14 Feb Literatura erótica: nuevas formas para una pasión nacional y salvaje
Por Daniel Gigena
Desde la antigüedad, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, hasta nuestros días, el placer sexual empapa las ficciones literarias bajo formas sutiles o escandalosas, sugerentes o picantes. Ya sea con El decamerón, Justine o El amante de lady Chatterley, los lectores unen a la pasión por seguir las tramas una apelación a los impulsos físicos, la fantasía o el desparpajo.
En los últimos años en la literatura local, hubo, como ocurrió a partir de los años 60 con las obras de Héctor Lastra, Manuel Puig, Clara Obligado, Copi, Tununa Mercado y Federico Andahazi, un florecimiento en las estrategias para representar el deseo sexual y sus derivaciones. Como ya no hay censura del sexo en la Argentina, los escritores pueden echar mano a recursos más vívidos que las alusiones y las elipsis con camas deshechas y cabellos revueltos. Ahora, la competencia por narrar las relaciones sexuales parece haberse desplazado a una lucha entre soportes: ¿cómo hacen los narradores para afrontar el desafío de contar tramas provocativas y potentes sin que, comparadas con las imágenes del cine y la televisión, parezcan anodinas?
Viene de tapa “¿Qué tenemos derecho de exigir de los relatos de relaciones sexuales? Que nos hagan evidentes las significaciones profundas de su campo. Que sean el producto de esa mezcla de inspiración, habilidad y deseo de trascendencia a la que llamamos arte”, escribió Ercole Lissardi, uno de los narradores contemporáneos que más páginas han dedicado a ahondar en esta clase de relatos en ficciones y ensayos.
Lissardi acaba de publicar en Santiago Arcos la primera entrega de una trilogía, Los días felices, donde narra las relaciones entre una adolescente montevidenana y dos septuagenarios. Durante 2016 publicará las otras dos partes.
Esa distinción entre relato sexual y relato erótico opera en las escenas de sexo explícito en la obra de Juan José Becerra: “En mis libros hay escenas de sexo que no están escritas en registro erótico sino pornográfico –dice el autor de La interpretación de un libro–. En la pornografía puede aparecer el cuerpo, y digo «puede» porque sólo se trata de lenguaje, es decir, de un sistema de representación como puede serlo la geografía o la gastronomía, por las que sabemos bien que un mapa no es el paisaje y una receta no es un plato comida. Al erotismo lo asocio con la peor cultura, que para mí es la de la publicidad. El sexo no tiene nada que ver con la lencería, ni con los tips de las revistas bobas ni con los catálogos de seducción. Es un hecho bestial impulsado por la fuerza de la naturaleza, por lo que creo que la literatura que lo represente debe hacerle honor a esa bestialidad.”
Sin embargo, el área de la literatura erótica gana espacio en grandes, medianas y chicas, y los autores argentinos asimilan la experiencia sexual en sus ficciones.
Los sellos locales recuperan, incluso, obras del pasado, como Llévatela, amigo, por el bien de los tres (Caja Negra), de Osvaldo Baigorria, o el inminente relanzamiento de Sex Shop, con nuevos cuentos, en Emecé.
“No creo que lo erótico sea un recurso –dice Fernanda García Lao, autora de Fuera de la jaula−. Cuando es utilizado de ese modo me hace ruido. Creo que la crueldad en la escritura de Lamborghini, de Copi, de Pizarnik, su estética genital desnudó la mojigatería de otros a la hora de escribir con potencia lo erótico. Hoy no hay miedo de escribir sin eufemismos, lo difícil es ser original. La escritura es un modo para mí, no un qué. Pero novelitas comerciales de «paja» fácil traducidas en una lengua neutra lastiman el imaginario colectivo, licúan las pasiones. Lo erótico que a mí me interesa está en el lenguaje.”
En sus libros, a los que define como “físicos”, el erotismo se revela en el modo en que cada personaje vibra o actúa, en el registro de una voz. Su narrativa, dice, responde un interrogante: “Cómo desea este ser que dice algo. Sin ponerlo en situación de cama. Todo el libro es una cama, en todo caso. Pero cada texto merece un lenguaje, por eso no me ato al cómo se nombra. A veces, uno necesita una vagina, otras, una concha. Un agujero o un eufemismo. Te lo canta el texto y su necesidad”. Algo hot
Una hipótesis es que, luego de años en que las aventuras sexuales de los personajes se contaban desde una perspectiva masculina, la narrativa escrita e incluso protagonizada por mujeres, gays, trans y lesbianas ha empezado a tomar la posta para narrar los apetitos carnales. No mejor ni peor, sino de modo diferente.
Facundo Soto, Violeta Gorodischer, Alejandro López, Cristian Molina, Gabriela Bejerman, Camila Sosa Villada, Gabriela Cabezón Cámara, Pablo Pérez, Margarita García Robayo, Hugo Salas, Alejandro Modarelli, Juan Cortázar, Eduardo Muslip, Agustín Romero, Cristina Civale, más los vecinos uruguayos Dani Umpi y Apegé, se ocupan, en sus ficciones, de sumar universos inéditos.
“Cuando comencé a escribir, que fue algo repentino, tardío y sorprendente para mí, lo hice sobre mascotas y animales salvajes con los que había estado en contacto: gatos y perros pero también víboras, caballos, jotes. Luego pasé, casi como resbalando, a contar mucho de mi vida amorosa y sentimental, intentando comprenderla. Ya en ese primer libro y en los siguientes quise, fue voluntario y a la vez necesario, no eludir cuestiones como mi identidad ni episodios de carácter sexual, amoroso y amistoso que había vivido, y relatarlos sin tapujos en primera persona”, comenta desde Córdoba Roberto Videla, que en 2015 publicó en Mansalva un recorrido no apto para todo público por cines porno y saunas.
“Es algo magnífico el deseo, sobre todo, creo, porque es inabarcable”, agrega, y señala que La intimidad es un libro erótico porque “está apoyado en la descripción de los sentidos. La escritura a veces procede como avanzaría un ciego entre los cuerpos desnudos de otros, describiendo las texturas, los olores, los sabores, los sonidos. La vista aparece como quien espía lo que iluminan los relámpagos en los lugares oscuros prohibidos”.
Un caso paradigmático de narradora que aborda la sexualidad de manera vehemente es el de Ariana Harwicz que, con Matate, amor, La débil mental y Precoz, creó una serie de relatos donde las voces femeninas imperan como dominadoras. “No hay una revalorización ni un interés mayor que el que ha habido por el erotismo y el sexo desde los inicios de los tiempos en todas las artes. Tratados acerca del sexo, recopilaciones de posturas sexuales, diccionarios, poemarios, odas, técnicas, consejos y desarrollos audaces de las perversiones, tabúes y escritos amorales han existido siempre. Quizá se puede percibir un interés particular por ver cómo se encarna el deseo femenino en esta época y sobre todo asociado a la maternidad, en esta configuración actual de guerra no declarada, de usuarios de la Web relatando sus deseos a la vieja usanza del autor anónimo.” Deseos encubiertos
Acerca de su obra, a la que se le atribuye un erotismo arrebatado, Harwicz reflexiona: “Martín Kohan me decía algo sobre las notas que me han realizado: siempre traen a colación la cuestión del deseo, y se la da bastante por sentada. Él tenía la impresión de que la fuerza de mis libros radica en poner en juego aspectos ligados con el deseo, como el sexo o la maternidad, pero para narrarlos despojados de deseo, vaciados de deseo. Ése es para él el factor de choque con las convenciones sociales que se logra en mis novelas. Los personajes obran como por reflejo: así cogen o tienen hijos, con más animalidad que humanidad, sin deseo. Lo que elaboran culturalmente es siempre asco o rechazo, o en el mejor de los casos desapego: lo otro del deseo”.
Vivian Dragna, flamante autora de Los deseos, apunta que en los últimos años el marketing volvió a posicionar, con Cincuenta sombras de Grey, el relato erótico para que los lectores se permitan leer sin pudor textos donde hay sexo explícito.
“El marketing generó que sea socialmente aceptado este tipo de lectura y además creó la necesidad de tener que leerlo. Como hay mucha insatisfacción sexual y fantasías reprimidas, entonces aparecen libros donde los personajes hacen todo aquello que los lectores harían (¿y por qué no lo hacen?). Tanto el autor como el lector son libres. Uno, de escribir con su propia libertad, con su experiencia y sus fantasías. El otro, de recrear las imágenes, de adaptarlas a su propio imaginario. El escritor es, y ha sido siempre, una suerte de válvula de escape de los impulsos reprimidos y prohibidos de otros.”
Para Dragna, la literatura erótica es un juego de palabras llevadas a su extremo para generar deseo. “La escritura está para probar que todo se puede”, dice.
El límite de lo que puede ser narrado depende de los escritores, de los lectores y su época. García Lao lo resume a su modo: “La escritura es una prueba de coraje. Lo erótico no está exento. Hay quien escribe para ser respetado y quien lo hace para ponerse en la cuerda floja. Si tu mamá puede leerte sin rubor, tu erotismo es una fantochada”.
LA NACIÓN