27 Feb “Escribir este libro fue difícil y muy doloroso”
Por María Sucarrat
–La primera persona no molesta. Sorprende para bien.
–Me alegra porque escribir bien es lo que más me interesaba, además de contar la historia. Si contás una historia que sabés cómo termina, por lo menos que sea agradable la lectura.
–Y la escritura también, porque usted no escribe sobre algo que le pasó a otro, ni siquiera sobre algo inventado. ¿Qué tan movilizante fue?
–Fue difícil y muy doloroso también. Inevitablemente tuve que releer algunas cosas, desaparecidos, la Escuela de Mecánica. Estaba en Kabul y la verdad es que vomitaba, lloraba, tenía pesadillas. Y hubo un capítulo que no lograba escribir, que es el sexto. Lo escribí al final y el recurso que me ayudó fue hacerlo en presente. Muy difícil porque al mismo tiempo traté de escribir algo que no fuera un drama.
–¿Por qué casi cuatro décadas después?
–Porque eso está siempre ahí. Hablé con amigos que me insistieron y que decidieron ayudar. Había que conseguir una colección de la revista, era imprescindible, localizar a los que trabajaron allí y están vivos. Esa fase fue en 2002. Vine a la Argentina, entrevisté en unos días a todos o a casi todos, hasta que en un momento me empezó a dar una taquicardia galopante porque todo esto es inevitablemente conmovedor, emocionante. No pude escribir enseguida, entre otras cosas porque laburo, como trabajás vos, porque tardamos en firmar el contrato con la editorial, porque cuando terminamos el proceso, habían cambiado todos menos mi editor, Daniel Guebel, quien, con mucho respeto, me ayudó a aceptar la primera persona. En definitiva, empecé a escribir el libro cuando estuve preparado para empezarlo con una mirada que va más allá de los buenos y de los malos. No estaban dentro de mí los elementos para procesarlo de esa manera. Mi trabajo, en los últimos once años, también tuvo un peso.
–¿Cuál es su trabajo hoy?
–Organizo medios de comunicación y formo periodistas afganos. Todo se dio medio de casualidad. Fui como consultor, sólo por tres meses, para hacer un trabajo para la Unión Europea, para evaluar los medios de comunicación y recomendar políticas a seguir. Una especie de consultor. Una cosa trajo a la otra y me pidieron que hiciera un estudio para transformar la radio y la televisión afgana que es gubernamental en un sistema público independiente y lo hice. Luego me pidieron que organizara una agencia de noticias y lo hice. Y es enormemente interesante. Me siento un privilegiado porque es uno de los lugares más conflictivos del mundo. Y los temas de discusión son excepcionales al igual que la gente con la que te cruzás. Trabajar con afganos es más parecido a lo nuestro que Europa.
–¿Cómo es eso?
–A mí Europa nunca me motivó. Pero soy agradecido de haber trabajado en la agencia Inter Press Service (IPS) que es una escuela de pensamiento. Eso mismo intento hacer ahora, articular otro modo de informar, reactivar pensamiento crítico y que la formación los lleve a estudiar de verdad. Porque el mayor problema de los jóvenes periodistas en Afganistán y en el resto del mundo es que no saben nada. O sea, aprenden cómo hacerlo pero no hay una verdadera reflexión de contenidos como para poder cubrir adecuadamente las cosas. Ahora, lo que estoy haciendo es un plan a cinco años que vaya un poco más allá del relato de guerra, que es el dominante. Todo eso me renueva. Aprendo muchísimo. Tengo la posibilidad allí de ver cómo opera el poder del mundo, Estados Unidos, la OTAN, verlo allí. En ese contexto aparece el encuentro con el ex agente de la CIA que me permitió decir algo que yo quería sin tener que hacer un ensayo.
–El agente de la CIA y el capítulo en que habla de “El otro” son dos enigmas fatales en el libro. ¿Cómo pudo trabajar el hecho de decir “negocio, no doy identidades”?
–Y, así. No se puede. Si me creen, me creen y, si no me creen, no me creen.
–Jugado
–Lo sé, pero no hay alternativa. El de la CIA me dijo: “Si querés poner mi nombre, tengo que darle lo que escribiste a la CIA y ver si ellos están de acuerdo o no.” Entonces, decidí poner un seudónimo. Y en el caso de “El otro”, “El otro” sigue… Nadie sabe quién es. La condición era esa. Ahora veremos. Quizás aparecen algunos para decir que esto es mentira. Firmenich, por ejemplo.
–¿Intentó contactarlo?
–Nunca me dio bola. Empecé el libro tratando de terminar el reportaje. Era razonable. Una especie de lujo para un periodista que 40 años después encuentra cosas que no cierran.
–Así lo escribió, 37 años después, releyó el reportaje y encontró cosas que no cerraban.
–Lo único que no hice fue ir a la casa. Pero, si lee el libro, quizás quiera agregar algo. Hay cosas que quedan como raras por la circunstancia. Lo de Rucci es raro.
–¿Cómo sería?
–Estaban por disolver las 62 Organizaciones porque se habían puesto de acuerdo con Rucci. Un golpazo para el vandorismo. Y justo lo matan. Es raro. Alguien sabe. Decide que hay que evitarlo. ¿Y por qué? Un disparate mayúsculo. Al mismo tiempo me da rabia porque él (Firmenich) le concede una entrevista a (Felipe) Pigna, y a uno que viene del mismo lado no lo acepta.
El oficio de escribir
“Mi método de escritura fue variable porque tenía que ir encontrando momentos libres. Mucho lo escribí en Kabul, al atardecer y de noche”, explica Grassi. “El lugar donde vivía era un hospedaje, una guest house. Un edificio en forma de U que tiene en el centro un jardín de rosas. Una de las paredes de mi habitación es toda de vidrio y de ahí se ve el jardín de rosas. Es bonito pero es como cualquier lugar. En general, las casas están rodeadas por un murallón y no se pueden ver desde afuera. En casi todas hay muchas rosas porque es la flor nacional”, agrega. “Igual, no se puede salir mucho a la calle. A mí me pasa a buscar un auto, que ahora es blindado, y me llevan a la oficina y de la oficina a la casa. No puedo caminar, no es conveniente porque hay secuestro de bandas, no secuestros políticos”, cuenta sin asombro.
–¿Tiene algún método?
–No soy disciplinado. No soy así en casi nada. Voy escribiendo, cuando me canso, me canso y paro. En lo periodístico es distinto, cuando empezás, terminás. Esto es literatura.
–¿Deja descansar el texto?
–En este libro, los dejé dormir mucho y los volví a agarrar. Eso me resulta imprescindible. Para mí, escribir es un ejercicio de lenguaje. En lo periodístico es distinto. A mí los libros periodísticos me aburren y traté de que este no se pareciese en nada. Traté de que el periodista que hay en mí dejara paso a otra cosa. Voy camino a la literatura. A la narrativa de no ficción. Mi placer está en trabajar con el lenguaje. A mí, de escribir, me interesa el lenguaje. Y la música que tiene que salir de allí.
TIEMPO ARGENTINO