09 Feb Hewit dejó la eterna huella del guerrero
MELBOURNE (De un enviado especial).- El Abierto de Australia es pródigo en emociones, pero la cuarta jornada es la que muchos recordarán como la noche que marcó el adiós de Lleyton Hewitt. Ícono del tenis australiano, dejó con ceño fruncido y temperamento de acero su huella dentro del circuito. ‘Rusty’ (un apodo derivado de su parecido con un personaje de la película “Vacaciones”) se retiró a los 34 años; el cuerpo maltrecho por las lesiones, herido con operaciones en ambos lados de la cadera, pero orgulloso y competitivo hasta el último segundo. David Ferrer, otro combatiente feroz, fue el encargado de sentenciar, con un 6-2, 6-4 y 6-4, un retiro anunciado al que sólo le faltaba la fecha de sellado.
La última página de su carrera lo encontró en el puesto 308°, muy lejos ya de su mejor etapa, que coincidió con sus primeros años en el tour. Es que Hewitt fue, a su modo, un prodigio. Con 20 años se convirtió en el jugador más joven en alcanzar el número 1 del mundo. Acaso su juego no fue tan vistoso como el de otras leyendas, pero sí se reveló como un jugador competitivo como pocos, dotado de un juego versátil, con el que conquistó 30 títulos, dos de ellos de Grand Slam -el US Open 2001 y Wimbledon 2002, donde superó por amplio margen a Nalbandian en la final-, y dos Copas Davis.
Por otro lado, si hubo algo que marcó a Hewitt, sobre todo en los comienzos, fue su carácter volcánico, con festejos excesivos al grito de “¡come on!” que le deparó más de un encontronazo con varios colegas. Con los argentinos tuvo varios cruces más que controvertidos. Todavía hoy se recuerda un partido cargado de gestos antideportivos entre Hewitt y Guillermo Coria en una serie de Copa Davis en Sydney, en 2005 (ver aparte); el mismo año, el Flaco Juan Ignacio Chela perdió la paciencia y, harto de sus provocaciones, le arrojó un salivazo que no llegó a destino, pero sí ocupó las primeras planas en medio de un Abierto de Australia en el que también se enfrentó con Nalbandian. Con el tiempo, sostuvo mejores relaciones con los tandilenses Juan Mónaco y Juan Martín del Potro.
Desde luego, no podía faltar un toque de pimienta en la función de despedida: mientras promediaba el tercer set, tildó de “maldito idiota” al umpire Pascal Maria por una advertencia (warning) previo. Poco después, un revés exigido, que se fue por el costado, se convirtió en el último punto de su carrera. Ferrer lo abrazó y lo felicitó en la red. Con los ojos vidriosos, pero sin permitirse el desborde de lágrimas, Hewitt fue ovacionado por casi 15.000 personas en un Rod Laver que se había vestido con el amarillo y el verde australiano y con banderitas previamente dispuestas para acompañar la despedida de un ídolo en uno de los deportes más representativos de este país. A modo de homenaje, se exhibió un video en el que Roger Federer, Rafael Nadal, Novak Djokovic, Andy Murray y su compatriota Nick Kyrgios expusieron su reconocimiento. “Siempre admiré su ética de trabajo y su espíritu de lucha, aunque al principio me molestaba, porque se expresaba de una manera más alocada que ahora”, explicó Federer. “Fuiste una gran inspiración para mi tenis y mi mentalidad. Gracias por tu pasión”, lo elogió Rafa. Desde el palco ingresaron sus tres hijos, Mia Rebecca, Cruz y Ava Sydney, que lo acompañaron en el saludo final y en el camino hacia el vestuario, y un rato después, en una rueda de prensa que culminó con las felicitaciones y un brindis con champagne que presentó Craig Tiley, director del Open australiano.
“Di el ciento por ciento toda mi carrera, es algo de lo que puedo estar orgulloso. Jugar para Australia fue lo mejor que me ocurrió de mi vida. Me siento un afortunado por haber podido terminar mi carrera delante de mi público. No puedo pedirle más a mi cuerpo, al que empujé hasta el límite. Ya es tiempo de pensar en otras cosas”, destacó Hewitt, que a partir de ahora se dedicará de lleno a su función de capitán de Copa Davis de Australia. Otro campo de batalla para un espartano de los courts, ya sin la raqueta que supo empuñar como espada para abrirse espacio dentro de la historia.
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