11 Feb “De verdad creíamos que con una guitarra o un piano podíamos cambiar el mundo”
Por Daniel Enzetti
Tiene algo de chamánico. Raúl Porchetto le escapa a los encuentros con periodistas, y hace más de 20 años decidió viajar a Córdoba, a la zona de las altas cumbres, donde vive en una casa alejada del ruido, con gas de garrafa y energía alimentada por pantallas solares. Asoma en Buenos Aires de vez en cuando para visitar a sus hijos. “Allá, antes de cruzar un río pido permiso”, cuenta. Y al que escribe, que lo escucha con su media voz de hechicero de tribu, le cuesta creer que está delante de uno de los fundadores del rock nacional. Con todo lo que hizo desde los ’60, bien podría llevarse el mundo por delante. Pero no alardea, prefiere seguir alejado de las luces del centro, grabar cuando tiene ganas y no lo que marcan las agencias marketineras, y volcarse a estudiar los solfegios y las frecuencias, para aplicarlas a la sanación en forma de sonidos. “No soy médico, no curo, pero sí me gusta la músico terapia y en algunas clínicas, con la supervisión de profesionales, trato de dar una mano con lo mío, que es la música”.
Le produce urticaria recibir premios. Una cosa es treparse a un escenario con una guitarra, o sentarse al piano. Y otra bien distinta aguantar ruborizado que hablen de uno, como le dijeron que iban a hacer en la Legislatura porteña, cuando lo nombraron personalidad destacada de la cultura. A los amigos y a la familia les costó, pero al final lo convencieron, y Raúl Porchetto terminó aceptando.No tuvo más remedio que pararse ahí, y aguantar estoico que repasaran su vida. Incluida Estela Carlotto, que desde un video -estaba en el exterior-, durante cuatro minutos lo endulzó delante de todos por el trabajo impulsado desde Arte por la Paz. Tanto que León Gieco, al lado del cumpleañero, cuando terminó la grabación le preguntó al oído si tomaba conciencia de todo lo que Estela había dicho de él. A lo que Raúl respondió con un simulado codazo.
“Te vas a la calle”
Durante el menemismo pateó el tablero. “En los ’90 abandoné un poco la carrera, saturado del cantito de siempre: disco, rueda de prensa, gira. Ya se veía que el rock tomaba un camino diferente, aparecieron los directores de imagen, el producto por sobre lo artístico. En los setenta, nosotros buscábamos el arte. Si se vendía, mejor, pero eso no era lo más importante. Correrme era un riesgo. Como en el juego de la oca, sabía que retrocedería varios casilleros. Pero no estaba dispuesto a soportar el manoseo”.
No era la primera vez que había largado todo al demonio. En 1971 era uno de los preferidos en Microfón, con Jorge Alvarez a la cabeza. Le habían redactado un contrato para grabar tres discos de música progresiva. Y el muchachito se apareció con Cristo Rock, un vinilo conceptual rarísimo para la época, que a los empresarios les levantó los pelos. Con los ojos hinchados en sangre por la bronca, los que ponían la plata lo amenazaron: “Si volvés a hacer un disco parecido, te vas a la calle”. Cumplieron: “Yo no quería saber nada, así que no grabé más. Pero por lo menos me dejaron hacer dos simples, y un par de cosas como invitado”.
Antes, solo en el escenario, y con una guitarra al hombro, no le había ido mal. Pero un día se confió, y los rockeros lo mataron a monedazos. La historia fue así: Gieco y él habían dado una prueba en el Centro de Artes y Ciencias, y la onda acústica gustó. Embalado, Porchetto debutó en el teatro Kraft como telonero de Pedro y Pablo, con tres temas. Se sintió Dylan, de manera que si eso había funcionado, pensó que no era necesario cambiar en un concierto de Vox Dei. También le dieron tres temas, pero Vox no era Pedro y Pablo. Y la gente que seguía a la banda tampoco era igual que la del dúo. “Parecía la cancha de Boca, bum, daban alaridos. La primera zafó, la segunda más o menos, pero a la tarcer canción, nadie escuchaba nada. Gritaban desaforados, me tiraron cualquier cantidad de monedas. Pero como soy un tipo de palabra, me habían dicho tres temas, así que yo toqué tres temas. No te imaginás la frustración: de haber llegado a la cima del mundo, en pocos días caí en el peor de los infiernos (se ríe)”.
Si Gieco considera que todos ellos son los Salieris de Charly, podría decirse que Porchetto es el descubridor de Mozart. Después de todo, fue Raúl el responsable de que García grabara por primera vez en su vida. Buscando un tecladista para Cristo Rock, un día se enteró que en un sótano del centro, un pelilargo de bigotes tocaba bastante bien. “Me tomé un colectivo desde Flores y fui a ver quién era -recuerda-, sin que se enterara. Ni bien lo escuché, entendí que era algo especial. Empezamos a trabajar, le pasé cosas mías, y Carlitos -para Porchetto, García es Carlitos- me mostró lo que estaba preparando para Sui Géneris. Pero en el medio, mientras ensayábamos cosas acústicas y medio folk, la cabeza se me dio vuelta. Durante un fin de semana encerrado compuse Cristo de un tirón, y el lunes lo llamé a Carlitos: ´Mirá, olvidate de lo anterior. Quiero grabar esto, ¿me acompañás? Dijo que estaba totalmente loco, pero al final vino, y trajo a María Rosa (Yorio), que en ese momento era su compañera”.
“Botas locas” y la Triple A
No había mucha diferencia de edad, pero quedaba hipnotizado con músicos y grupos que veía como a “los grandes”. Manal, Nebbia. “Eran increíbles, así que apuntamos para ese lado. Hicimos una especie de cofradía, donde también entró Nito (Mestre). No teníamos conciencia del ´éxito´, éramos amigos que tocaban la guitarra y cantaban. Arriba del escenario, todo bien. Aunque en la calle era otra cosa”. Después de algunos aprietes durante la dictadura de Alejandro Lanusse, respiraron un poco mientras duró la primavera camporista. Pero con la muerte de Perón, cuando la Triple A empezó a sembrar cadáveres por todos lados, la cosa se complicó. “Con Carlitos nos encontrábamos en Rivadavia y Donato Alvarez, tomábamos el 44 a Barrancas, caminábamos un montón y nos internábamos en el estudio todo el día. En 1974, mientras se cocinaba el golpe de Estado, el clima se enrareció. Imaginate, pelo largo, pantalones enormes, la gente nos insultaba por la calle”.
Para colmo, los pibes divagaban con crear su propia productora discográfica, para independizarse de los que querían chuparles la sangre. “Nos juntábamos en la casa de Alicia, que después sería la mujer de León, para organizar una compañía independiente. ¿Te das cuenta?, ¡nosotros empresarios! A los diez minutos estábamos escuchando discos y pasándonos acordes (se ríe)”.
Sui Géneris dio dos últimos conciertos en el Luna hace justo 40 años, pero antes, la cofradía estaba en marcha con otras ideas. La cuestión era elegir un nombre. “En sus discos, León aparecía acompañado por ´La banda de los caballos cansados´. Un día estábamos tirando ideas en un papel, y de repente, Carlitos salió con ´Porsuigieco´. Y un agregado: ´y la banda de avestruces domadas´”.
Sui Géneris ya había tenido que esquivar la censura, los controles apuntaron sobre todo a los temas Juan Represión y Botas Locas. Y a Porsuigieco le pasó algo parecido con El fantasma de Canterville. “Revisábamos los textos de las tapas, y los centros de papel en los vinilos. De algunas tiradas, pudimos hacer que no se imprimiera el nombre de la canción. Los tipos ni locos iban a perder el tiempo en escuchar los discos enteros”.
Alguna vez le gatillaron en la cabeza, y en Río IV, un Falcon lo levantó y un par de matones lo metieron en un calabozo de 2×1 durante varias horas. La resistencia a la dictadura “era constante , y armábamos las letras con metáforas, con un lenguaje encriptado. Hoy parece infantil, pero de verdad creíamos que con una guitarra o un piano podíamos cambiar el mundo. Mi generación era así, muy especial. Por eso fue diezmada”.
“La paz es revolucionaria”
Mientras las señoras de clase media les decían a los melenudos que se sacaran los piojos y dejaran la droga, los viejos los corrían por el lado del patrioterismo. Un día, al salir de una radio, Porchetto y Mestre se despedían del periodista, y por lo bajo, alcanzaron a escuchar cuando el operador escupió un “agarren una pala, vagos”. “Los medios nos marginaban, crearon una falsa antinomia con el tango y el folklore. Nos llamaban vendepatrias por hacer rock. Yo me moría por el tango, mi abuelo fue íntimo amigo de Barbieri, el guitarrista de Gardel, y mamé su música de chico. Pocos saben que en 1975 grabé con Antonio Agri, cantábamos Dávalos y Falú. Pero el país estaba hirviendo una olla de intolerancia que después reventó con la dictadura”.
Se metió a estudiar religiones comparadas, ciencias políticas y abogacía. Mientras, leía a Kennedy en Why England Slept, Jung, Froid y Swami Vivekananda, que “en dos renglones te sintetizaba qué era la existencia”. La premisa era aquella máxima hindú: irse de la vida habiendo hecho por lo menos una cosa bien. “Yo sentía que para eso tenía que aprender, y el aprendizaje estaba en los libros, como marcaba Frank Zappa. En el colegio, una vez discutí con el profesor de literatura: yo me sentía más conectado con lo que decía Lennon que con su discurso de la superación personal y esas estupideces. Obviamente, me miró como a un loquito”.
De repente, el rockero Porchetto se carga la guitarra al hombro, y se aparece en alguna escuelita de la sierra cordobesa para hablarles de la paz a los pibes. “Con la complicidad de los padres y los maestros, aprovechando que algunos me conocen”, dice. “Las canciones son una excusa. Charlamos sobre temas relacionados con la violencia, y la manera en que el poder quiere imponernos cómo vivir. A veces visito centros médicos, y ayudo en lo que conozco, la música”. Y agrega: “La música es sanadora porque cada órgano tiene su propio ritmo, como el corazón. La tranquilidad es un estado alfa, y lo que cambia al estado beta, por ejemplo en una conversación como esta, es sólo una pulsación. Mi aporte es interpretar una melodía, pero no me considero maestro de nada. Al contrario, me gusta el lado de alumno, alumno apasionado”.
Arte por la Paz, un colectivo de artistas y referentes de los Derechos Humanos que desarrollan distintas actividades relacionadas con la memoria, la ecología y la promoción de derechos, nació en la Argentina cuando Porchetto convocó a su amigo Gieco y a Abuelas de Plaza de Mayo a trabajar en conjunto en ese sentido. “Un día la llamé a Estela –recuerda-, un poco temeroso, yo creía que me atendería un contestador (se ríe). Al minuto estábamos arreglando un encuentro, me dijo que por supuesto, Abuelas no sólo apoyaba, sino que se hacía parte. Y arrancamos”.
Para él, la guerra “siempre necesita que uno la declare, pero la paz es colectiva, esa es la razón por la cual es poderosa. La paz es una concentración de poder, lo que ocurre es que tiene mala prensa, todos la asocian con la quietud, lo estancado. Pero es exactamente lo contrario. Tiene mucho de acción, de militancia. La paz es revolucionaria”. «
Malvinas y papá Neil Young
“¿Conocés lo último que hizo Neil Young?”, se entusiasma Porchetto. Y agrega, enojado: “No hago nombres, pero hace poco, un periodista de acá dijo que el video de promoción era panfletario. ¡Usó la palabra panfletario! Antes éramos hippies, bolches, ahora el ´panfletario´ es un tipo de 70 años que durante toda su vida mantuvo una dignidad y una conducta a favor de la paz, en contra del belicismo, la expoliación, la miseria. No aprendemos más, seguimos siendo adolescentes. Adolescemos de muchas cosas”. El trabajo de papá Young es una joya. Y un cruce de generaciones, donde la leyenda se muestra con Promise of the real, la banda de los hijos de Willie Nelson, destrozando a cadenas comerciales como Starbucks y denunciando el veneno destilado por la agroquímica Monsanto en todo el mundo. “Pero ojo -dice-, porque nada es accidental. Esas descalificaciones siempre fueron la manera velada en que las grandes oficinas tejieron sus estrategias para que los perejiles repitan idioteces como tontos. ¿Sabés lo que hicimos el otro día? Nos juntamos con León a ver una película de Young, la que muestra una gira por distintas ciudades norteamericanas. Mientras toca, va poniendo imágenes de los atropellos del imperio, la política de armamentos, la guerra de Irak. La gente empieza a insultarlo, pero él sigue. Termina tocando para diez tipos, pero no cambia el discurso, porque es lo que piensa realmente”. Y recuerda que a él y a muchos colegas les pasó lo mismo durante la guerra de Malvinas. “Cantaba Reina madre y decían que era un traidor a la patria por hablar de paz. La ocupación de las islas fue el manotazo de ahogado de la dictadura, pero la gente estaba feliz como si fuera un partido de fútbol. ¿Te acordás del apoyo a Galtieri en la Plaza? Todo era patético, ¿cómo era posible tanta ignorancia? Me acuerdo de lo que me dijo en esos días un taxista, cuando los ingleses llegaron a las islas: ´Los vamos a sacar con la hinchada de Boca´. Siempre habíamos sido relegados, pero después del 2 de abril, ¡las radios nos pedían por favor que fuéramos a cantar rock nacional! No hay caso, la ignorancia es atrevida”.
TIEMPO ARGENTINO