14 Jan Un viejo galáctico, la nueva solución
Por Claudio Mauri
Hasta hace poco más de dos semanas, cuando la continuidad de Rafael Benítez ya estaba amenazada, el presidente de Real Madrid lo defendía diciendo que el técnico “no era el problema, sino la solución”. A las informaciones de la preacaria estabilidad del entrenador, Florentino Pérez respondía que había “una campaña contra Real Madrid”. Ayer, en el frío anochecer madrileño, la máxima autoridad convocó a una urgente conferencia de prensa y no utilizó más de 20 segundos para comunicar que Benítez había sido cesado, y para darle la amarga cortesía del agradecimiento “por el trabajo realizado”.
Florentino tenía apuro en cerrar el ciclo para anunciar que el reemplazante será Zinedine Zidane, que dirigía al Castilla (filial de Real Madrid), y estará acompañado por el argentino Santiago Solari, que hace dos años y medio que trabaja en la cantera del club; primero en la categoría cadetes y luego en juveniles.
Obsesionado por contrarrestar la edad de oro de Barcelona, Florentino Pérez adopta una estrategia similar a la de los catalanes cuando en 2008 ascendieron a Pep Guardiola del filial a la primera división. Zidane es un escudo, un placebo para el descontento de la hinchada, que en el Bernabéu se manifestó en más de una oportunidad con el grito “Florentino dimisión”, y también para el plantel, que nunca empatizó con Benítez, ni futbolística ni humanamente.
Zidane fue uno de los grandes aciertos de Florentino en su primer ciclo, cuando alrededor del francés creó el Real Madrid de los galácticos junto con Ronaldo (el brasileño), Figo, Beckham. Zidane es el ícono moderno del madridismo desde que con una volea aportó la Novena, como se reconoce a la Liga de Campeones obtenida en 2002 en la final contra Bayer Leverkusen. Desde su retiro, Real Madrid buscó integrarlo al organigrama del club. Además de una experiencia en el Castilla con resultados irregulares -deja al equipo segundo en el grupo, con cuatro empates consecutivos-, Zidane fue asistente de Carlo Ancelotti en la temporada de la obtención de la Liga de Campeones 2014.
Para Florentino, el despido de Benítez a siete meses de haberlo contratado no sólo es un fracaso deportivo, sino también un revés a su mala lectura de lo que era más conveniente. De alguna manera, ayer triunfó la postura del plantel, representado en sus líderes de vestuario, Sergio Ramos y Cristiano Ronaldo, quienes no estuvieron de acuerdo con que no se le renovara el contrato a Ancelotti y nunca se amoldaron al trato y a los planteos futbolísticos de Benítez. La mayoría de los jugadores siempre ensayaron públicamente tibias defensas a Benítez. Se abroquelaban en su condición de empleados que debían acatar al jefe que le impusieran, cuando en realidad son figuras multimillonarias que no se sentían identificadas con el método de Benítez y no se hacían enteramente responsables del incierto momento deportivo.
Ni Florentino supo explicar a mediados de 2015 por qué prescindía de Ancelotti, y para justificar la llegada de Benítez argumentó que se necesitaba “un impulso”. Del ex conductor de Liverpool e Inter se sabía que no podía esperarse un estilo de juego estéticamente vistoso. Su compromiso pasaba por compensar esa carencia con resultados, que tampoco fueron todo lo satisfactorios que se esperaban. Por empezar, el 0-4 en el Bernabéu ante Barcelona lo empezó a empujar al abismo.
Se le cuestionó que Real Madrid no diera la talla ante los rivales más fuertes de la Liga de España: Barcelona, Atlético de Madrid, Sevilla, Valencia y Villarreal. Ya ni algunas goleadas eran terapéuticas. El reciente 10-2 a Rayo Vallecano fue recibido hasta con cierta indiferencia en el Bernabéu, donde nadie se engañaba: el vapuleo se produjo a partir de que el rival se quedó con dos menos por expulsiones.
Zidane es una incógnita. Siempre estuvo en la agenda del club para esta responsabilidad, pero se pretendía un desembarco menos abrupto, que no fuera en medio de la temporada y con un clima agitado. De entrada, tiene todo lo que le faltaba a Benítez y que tampoco consiguió durante su gestión: la complicidad del plantel y la admiración de los hinchas, que ven en él al talentoso volante que deleitaba con sus controles de la pelota y hacía jugar al resto.
Zizou era un técnico dentro de la cancha, ordenaba y a su alrededor orbitaba el equipo. Ahora deberá hacerlo desde afuera, convenciendo a un plantel con el trabajo y el mensaje. La gloria como jugador ya la tiene; ahora arriesga a revalidarla como técnico.
“Estoy más emocionado que cuando firmé como jugador. Lo daré todo para ganar algo este año. Tenemos al mejor club y la mejor afición del mundo. Creo que saldrá todo bien”
LA NACION