19 Jan “Vi lo peor en la guerra, pero nada me conmovió como esta beba”
Por Mariano Gavira
Había estado en Irak, donde ocho de cada diez bebés prematuros morían casi en sus manos. Allí cada noche regresaba a su casa y lloraba sola en medio de una cultura que no conocía. Y cada día, recibía dos bebés abandonados. Sin embargo Eugenia Marteau cuenta que lo que le tocó vivir el primer domingo de noviembre en el Hospital Santojanni es más fuerte que todo eso. Fue ella quien recibió a la beba abandonada en una estación de servicio, fue quien le quitó el papel higiénico lleno de mugre con el que había llegado y fue quien eligió el nombre con el que ahora todos la conocen: Faustina.
El aviso del SAME del hallazgo de la beba llegó a la guardia de neonatología del Santojanni el domingo 1 de noviembre a las 18. Una ambulancia ya estaba trasladando a la recién nacida con un cuadro de hipotermia. “Apenas recibimos el aviso empezamos a preparar la incubadora, pero no nos dio tiempo, la nena llegó enseguida y yo fui la primera en agarrarla. Casi que no lloraba y estaba violeta, luchaba por vivir”.
Marteau cuenta que durante su carrera vivió muchos momentos duros, pero que este lo recordará siempre. “En la guerra vi lo peor, pero nada me conmovió como esta beba. La habían tirado a la basura como un parásito, como una cosa. Estaba envuelta en papel higiénico que tenía materia fecal y pedazos de envolturas pegadas en el cuerpito. Primero le despegué todo eso y después iniciamos la tarea para que siga con vida”.
Ahora, más tranquila y con Faustina evolucionando favorablemente, la médica detaca que si bien ella era la jefa del sector en ese momento, existe un equipo atrás que permitió salvarle la vida a la beba. Fueron horas de tensión hasta que la nena recuperó la temperatura. Por cada estudio que le hacían, Eugenia se acercaba y le decía despacito al oído los pasos a seguir: “Ahora te vamos a pinchar un poquito; ahora te vamos a poner el oxígeno; ahora te vamos a dejar durmiendo”.
Una vez que empezaron con el operativo, los enfermeros necesitaban que la beba tuviera un nombre para poder diferenciarla. La costumbre es ponerles el nombre del médico o médica que se encarga de recibirla, pero Eugenia eligió el de alguien que para ella es importante: su hijo Faustino que, por las vueltas del destino, fue un bebé prematuro y también tuvo problemas al nacer. “Mi hijo para mí es todo y me parecía muy narcisista ponerle mi nombre. En su lugar elegí el de alguien a quien amo más que a nada. Además Faustina significa ‘la que trae alegría y buena fortuna’, y yo creo que esta nena a pesar de todo tiene suerte, porque sigue con vida”.
Esa noche Marteau llegó descompuesta a su casa. Se sentía mal y le había bajado la presión. Recordaba los momentos duros que vivió en Irak, cuando decidió viajar inscripta como voluntaria en la organización Médicos sin Fronteras. Le había tocado trabajar en el hospital Al Zahara, a 160 kilómetros de Bagdad, un materno infantil con 23.000 nacimientos al año y más de 40 cesáreas por día, con un mínimo de personal. “El 45% de los prematuros no sobrevive”, dice la neonatóloga.
De aquella experiencia que duró algunos meses recuerda momentos críticos, como cuando ingresaba a la Terapia Intensiva de Neo: “Tenía que elegir entre quienes seguían con vida y quiénes no. Nunca sabías qué ibas a encontrar ahí, ya que las muertes allí se vuelven silenciosas y sin causa”.
Pasaron casi dos años de aquel viaje en donde cada vez que volvía a su casa lloraba en soledad. Eugenia dice que la única receta que encuentra ante tanto dolor es tratar de poner el corazón en pausa por un ratito y luego volverlo a hacer andar. Para ella lo del domingo pasado fue volver a Irak, o peor. El miércoles pudo pasar a visitar a Faustina y en cuanto quedaron solas se le acercó de nuevo y le dijo: “Me olvidé de decirte algo: ojalá seas feliz y encuentres una familia que te ame”.
CLARIN