociales y culturales a la mayor parte de la población. Pero indudablemente ha beneficiado a los más pudientes, incluyendo a las empresas.
La respetable izquierda ha ido perdiendo cada vez más el respaldo de las clases trabajadoras del país, a pesar de que apoya las prestaciones sociales que pudieran considerarse extremadamente valiosas para ellas. Esto parece ser particularmente cierto en EE.UU., en donde los factores raciales y culturales han sido sobre todo importantes.
La ‘estrategia sureña‘ del ex presidente republicano estadounidense Richard Nixon –destinada a atraer el apoyo de las personas de raza blanca en el sur– dio resultados políticos. Pero la estrategia central de la élite de su partido –explotar el enojo de la clase media (especialmente de los hombres) por los cambios culturales o vinculados a la raza y género– está produciendo resultados indeseables. El enfoque en la reducción de impuestos y en la desregulación ofrece poco consuelo a la gran mayoría de la base del partido.
Los ideólogos republicanos se quejan de que Trump no es un verdadero conservador. Ése es precisamente el punto. Él es populista. Al igual que los otros principales candidatos, propone recortes de impuestos inaplicables. De hecho, la noción de que los republicanos se oponen a los déficits fiscales parece absurda. Pero, esencialmente, Trump es proteccionista en asuntos comerciales y hostil a la inmigración. Estas posiciones atraen a sus seguidores, ya que ellos entienden que tienen un activo valioso: su ciudadanía. Y ellos no quieren compartirla con innumerables independientes. Lo mismo sucede con los seguidores de Le Pen o Farage.
Los populistas nacionalistas no deben ganar. Ya conocemos esa historia y sabemos lo mal que termina. En el caso de EE.UU., el resultado tendría graves implicancias a nivel mundial. EE.UU. fue el fundador de nuestro orden liberal global y sigue siendo su garante. El mundo desesperadamente necesita un liderazgo estadounidense bien informado. Y Trump no puede ofrecerlo. Los resultados podrían ser catastróficos.
Sin embargo, incluso si se evita tal resultado este año, ya se les advirtió a las élites. Los de la derecha asumen grandes riesgos cultivando la rabia popular como manera de asegurar la reducción de impuestos, el aumento de la inmigración y regulaciones más débiles. Las élites de la izquierda también asumen riesgos si se cree que están sacrificando los intereses y valores de una gran cantidad de ciudadanos con dificultades financieras por el relativismo cultural y el laxo control de las fronteras.
Los países occidentales son democracias. Esos Estados todavía brindan los fundamentos jurídicos e institucionales del orden económico mundial. Si las élites occidentales menosprecian las preocupaciones de las mayorías, éstas retirarán su aprobación de los proyectos de la élite. En EE.UU., las élites derechistas, después de haber sembrado viento, están cosechando un torbellino. Pero esto ha ocurrido sólo porque las élites izquierdistas han perdido la lealtad de grandes porciones de la clase media del país.
No menos importante es el hecho de que la democracia significa un gobierno de todos los ciudadanos. Si no se protegen los derechos de residencia, y todavía más los de ciudadanía, este peligroso resentimiento crecerá. De hecho, eso ya ha ocurrido en demasiados lugares.
EL CRONISTA